Capítulo 6

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Era un cobarde. Tampoco es que a la largo de su vida se hubiera considerado una persona valiente, pero en ese momento se sentía el individuo más cobarde del universo. Le tenía miedo a una estúpida puerta. Bueno, siendo más explícitos, le tenía miedo a lo que había tras ella, o a lo que supondría abrirla, en realidad.

Llevaba casi media hora delante de la puerta de la habitación de Jemma y tras varios intentos fallidos, aún no había llamado. Y se sentía estúpido por ello.

Estaba preocupado por ella. Su reacción le había sorprendido y no paraba de darle vueltas a qué la habría pasado y cómo estaría ahora. Se sentía fatal por haberla hecho daño. Y aun así se resistía a abrir la dichosa puerta, porque sabía que una vez lo hiciera, no habría vuelta atrás. Tendrían que enfrentarse a la realidad y no estaba muy seguro de saber cómo hacerlo.

Sin razón aparente, se acordó de la mañana del día siguiente al que se confesasen sus sentimientos. Ambos semidesnudos, envueltos en un lío de sábanas y la luz del sol iluminando el rostro de ella, que descansaba sobre su pecho, profundamente dormida. Recordó lo feliz que se sintió, lleno, completo. Si tan solo hubiera durado un poco más... Ahora parecía que habían pasado siglos.

Ese recuerdo le dio el coraje que necesitaba y casi sin darse cuenta, ya había llamado.

- Pasa, está abierto - dijo una voz desde el interior de la habitación - ¿Quién...? - no llegó a terminar la pregunta - Fitz.

Apenas se habían visto desde su discusión el día anterior y por supuesto, no habían hablado en todo ese tiempo.

- ¿Puedo? - preguntó nervioso. Quizá tendría que haber esperado un poco más a presentarse allí. Pero lo hecho, hecho estaba - Tenemos que hablar.

- Sí... lo sé - respondió ella, indicándole con la mirada que se sentase. No iba a ser una conversación breve, ni mucho menos. Su visita le había pillado por sorpresa pero no pensaba dejar pasar la oportunidad de hablar y arreglar las cosas.

Fitz se sentó en la cama, a su lado pero guardando una distancia prudencial.

- Jemma, yo um... yo siento - comenzó a decir. Iba a tener que tranquilizarse si quería hilar más de dos frases seguidas - Siento lo que dije ayer. No... um... no pretendía.

- Está bien Fitz, yo siento haberme ido así - se disculpó ella también recordando que prácticamente le había dado con la puerta en las narices - Es solo que cuando dijiste eso yo - la voz se le quebró al recordar la dureza de sus palabras - Entiendo que me odies, tienes todo el derecho. Pero no puedes odiarme por haberte salvado, eso si que no.

- No Jemma, yo um... yo no te odio - le corrigió él. No podía permitir que ella pensase eso por un estúpido ataque de rabia el día anterior - Por favor no pienses que... um que te odio - pidió suplicando con la mirada - Yo te... um te... quiero, Jemma - confesó con más facilidad de la que había pensado en un principio que haría - Es solo que es um... complicado. Te fuiste.

- Lo sé, Fitz - reconoció ella con tristeza - Pero tenía que hacerlo. Por ti. Por los dos. Porque yo también te quiero - confesó con sinceridad. Al fin de al cabo esa era la razón de todo lo que había hecho, su amor por él - Solo espero que algún día lo entiendas.

- Sí, yo um... yo lo entiendo - dijo él. Lo entendía pero eso no hacía menos doloroso el hecho de que le hubiese dejado.

Se quedaron en silencio, escuchando el irregular sonido de sus respiraciones. Jemma alzó la mirada y se encontró con los azules ojos de su compañero, quien aunque tentado a apartar la mirada, no rompió el contacto visual. Sin darse cuenta se fueron perdiendo más y más en los ojos del otro, hasta acabar atrapados en los recuerdos de lo que un día fueron y les arrebataron.

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