Es una novela corta en la que estoy trabajando en base a experiencias -y pensamientos- personales.
DIARIO DE UN FALSO SUICIDA
…Y es por esto que digo: Los odio a todos. Nunca hicieron nada para herirme, nada que pudiera justificar mi enojo hacia ustedes en este momento. Por ello (y más) los odio; los aborrezco. Me hacen sentir tan culpable y estúpido por la cantidad de idioteces que he llegado a pensar, por mis pensamientos de paranoia, por la vida casi perfecta que ustedes llevan. No necesito razones para mi suicidio: la sociedad mata animales día a día sin razón alguna; bombas son detonadas en lugares extranjeros; personas son discriminadas por su color de piel, por su raza y orientación sexual; mujeres que fueron violadas por personas de “confianza” hace años al fin alzan la voz, pero nadie ESCUCHA…
Y ¿la gente tiene la decencia de decirme que hay algo por qué vivir en este mundo? si –en primer lugar- EL MUNDO fue el que me creó, el que me hizo de esta forma. El mundo es mi verdadero padre, el padre de la INJUSTICIA, del ENOJO IRRACIONAL, el mundo es un CERDO INFELIZ! Él es la causa de lo que soy, porque vivo en él y me ha enseñado que la única forma de ser feliz es ignorar la miseria, evitarla, ponerme una máscara cada mañana; es un idiota que nos enseña que llorar está mal, porque uno debe –fingir- ser feliz a toda costa, y cuando uno se da cuenta que el mundo es inapropiado para habitar lo tachan de comunista, socialista, pesimista, enfermo mental, “raro”, etc.
Lo único que me detuvo del suicidio hasta ahora fue la nostalgia, ese pensamiento que me llena la mente de recuerdos familiares, de amistades y de tiempos de gloria (o tiempos de felicidad), pero… soy un farsante, no soy alguien suicida. Si realmente quisiera serlo, lo hubiera hecho hace meses sin pensarlo dos veces. La depresión no es lo mío, la depresión lleva a dañarte a ti mismo en un círculo vicioso de autosufrimiento y automutilación.
Nunca he sido totalmente de los que se deprimen, prefiero herir a la gente: Todo empezó como una forma de llamar la atención que, poco a poco, se convirtió en un hábito incontrolable.
Así, puedo decir que, lo único que lamentaría de quitarme la vida es no poder ver los rostros cubiertos por la tristeza hipócrita de aquellos a quienes siempre odie: Ustedes.
