El Jinete sin cabeza.

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Un señor ya viejo que se llamaba camelo tenia una parcela en el valle mexicali, donde sembraba, según la temporada, algodón o trigo ; la ciudad mucho tenia la costumbre de regalar en la madrugada, porque a esa hora las matas aprovechaban mas el agua. Un día, como a eso de las cuatro de la mañana, escucho muy cerca el trote; de un caballo ; se le hizo extraño que alguien anduviera por ahí, pero con todo y eso, dijo con amabilidad

- ¡buenos días !

Como no le contestaron volteo y cual fue su sorpresa pues no había nadie, aunque el Canelo, su perro, no paraba de ladrar. Nunca creyó en cosas de espantos y, sin embargo, esa vez le gano el miedo. Trato de calmarse y se fue para su casa. Todo el día se la paso inquieto; a la hora de la comida le platico a su mujer lo que había ocurrido; pero ella no le creyó. Pasaron los días y nada extraño se escucho en la parcela pero un lunes muy temprano el señor salio acompañado del Canelo y cuando subió su troca dio cuenta de que había olvidado su lonche. Al regresar a su casa, un caballo desbocado que corría sin freno hizo que se detuviera en seco, pues el animal andaba sin tocar el piso y se dirigía hacia el, casi lo tenia encima, ¡ cuando desapareció!

El señor trago saliva y no se movió durante un buen rato. Todavía tembloroso entro a su casa, donde se quedo dormido; a mediodía su señora lo despertó:

-Carmelo, levántate a comer, ¿ que tienes ? Estas pálido

-Es que paso una cosa bien fea y ya no pude ir a la parcela - dijo el señor y le conto lo del caballo aparecido.

Al escuchar a su marido, la señora se persigno porque le dio mucho miedo y al ver que se dirigia hacia fuera le dijo:

-¡No vayas a la milpa, te puede suceder algo malo!

El señor no le hizo caso, se subió a la troca y se fue.

Al llegar, dio unos pasos y se paro bajo un árbol frondoso. Caían a lo lejos los últimos rayos del sol, cuando a su espalda escucho las pisadas de un animal que se acercaba. Al voltear, descubrió a un enorme caballo blanco frente a el. Lo mantaba un jinete vestido de charro, quien al viejo quieto del miedo, pues su cuerpo terminaba en los hombros : ¡no tenia cabeza!

-¿ Quien eres ? - pregunto armándose de valor - ¿ para que me quieres ?

No hubo respuesta. El señor empezó a su sudar, quería moverse y no podía : ver al jinete sin cabeza lo había paralizado. Entre las ramas del árbol solo se oía el sonido del viento.En eso,se escuchó una voz que venía de quién sabe dónde.Parecía que salía de la tierra porque era hueca y tenebrosa:

-Soy Joaquín Murrieta. De seguro has oído hablar de mi; vengo a confiarte un secreto.

-¿Qué es lo que quieres?-dijo el señor en voz alta.

-Escucha con atención lo que voy a decirte: en esta parcela enterré un magnífico tesoro y quiero dártelo pero con una condición.

-¿Cuál? -preguntó Carmelo.

-Sólo tu puedes enterrarlo. Nadie absolutamente nadie más debe hacerlo, porque aquel que lo haga caerá muerto, y tú junto a él.

La voz se fue apagando. En un abrir y cerrar de ojos el descabezado desapareció con todo y el caballo. El señor se quedó sorprendido. Después de un rato se subió a su troca y se dirigió al pueblo. Cuando llegó era tanta su emoción, que a todos que a todos los que veía les contaba su aventura y su buena suerte. Reunió sus herramientas y regresó a la parcela. Pero no volvió solo, lo acompañaba un grupo de hombres. A Carmelo no le importó que destruyeran su sembradío, ya que por todos lados hacían hoyos con picos y palas; al cabo de unas horas, uno de ellos gritó que había dado con algo. Se fueron a ese lado del terreno y escarbaron con los rostros llenos de felicidad. Encontraron costales hartos de monedas, cadenas, anillos y otros objetos de oro y plata. Brincaban y gritaban haciendo bulla, pero no duró mucho: un jinete sin cabeza en un gran caballo blanco apareció entre ellos. Carmelo se acordó entonces de la advertencia de Joaquín Murrieta. Sin embargó, era demasiado tarde. El jinete sin cabeza dio una orden a su cabello, éste pateó la tierra y el tesoro empezó a hundirse jalando a todos los que estaban allí entre gritos de espanto y desesperación.

Carmelo suplicó que no lo hiciera, que lo castigara a él y no aquellos inocentes, pero fue inútil: en unos segundos no quedaba nadie. Sólo Carmelo y el jinete, que desapareció sin decir nada. Carmelo regresó a su casa, no dijo nada a su esposa, se sentó en la entrada y no se movió más. Pasaron los días, el viejo no volvió a comer y se fue secando, secando hasta que se murió. Nadie más supo de lo ocurrido. Se dice que Joáquin Muerrieta sigue cabalgando por aquellas tierras buscando a quién darle su tesoro.


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⏰ Última actualización: Oct 08, 2015 ⏰

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