Al llegar a casa, me dirigí directamente al despacho privado de Jason para ver si podía encontrar algo relacionado con el misterioso paquete que traía aquel muchacho. Eran las diez y media, más o menos, y Jason había salido fuera por asuntos de trabajo. Hacía un par de semanas que estaba ocupado realizando un proyecto periodístico sobre la educación de los niños que requería bastante tiempo y dedicación –o eso me explicó él mismo –y solía llegar bastante tarde o, había días en que no aparecía hasta el día siguiente.
Así que, no me preocupaba en absoluto la hora que fuera. No era mi prioridad en esos momentos. Solo tenía en la cabeza la imagen de aquel envoltorio y lo que podría contener dentro.
Registré papeles, cartas recientes, informes de envíos, encargos, contactos... Pero en ninguna de aquella documentación apareció nada que pudiera resultar sospechoso.
Hasta que me di cuenta del gran fallo que había cometido. ¿Por qué Jason dejaría algo al descubierto y por escrito? Si era algo que pretendía ocultar y mantener en secreto, debía de permanecer escondido y en un lugar seguro para que su querida novia no intentara averiguar qué estaba tramando. Pero, justo en el momento en que me dirigí hacia su ordenador, alguien abrió a la puerta. Al oír el ruido, acudí de inmediato hacia la entrada.
—¿Van? Cariño, soy yo —al oír a Jason, ralenticé el ritmo y me incliné hacia atrás para revisar que había dejado la puerta del despacho bien cerrada, como me la había encontrado.
—Amor —contesté yo, no entendía por qué había llegado tan rápido, pero caminé lentamente y finjí despreocupación —¿ya has acabado hoy? —hice una pausa para saludarle y ayudarle a quitarse su chaqueta —. ¿O es que ya me echabas de menos? —dije cerrando la puerta mirándole fijamente hasta que alguien la empujó desde fuera hacia mí.
—Pero bueno, ¡qué maneras son estas de tratar a un invitado!
Al oír aquella voz, me asusté y miré espantada a Jason. ¡Era él! El mismo que estuvo esperando a darme el paquete. El cretino maleducado, aunque bastante atractivo, que tuvo la cara de tratarme como a una estúpida. Aunque esa vez, se le notaba más arreglado y elegante.
Sus vaqueros ya no estaban rotos y llevaba una camisa blanca y lisa, tapada por un abrigo de paño negro, de marca. Un juego de bufanda, guantes y gorro, que parecían recién comprados, y zapatillas de piel en azul marino de Emilio Tucci. Realmente, ya no sabía cómo definirle y me quedé sin palabras.
—Cariño, éste es Spencer. Spencer Blake. Es un amigo de la infancia, un buen colega mío —dijo apostándole la mano y riéndose mostrando complicidad hacia aquel tipo extraño.
—Tú —susurré con ira en los ojos, lo sificientemente claro y fuerte como para que solo aquel individuo me escuchara. Pero al visualizar y ver la puesta en escena decidí retirar lo que se me había ocurrido decir en un instante y me acerqué educada a él —. Pues, resulta que hoy hemos tenido un pequeño encuentro a la salida de la NBC, ¿no es así Sr. Blake? —insinué inocentemente fijando la mirada en el invitado y, seguidamente, retiré la mirada y me dirigí hacia la cocina —. Ahora mismo iba a preparar la cena, ¿os apetece algo para picar?
—No, cielo, estamos bien. Haz cualquier cosa, igual Spencer no se iba a quedar.
—Tiene razón, solo venía a despedirme de mi viejo amigo —aclaró Spencer dándole una palmada suave a mi novio.
—Pero bueno, puedes quedarte a cenar, no es ninguna molestia, así charlamos un poco y nos conocemos mejor —sugerí fijando mi mirada en Blake.
Él me siguió con la mirada y no dudó en sonreír sarcásticamente para seguirme el juego. Entonces noté como Jason nos miraba extrañado intentando averiguar qué estaba pasando y, de inmediato, reaccionó.
—Blake, ve hacia el comedor, luego voy yo —anunció dirigiéndose a mí.
—¿Qué ocurre? —pregunté extrañada. Lo cierto es que no sabía por qué no acompañaba a su amigo hacia la mesa, me asombró su gesto.
—Nada, Van. Solo voy a ayudarte —contestó con duda dándome un beso en la frente.

Ciegos al riesgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora