Estaban locos de amor, se amaban solo por amarse. Ellos inventaron una caja irrompible, construida con trozos de sus almas. Así es como se mantenían aislados del mundo a su alrededor, el cual se caía a pedazos cada día un poco más. A pesar de esto la caja se mantenía constante. No la afectaban los golpes del exterior. Ellos estaban congelados, mientras que el mundo a su alrededor seguía girando, destruyéndose.
De su amor nacían poemas, los cuales tomaban vida a partir de la luz reflejada en los ojos de dos los amantes anónimos. Era amor puro.
Un día, la caja se rompió y se volvió una con el mundo que la rodeaba. La caja volvió un poco más dulce al mundo y a su vez, el mundo volvió un poco más agria a la caja. Los amantes se vieron a sí mismos perdidos. Se separaron más rápido de lo que creían que pasaría. Se buscaron desesperadamente, su naturaleza se los pedía, pues sus corazones eran incapaces de latir si no se encontraban unidos. Cada día las posibilidades de encontrarse disminuían, y sus almas nunca volvieron a encontrarse. La caja nunca más volvió a existir. Encontrándose en puntos opuestas en el mundo, los amantes murieron separados mientras veían los pedazos de sus almas ser esparcidos por el mundo.
Jamás tuvieron la oportunidad de decir "adiós".
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Amaneció, hacía frío y el rocío ya había caído sobre las plantas. Era un parque enorme, dotado con fertilidad, plantas grandes y hermosas. A pesar de esto, éste se encontraba escondido, quizás era esa la razón por la cual nadie había descubierto semejante obra de arte.
Dicho parque había amanecido inusualmente. A simple vista, nada nuevo. Pero escondiéndose detrás de un árbol, pasando por un par de arbustos, había crecido una flor. Si alguien hubiese tenido la oportunidad de verla, habría notado el color inusual que esta poseía, un color tan cálido y brillante que no encajaba para nada con la nieve que cubría el amplio parque.
Luego de unos días al lado de la cálida flor de verano, nació un segundo capullo. Éste, a diferencia del otro, estaba inundado de colores fríos, encajando a la perfección con el resto del paisaje.
A partir de ese día las flores fueron constantes. Juntas atravesaron veranos, primaveras, otoños y hasta inviernos completos, manteniéndose un misterio por meses, años, y hasta siglos. Pero ellas sabían: las almas de los dos amantes anónimos se habían vuelto a encontrar, y esta vez, nada los separaría.