II

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La puerta de madera barnizada de la casa de Hungría es tocada a golpecitos suaves. Se demora segundos en ir a abrir para enseguida escuchar el fastidioso timbre repetitivas veces como si no hubiera un mañana. Alguien tan molesto haría eso. Sólo un europeo jugaría con el timbre de su casa...

Bueno, también Rumania.

Como sea. Abre y Prusia está de pie formando un gran rictus.

―Busco al señorito podrido, ¿está por aquí? ―pregunta intentando mirar dentro de la casa.

―No se encuentra, ¿fuiste a su casa?

―Vengo de allá, por eso vine aquí. Pensé que estaría contigo ―se encoge de hombros―. Como ya estoy aquí y no gastaré mi grandioso tiempo buscándolo con fines de arruinarle el día, me quedaré en tu casa. Permiso~.

―Oye, tú... ―Elizabeta no alcanza a tiempo a frenarlo y negarle el paso, el idiota ya entró. Suspirando resignada, sabiendo que no habrá poder en el mundo que saque a Gilbert de su casa, cierra la puerta. Puede sentarse en el sofá, comer algo, pero sin hacer ruidos molestos, está ocupada reparando su cama.

― ¿Cómo es eso?, ¿subiste de peso y la cama no te soporta? ―bromeó sentándose en el sofá y encendiendo la televisión.

―Es el calentador de cama, está descompuesto.

―Oh, yo puedo calentarte la cama.

―Ni en tus mejores sueños. ―respondiendo, desapareció por el pasillo entrando a su habitación, observando su cama. El calientacamas descompuesto. Con este frío de invierno le era útil, y justo en la mañana dejó de funcionar. No quiere dormir sintiendo los pies congelados, debe arreglarlo hoy mismo.

Sentándose en una silla, toma el calientacamas revisando los controles, averiguando si falla la batería o el problema es la fibra. A veces la tecnología es más que ella, tendrá que llamar a alguien que le arregle su salvación del frío.

El señor Roderich debe estar ocupado y no lo molestaría teniendo a Gilbert de visita, además, no se maneja con la tecnología. Descartado.

Otras naciones van añadiéndose a su lista de posibles reparadores de su calientacamas, descartándolos al instante por pequeños detalles. Quién sabe, deben estar ocupados.

Entonces piensa en el ser más cercano a su metro cuadrado, sentado en el sofá de su sala de estar: Prusia. Él lo haría a cambio de algo. Es mejor eso que nada.

Va por Gilbert en la sala, le hace la pregunta agregando darle de comer si lo hace. Una sonrisa se marca en la cara del prusiano, le dará una mano con esa cosa no tan asombrosa como él si le trae una botellita de cerveza bien helada, poniéndose de pie y yendo al cuarto del suceso. Una vez allí y con la cerveza en la mano, conoce al calientacamas del mal y se ríe por sus chistes internos de doble sentido, Francia estaría riendo también.

Con un sorbo a la botella, toma el calientacamas poniendo su trasero en la cama de Elizabeta, inspeccionando qué solución darle. Elizabeta lo mira desde la entrada. ¿Demorará mucho? Una llamada surgió urgente donde sus jefes, tiene que ir.

―El asombroso yo arreglará tu calientacamas, ve tranquila.

―Espero que al llegar, mi casa no esté ardiendo en un incendio.

―No te odio tanto... ―levanta la mirada. Hungría suelta una pequeña risa.

―Vuelvo en tres horas. Si tu organismo te pide nutrirse más allá de la cerveza, hay emparedado.

Vereinbart! (¡De acuerdo!) ―asiente viéndola salir de la casa. Bien, en tres horas tiene que reparar esta cosa de poliéster. Hungría debe pasar mucho frío para llegar al nivel de pedirle ayuda. Pobrecita, ¿no? ¿Por qué no simplemente duerme con alguien más? Puede traerle al señorito Austria para usarlo de calentador, pero ese aristócrata no calienta a nadie― ¡Jajajajajaja! ¡Mis chistes son graciosos! Es una lástima que nadie los oiga.

Calientacamas 【PruHun; Two-shot】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora