Capítulo diecinueve

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Llego al colegio, sorpresivamente en el auto de Amanda; creí que ella nunca volvería a hablarme pero supongo que puede lidiar con mi humor y honestidad.

El viaje en silencio fue definitivamente incómodo pero yo no dejaré que eso me afecte ni que me prive de la pizca de felicidad que siento en mi interior.

Cuando entro a la oficina del director Santos comienzo a organizar las cosas en su escritorio para luego limpiarlo con un paño húmedo; cuando acabo de eso dirijo mi vista hacia los innumerables diplomas a su nombre y decido que es necesario desempolvarlos por lo que me engancho en donde puedo para empezar con la tarea.

Es un poco difícil pero me mantengo concentrada hasta que escucho la manera en la que se abre la puerta, lo que hace que casi me caiga de donde estoy.

—Hola.

Pienso que es el director Santos pero, me doy cuenta de que ese no es su tono de voz y me bajo para luego mirar hacia el frente y encontrarme con un hombre que supongo es el padre de alguno de los estudiantes de aquí. Él sonríe al verme y yo rasco ligeramente mi nuca por cómo lo hace.

—El director Santos no se encuentra —digo y devuelvo el gesto de la sonrisa, aunque sea fingido.

—¿Puedo esperarlo? —Pregunta el hombre, cuyos ojos son azules, y da un paso hacia adelante cerrando la puerta detrás de sí.

—No lo sé —contesto—. Supongo.

—Ajá, ¿puedo tomar asiento?

—Sí, mhm, señor...

—Thomas Nicolas —él extiende su mano hacia mi y la estrecha con la mía, es extraña la sensación suave y fría en su palma—, y tu eres...

—Anne Marie —contesto—, pero me dicen Annie.

Thomas ríe un tanto y de manera idiota por un instante y es cuando dirijo mi vista hacia nuestras manos que aún siguen cruzadas, como sugiriéndole que me suelte.

—Oh, lo siento —él me suelta cuando creí que nunca lo haría y toma asiento sobre el sofá negro frente al escritorio del director—, ¿estudias aquí, joven?

—No —niego con la cabeza—, sólo soy la que limpia —río al decir eso porque suena de una manera tan mísera que ni siquiera yo misma lo creo.

—Disculpa que me atreva, pero una joven tan bella como tú no debe de tener un trabajo así.

El hombre, con una edad considerable como para ser mi padre, cruza sus manos y me mira detenidamente; ahora su mirada amigable se convierte en otra que no puedo descifrar.

No sé cómo contestar a eso y Thomas parece darse cuenta porque luego me pregunta qué edad tengo y justo cuando voy a contestar, la puerta se abre dejando entrar a un ajetreado director Santos que se disculpa por haberle hecho esperar.

Me dirijo hacia la puerta y antes de girar el picaporte escucho la voz de Thomas tras mi espalda:

—Fue un gusto haberte conocido, Annie.

Una sonrisa maliciosa resurge desde mi interior y sin voltearme planeo mi respuesta.

—El gusto fue todo mío, señor Nicolas.


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