2. Álex

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29 de agosto de 1998, mismo lugar de Nueva Alcalá

—Ah, ah, ah. I'm so happy, 'cos today I found my friends.

Álex no sabía si esa música que escuchaba procedía de su garganta o si el río Henares estaba entonando una canción solo para ella, como los ríos cantan en los cuentos. Al fin llegó a la conclusión de que no, se trataba de ella misma, y el sonido que emitía era una versión algo sui géneris de una conocida canción de Nirvana. Mejor dicho, una mezcla de esa melodía y jadeos entrecortados de cosecha propia, producto de haber bajado cinco pisos a todo correr.

—Ah, ah... —Álex contuvo la respiración y espiró a intervalos regulares, tal como le había enseñado hacía años su cardiólogo—. Ah... ah. Ahhhm... my head.

La tercera a la izquierda y luego a la izquierda otra vez, le había dicho Nick. Sí. Nick. Nick con sus ojos del color de la miel, su naricilla respingona y el angelical cabello rubio platino que enmarcaba —acariciaba, pensó Álex— su rostro. Y sus labios, oh, sus labios. Álex se apoyó contra la pared del edificio y dejó que su nuca descansara en el polvoriento alféizar de una ventana. ¿La tercera a la derecha y luego a la izquierda? Y había que cruzar la calle. Nick tenía la boca tibia y dulce. Sí, no muchos sabían verlo, pero Nick era tan dulce.

—A los buenos días —escuchó Álex a su espalda.

Se volvió, pero su melena había quedado atrapada por algo pegajoso. Dio un tirón y se quejó; varios cabellos largos quedaron atrás, balanceándose en lo que parecían unos restos de chicle. Tras ella, un hombre grueso y descamisado, de pelo y barba gris, había aparecido en la ventana, en mitad de una nube de humo. Álex entrecerró los ojos. Por primera vez fue consciente de que no llevaba puestas las gafas.

—Disculpe, ¿usted no sabría dónde queda por aquí Mercadona, verdad?

—¿Mercadona? Ven pacá. Cruzas la calle, tiras tó pallá y es la tercera a la derecha. Digo, la izquierda.

—¿Derecha o izquierda?

—Esta —dijo el tipo, y Álex entrecerró de nuevo los ojos para mirar la mano.

—Muchísimas gracias.

—Tú no eres de aquí, ¿verdá?

—¿De Nueva Alcalá? No. Pero claro que soy de la ciudad, sí. Vivo en el Barrio Venecia.

—Digo del portá.

—Eh, no.

—Y... ¿con quién has venío?

—Con Ni... —Álex se contuvo y dudó, solo un poco—. Con Verónica Harrington. Quinto piso. Es amiga mía. Una buena amiga.

Suena bastante aséptico y a la vez es lo suficientemente informativo, se felicitó. Usaré el término hasta nueva orden.

—¿La niña rubia? Ah, sí. La de la madre que trabaja con los militares, ¿no? —Una voz por detrás del hombre de la ventana gritaba: "¡Antoniooooo!"—. Sí, sí. ¡Mu buena chica, la Verónica! Mu majica, sí.

—¡Antonio! ¿Qué pasa aquí?

Una figura de mujer apareció junto al tipo. Álex entrecerró los ojos; juraría que llevaba puesto un pañuelo en la cabeza, pero no sabía de qué tipo. Podía tratarse tanto de un pañolón de lunares como de un hiyab islámico.

—Ná, que esta joven es amiga de la Verónica.

—¿La qué?

—La niña rubia del quinto, mujer. Que no te enteras.

Un pavo rosa (Acto I de II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora