Aracely miró el despertador, luego se dio la vuelta y se negó a responder a los golpes en la puerta. Los pensamientos sobre el hombre que dormía en la otra habitación la mantuvo despierta casi toda la noche, y Jorge estaba loco si pensaba que la dejaría sacarla de la cama a esa hora tan intempestiva. Aunque la ola que de repente ondeó en el colchón de agua estuvo a punto de tirarla al suelo.
- ¿Qué demonios...? (una mano le tapó la boca).
- ¡Shh! (el susurro de Jorge sonó apremiante, su rostro sin afeitar estaba alarmado. ¡Y su magnífico cuerpo desnudo! Bueno, al menos de la cintura para arriba; Aracely no se atrevió a mirar más abajo). No subas la voz (le advirtió Jorge).
- ¿Cómo entraste aquí? (le agarró la muñeca y le apartó la mano). Anoche puse el cerrojo.
- Lo sé. Tuve que entrar por el cuarto de baño (frunció el ceño). ¿Por qué cerraste...? Olvídalo; hay alguien en la puerta.
- Pues... ve a abrir.
- Escucha, Aracely (maldijo cuando los golpes se hicieron más sonoros). ¿Carrillo te vio anoche? (ella sacudió la cabeza, más para despejarla que otra cosa, aunque Jorge lo tomó como una negativa). De acuerdo, entonces nuestra mentira no ha sido descubierta, así que demos por hecho que es Elizabeth quien...
- ¿No podríamos empezar el día con una nota positiva y suponer que es la Muerte?
- Ha, Ha, Ya he cerrado el sofá, (se levantó de la cama, y gracias a Dios llevaba calzoncillos), pero será mejor que salgas tú a ver qué quiere.
- ¿Es que aún no lo has deducido? Chico, eres lento.
- Ponte esto (hizo caso omiso del sarcasmo, la miró con desaprobación y alargó la camisa que él se había puesto la noche anterior). Una remera larga de un equipo de fútbol no sugiere una noche de pasión.
- Es gracioso (le quitó la camisa de la mano y le aclaró a Jorge), pero su dueño no pensaba lo mismo cuando me la regaló la remera.
Aracely observó satisfecha la mueca que provocó en Jorge su comentario, se metió en el baño y rápidamente se cambió, decidida a no prestarle atención a la fragancia de la colonia de Jorge.
El largo de la camisa le llegaba hasta la mitad de los muslos y cubría más que la remera.
- ¡Date prisa, Aracely!
- Lo intento, maldita sea (se abotonó la camisa y levantó el cuello para parecer sexy). ¡Ya voy! (anunció, saliendo del baño. Al llegar a la puerta de la cabaña, se obligó a hablar con voz alegre). ¿Quién es?
- Elizabeth (fue la seca respuesta).
- Buenos días, Elizabeth (abrió y esbozó una amplia y falsa sonrisa). ¿Cómo estás? Cielos, ¿no es un día maravilloso?
Cuando la mujer la inspeccionó con descortesía de arriba abajo, Aracely le devolvió el insulto y decidió que debía ser una de las raras ocasiones en que iba demasiado vestida. Así como el bodysuite y los pantaloncitos de la morena no dejaban mucho a la imaginación, no resultaban tan sugerentes como la camisa de un hombre sin nada debajo.
- ¿Está Jorge? Tengo que hablar con él.
- Bueno, sí... pero, hmm, no está vestido para recibir... si es que me entiendes.
- Entonces lo esperaré... (una mueca reveló unos dientes magníficamente blancos). Si no te importa.
A Aracely le importaba, y sintió la tentación de...
- ¿Quién es, cariño?
Ante el sonido de la voz de Jorge giró y lo vio de pie en la puerta del dormitorio con una toalla alrededor de la cintura. Apoyó el brazo en el marco, para sostener sus débiles rodillas y, al mismo tiempo, bloquear la entrada de la mujer que intentaba pasar.