Isabella

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Desde que me monté en el tren, siento que me están siguiendo. Al principio pensé que sólo eran cosas mías pero mi presentimiento se volvió sospecha cuando me bajé del tren. Una figura me seguía los pasos unos metros atrás. Ni si quiera trataba de disimular que me seguía. No sé si fue por temor pero me rehusé a mirarle la cara.

Ya sólo me faltaba cruzar la calle, entrar aledificio, y luego a mi apartamento. Honestamente no sé por qué alguien me querríaseguir pero eso hacía y no me gustaba para nada. Sentí como se acercaba un pocomás pero ya había llegado al edificio, abrí la puerta y corrí hacia elelevador. Entré de prisa y presione el botón 6. Respire profundo ya estaba asalvo, al menos eso pensé hasta que oí la puerta del edificio abriéndose. Presionéel botón de cerrar lo más que pude hasta que cerró. Antes de subir creo que oíuna voz pero no entendí, al llegar busco mi puerta, 602, al fin en casa y ahíes cuando el otro elevador llega. Maldición voy a morir. Busco mis llaves, mimano tiembla, la coloco en el llavín y se me cae, esto es increíble justo comoen las películas, y ahí veo que sus pies van caminando hacia mí. Empiezo aabrir la puerta, creo que ya entraré. Empiezo a abrir la puerta pero no abrebien todavía. – ¡Rayos!– y golpeo la puerta. De repente el acechador se acercaa mí y me dice algo. – ¡Aléjate de mi estúpido!– grité mientras empujaba lapuerta, que por fin cedió .Entré corriendo y gritando y cerré la puerta, con seguros,cadenas y todo. Nunca me había sentido tan aliviada en mi vida. Encendí eltelevisor y lo primero que sale en las noticias es que hallaron a una mujermuerta detrás de una tienda. Genial, ¿y si el asesino me estaba siguiendo ahoramismo? Nunca sabré, hoy no vuelvo a abrir esa puerta. Mi celular empezó a sonar, era Ignacio, migran y querido primo me dijo que el tal Emanuel había pasado por allá y quepudo conseguir su número. Lo llamé, al parecer es de estas personas a las quellaman mucho, ya que contestó de una vez. –Saludos le habla Isabella Hernández,soy la prima de Ignacio Hernández. Me dijo que usted me podía ayudar, quisieraque nos juntáramos en persona, ¿A las tres en su oficina?– Usé toda la simpatía queme quedaba en el cuerpo, no lo iba a arruinar. –Está bien– respondió de unamanera fría. Quizás no era su intención pero su respuesta tan seca me tomodesprevenida. –Bueno pues hablamos mañana– le dije –Hablamos– y colgó. Enverdad que hay personas extrañas en este mundo. Pero, ni modo, no se puedehacer nada. Ya me había olvidado completamente de lo del acechador y lo de lanoticia, quizás fue muy pronto pero para mí bienestar y el de los oídos de misvecinos, creo que así es que debe ser.4H;


Littera In FlammasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora