-¡Voy a ponerle una orden de alejamiento a ese viejo!- gritó la extravagante mujer rubia mientras bajaba con maestría las anchas escaleras de la mansión.
-Madeleine, por favor...- le rogó un muchacho atractivo de imponentes ojos verdes –Sabes cómo es... Dale una oportunidad más- la mujer se giró con la boca abierta.
-¿Una más? ¡¿Tú sabes todo lo que me ha hecho ese viejo?!- el chico, avergonzado por la situación, chasqueó la lengua.
-No ha sido para tanto...-
-¡Aguanté que me pegara los zapatos con silicona al suelo!-
-Los pudimos despegar, y salieron enteros-
-Metió cucarachas en mi bolso- la mujer fue bajando el volumen, pero su enfado no había disminuido.
-Fue un bicho inofensivo- ella alzó las cejas –Bien, fueron 10... ¿O más?-
-Puso crema depilatoria por dentro a mi gorra-
-Lo hizo por tu bien. El pelo corto se lleva mucho últimamente- la mujer enrojeció de ira.
-¡Se acabó! ¡No pienso pisar esta casa nunca más!-
El chico se llevó una mano al oído, temiendo que se hubiera dañado por culpa de esa voz. Se escuchó un estruendoso portazo, e inmediatamente después, varios cristales hechos añicos.
El joven suspiró y se restregó la cara con ambas manos. Otra vez no podía estar pasando. ¿Cuánto había pasado? ¿Acaso llegaron a un mes?
Subió a zancadas las escaleras, negando con la cabeza. Estaba dispuesto a sermonear a alguien, que normalmente no se deja.
Buscó en su habitación, pero no había nada fuera de lo común. Ni en los otros dos cuartos consecutivos. Ni en el baño, exceptuando las manchas de pintura violetas que había en el suelo. Ni en el despacho del señor. Pero sí en la biblioteca. Se podía ver su espalda encorvada, cubierta por un jersey de lana verde oliva, y su cabeza agachada, dejando ver un poco de pelo blanco, cubierto por una cachucha inglesa.
Se acercó a él, pero antes de que emitiese algún sonido, el anciano hombre habló con voz potente pero desgastada por la edad.
-¿Usted sabía que a las mujeres les molesta si cambias su cera de depilar por pintura? Las jovencitas tienen ahora un aparato que lleva cera caliente dentro y se la ponen en las piernas para después, quitársela de un tirón. Esta sociedad de ahora es muy masoquista- el chico aguantó la risa, y tras una respiración profunda, reprendió al hombre.
-Raymond, sabe que debe comportarse con las mujeres que vienen a cuidar de usted- se puso enfrente del hombre, sentándose en una silla -¿Tiene idea de lo que me va a costar encontrar una nueva cuidadora, con la gran fama que se ha colocado?- el viejo se encogió de hombros, cerrando una carpeta de papel que estaba apoyada en la mesa.
-La muchacha no estaba limpia. Además de que todas las chicas deben pasar mi prueba-
-¿Su prueba? ¿Sigue con eso? Dudo mucho que alguien vaya a pasar sus "pruebas". Les hace pasar por un infierno en esta casa- el chico gimió frustrado. Cuan cabezota podía ser este hombre.
-Tienes una semana para encontrar a otra cuidadora- asintió mirando a la mesa –Erik- le nombró para llamar su atención –No quiero ningún error- torció la boca.
-¿Algún filtro especial?- el hombre enarcó una ceja mirando hacia arriba, pensativo.
-Si quiere encontrar pareja, busque jóvenes- el hombre se levantó andando lentamente, apoyado en su bastón. Erik lo apuntó en una libreta, pero frunció el ceño repasando sus palabras.
-¡Raymond! ¡Me las puedo apañar sólo!-
Raymond agitó su bastón en el aire.
-No, no puede-
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Son puntos de vista
Kurgu Olmayan-Son sólo puntos de vista- dijo en tono de reprimenda. -¿Sólo? ¡Los puntos de vista lo son todo! Todo depende de los puntos de vista. Sin ellos no habría... No sé ¡Colores!- -Colores...- -Claro, sin puntos de vista, para nosotros todo sería del mism...