Capítulo II

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Después de oír aquello fue como si todo se ralentizara a mi alrededor, como si todo el mundo se quedara igual de impactado que yo. Me quedé pálida, abrí mucho los ojos y mi boca formó una gran O. No me lo podía creer.

-Chica, ni que hubieras visto un fantasma -comentó él.

- ¿De qué conoces a Alfred?

-Cosas de mayores...

Levanté las cejas y, sin más, me levanté y me fui. Al principio caminaba fuerte, segura. Pero al ver que me seguía, me di cuenta de todo. ¿Y si Alfred había contratado a Chase para que me vigilase? No lo habría dicho, ¿o sí? Pude notar como mi visión se empañaba por culpa del líquido salado que amenazaba con brotar de mis ojos, así que eché a correr escaleras abajo, pero Chase es rápido, y avanzaba los escalones de dos en dos. Me apresuré a sacar las llaves del bolsillo y abrir la puerta todo lo rápido que pude pero, cuando intenté cerrar, algo me lo impidió. Chase había puesto el pie en el marco de la puerta, así que me rendí. Apoyé la espalda en la pared y me deslicé hasta quedarme sentada, con la cara enterrada en las manos y las rodillas. No pude reprimir las lágrimas y mi nuevo vecino se dio cuenta.

-Eh, no llores. A ver, ¿qué quieres saber? -dijo casi susurrando y sentándose a mi lado.

-Estaba siendo uno de los mejores días de mi vida ¿sabes? Había dejado a Emma Blake en San Francisco y aquí iba a ser yo, la de verdad. No la que había elegido mi madre. La niña reservada que no le gusta la fiesta porque prefiere estudiar. Yo nunca he sido así. Yo siempre he sido atrevida y extrovertida, mi sueño siempre ha sido ir a una fiesta de verdad o al baile de fin de curso. Mi madre nunca me ha dejado salir, ni hacer amigos. ¡Qué tonta he sido! Tenía que haberme dado cuenta. Mi madre quería que sacara matrículas y que estudiase, como dice ella, una carrera de verdad, y no para hacer dibujitos que no sirven para nada. Y quería que estudiase para poder llevar las riendas de la empresa. ¿Pues sabes qué? ¡Que a la mierda la empresa! A la mierda la empresa, a la mierda la adolescencia y a la mierda mi felicidad durante estos seis años de secundaria. Y todo gracias a la que creía una santa, una salvadora. La pobre mujer a la que su asquerosamente rico marido engañó con un cubo de bottox e implantes de silicona con el que tuvo un hijo meses después de mi nacimiento. Marido del que un vecino que conozco de hace apenas doce horas y no sé ni su apellido ha venido a hablarme. ¿Sabes qué? ¡A la mierda tú también! Estoy harta de compasiones, de caras de pena y de burlas. Estoy jodidamente harta. Debería hacer las maletas, que hace unas horas que he deshecho, ir al aeropuerto y coger el primer vuelo que salga. Me da igual a donde, sólo quiero olvidarme de la asquerosa vida que he tenido que llevar durante dieciocho años. Y por eso he venido a LA y me he mudado, pero ahora el pijito de turno me reconoce como la hija del famoso empresario Alfred Blake y tira a la basura todo el esfuerzo que he hecho para dejar atrás a mi antiguo yo. Que te den, Chase -concluí secándome la cara con el dorso de la mano y levantándome del suelo.

-Tienes razón -susurró- ¡Tienes razón, joder! Yo sabía todo esto. Tu padre... -dijo algo dubitativo- Alfred me contó los planes de futuro que Martha tenía preparados para ti. Me contó que no tenías amigos y que no te dejaban salir más que en ocasiones especiales, como al cumple de tu prima, por ejemplo. He sido un capullo nombrándolo delante de ti, no tenía que haberlo hecho, joder. Perdóname -se auto-contestó pasándose las manos por el pelo.

-No importa, empecemos con buen pie.

-Sí que importa, joder. ¿Qué puedo hacer para recompensarte? -dijo realmente arrepentido.

-Tú sólo quédate aquí. Conmigo -respondí yendo hacia el sofá y sentándome en él.

-Como quieras -concluyó sonriendo.

El guiño de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora