Ignis

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Óscar es un niño de 10 años, moreno, de ojos marrones profundos, y un físico delgado, quizás demasiado para un niño de su edad y su altura ya que es bastante alto, o eso dice su madre ya que nunca ha podido medirse él mismo.

Nunca se ha medido, nunca ha ido por sus propios pasos a mirarse al espejo y jamas ha corrido, ni jugado al fútbol, ni ha correteado por el parque junto a sus amigos, nunca ha podido hacer esas cosas, porque la silla de ruedas en la que vive sentado no le facilita para nada ese tipo de tareas.

Óscar es paralítico, desde el día de su nacimiento, desde que tiene memoria. Papá y mamá le ayudan siempre a todo, son sus ángeles protectores, sus guardianes, sus piernas, la ampliación de su cuerpo que él tanto necesita.

Papá y mamá, ese matrimonio heroico para la sociedad, idolatrados y respetados por sus vecinos.
Un matrimonio joven de unos 30 años, atléticos y deportistas, educados y trabajadores.
Esos héroes que rescatan a personas en peligro en el peor entorno que se puede imaginar.
Papá y mamá son bomberos.

Óscar es un niño tranquilo, con una imaginación prodigiosa, al fin y al cabo no tiene amigos con los que pasar el tiempo, además no puede jugar al fútbol ni al baloncesto, no puede montar en bici ni pasear al perro ( en caso de que hubiera tenido uno), eso hace que su diversión sea muy limitada y que las cuatro paredes de su cuarto sean la prisión invisible de la que no puede salir, no sin ayuda. Por lo que su imaginación está muy desarrollada.

Hace rato que ha cenado. Papá le había subido a su habitación, en el segundo piso de aquel chalet en el que viven, le había arropado y besado en las mejillas.

¿Por qué duerme en el piso de arriba pese a ser mas difícil para él? Porque desde esa ventana se ven las estrellas y eso le encanta.

Ahora esta solo en su cama, como mil noches atrás, como otras mil que quedan por venir.
La habitación está oscura, aunque la pequeña bombillita de luz blanca que papá ponía en el enchufe para que él no tuviera miedo, ayuda a ver mejor en su pequeño habitáculo y espanta los monstruos y fantasmas de su infantil e inocente mente.

- Desearía tener amigos - piensa Óscar, melancólico, soñando con correr tras las niñas de su edad, dar patadas a un balón tan fuertes que ningún portero pudiese pararlas.

Es un deseo que pide cada noche desde que aprendió a pensar en su soledad, siempre el mismo deseo, mirando una estrella distinta cada noche.

- Tienes que tener cuidado con tus deseos, Óscar - dice una voz aguda entre la oscuridad - Puede que se hagan realidad. -

Óscar mira la habitación buscando el origen de aquella voz.
No le da miedo, aún sabiendo que ahí no debería haber nadie que no fueran papá o mamá. Es una voz amistosa, una voz salvadora.

Óscar descubre a su interlocutor, sentado en la mecedora donde mamá se acomoda cuando esta con él haciéndole compañía.

Está sentado con las piernas cruzadas, el foco de luz blanca que desprende la bombillita anti monstruos le ilumina de lleno, acentuando más la oscuridad alrededor de su figura. Se mece delicadamente, de atrás hacia delante, en un movimiento repetitivo que inspira confianza y serenidad al niño.

Es un payaso, Óscar ha visto muchos en la tele, un payaso con su cara blanca pero tiznada de negro y labios rojos como su redonda nariz,  dos estrellas azules rodean sus ojos verdes que le miran fijamente.
Sus ropas son de alegres colores, amarillo y rosa con alguna franja perdida color verde, una vestimenta que debió ser muy bonita, ya que ahora está chamuscada.
Óscar se fija en el casco que el payaso lleva en la cabeza, es como los que usan papá y mamá para trabajar, es un casco de bombero.

Et prope angulum obscurum delituit mentisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora