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No. No puede ser él. Claro que lo había imaginado pero una parte de mi rogaba porque estuviera equivocada. Sin embargo, mi loba se ha encandilado nada más escucharle.

¿Acaso ha olvidado ya todo lo que nos ha hecho pasar estos dos días?

He perdido el habla.

Soy incapaz de fijar mi mirada en otro lugar que no sean sus ojos. Él, me observa divertido, disfrutando de mis malestares, del dolor que me ha hecho pasar.

Niego con la cabeza y doy un paso hacia atrás. Mi loba refunfuña pero enseguida vuelve a enfadarse con él. ¿Cómo ha sido capaz? 

Su semblante cambia de divertido a serio en cuestión de segundos cuando doy otro paso hacia atrás, alejándome de él.

Se acerca un poco y estira su brazo; dolorida, rechazo su toque.

Aprieta su mandíbula y vuelve a intentarlo. Repito la misma acción que antes, me alejo.

—Daria... —recrimina.

—¡No me toques! —demando, alterada.

—No me pidas que no lo haga.

—Vete, por favor.

—Daria —mi nombre vuelve a salir de sus labios y por primera vez, me molesta. Más que fastidio es una mezcla entre desconsuelo, tristeza e incomodidad— Acércate.

Le observo, sus facciones se muestran con un toque de preocupación, sus ojos azules —camuflados por la penumbra de la noche—, mirando atentamente detrás de mi, supongo que por miedo a que me transforme y salga huyendo. 

—Tu nombre —se sorprende ante mi orden.

—Gideon. 

—Bien, Gideon, te quiero fuera de mi ciudad.

—¿Perdón? —su rostro se contrae.

—Tienes hasta las doce de la mañana, tú y tus amigos pícaros debéis marcharos.

—No sin ti.

—Te entregaré a mi padre —ignoro sus palabras— un pícaro no es bienvenido, no en mi ciudad.

—Eres mía, Daria.

—Puede que mi loba te pertenezca pero yo no.

Con velocidad me arrincona contra un árbol.

—Mía.

—Fui tuya —sin poder evitarlo acaricio su cabello.

—No. Lo eres. Sigues siéndolo.

Con tristeza hago una mueca: —Yo no quiero estar contigo.

—Pero jamás podrás estar con otro.

—En cambio para ti es diferente ¿no? 

Gideon entiende a qué me refiero. A saber con cuántas se ha magreado, a cuántas a toqueteado, a cuántas ha regalado sus besos y a saber con cuántas ha mantenido relaciones.

—Te lo merecías —imita mi gesto y empieza a toquetear mi pelo— Tú empezaste con esta mierda.

—Yo no sabía quién era mi compañero. ¡Ni si quiera puedo olerte aún! Sólo sé que mi loba se altera si tú estás cerca de mi. En cambio, tú, tú lo sabías.

Coge mi mano y con la otra se abre un poco la camisa, desliza mi mano por el interior y me hace tocar el punto más cerca de su corazón. Obligándome a sentir sus latidos.

Trilogía Magic 1: The howl. [DISPONIBLE EN @ERIDEMARTIN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora