¿Por qué otra vez? No aprendo. Tonta, demente, ingenua. Al final será verdad eso de que los humanos tropezamos siempre dos veces en la misma piedra. Y le he vuelto a perder, y tal vez jamás volverá a acurrucarme de nuevo con sus delicadas manos de pianista. Ni volveré a perderme en sus iris color cian, recobrando el sentido después de su provocativo guiño. Ni volveré a ver su sonrisa pícara, que descolocaba y desordenaba todos mis sentidos. Ya solo me dirigirá miradas llenas de desprecio y pensamientos desagradables. Soy culpable de todo lo sucedido. Ya me advirtió la última vez que ocurrió.
El cristal empañado del vehículo que transito en este instante me recuerda al turbio día donde cometí tal desfachatez, tal vez el mayor error de mi existencia. Esa mañana fría y húmeda, no auguraba nada positivo. Caminaba por mi barrio, un suburbio normalmente transitado por ratas y otros seres humanos de dudosa procedencia. Llevaba los auriculares posados sobre mis pabellones auditivos, escuchando alguna que otra pieza de reggaeton (increíble estilo musical, que por cierto, me descubrió él) mientras entre pista y pista, escuchaba el ruido del motor de algún automóvil o el taconeo de alguna que otra prostituta que buscaba urgentemente un cliente para permitirse estudiar esa ansiada carrera universitaria. Calles sombrías se arremolinaban a mi alrededor, perdiéndose en oscuros callejones sin salida, donde se cometían durante las veinticuatro horas del día transacciones de estupefacientes, atracos y todo tipo de crímenes. Con estas breves descripciones, habrás llegado a la conclusión de que no vivo en un barrio precisamente de alto standing. Un cigarro sopesado entre mis dedos índice y corazón soltaba volutas de humo que se perdían en la densa niebla del ambiente. La primera vez que probé el tabaco, fue en su compañía y con su consentimiento. Tantos momentos juntos, tantas experiencias nuevas que hemos vivido, tantas lecciones que he aprendido gracias a él. Es mi otra mitad, mi media naranja, la pareja de calcetín que aunque se separen al salir de la lavadora, siempre se encuentran y vuelven con su fiel compañero de aventuras. Pero esta vez, no volverá. Tengo que empezar a hacerme a la idea. Esa mañana, llevaba unos tejanos poco apretados y una sudadera ancha y deshilachada y tan solo una leve base de maquillaje y corrector para las ojeras transformaban mi rostro. Si no estoy en su compañía, no debo llevar conjuntos estrechos ni excesivo maquillaje. Solo debo de estar guapa para él y para nadie más. Debo parecer una chica bien cuidada por su chico, en actos "oficiales" una debe ir siempre presentable. Debe, debe y debe. Me falta firmar un contrato, con tantas obligaciones. Pero lo comprendo y en parte lo comparto.***Y sí, aquí me quedé porque no sabía exactamente como continuar, pero esto no es el final de la historia, solo que lo continuaré cuando me venga la inspiración. Muchísimas gracias si has llegado hasta aquí por leer el relato***