treinta y uno

226 23 5
                                    

Dos días después, Louis seguía sin hablar. Esa mañana se habían levantado en casa de Heidy. Harry y Louis habían dormido en la que fue su cama antes de marcharse a la Universidad y la que utilizó Harry durante su estancia en esa casa, cuidando de las niñas. Harry no lo había soltado ni un solo momento. Louis no había hecho movimiento alguno que indicara que estaba allí. Se había limitado a irse a la cama la noche anterior, a despertarse, desayunar, darse una ducha y vestirse con unos tejanos negros ajustados, una camisa blanca y una americana también negra. Al salir de casa se colocó las gafas de sol y emprendió el camino hacia el cementerio.

Harry le cedió el espacio que necesitaba. Quería estar solo. Pero no lo perdió de vista en ningún instante. Se había vestido con unos pitillos negros, botines del mismo color y una camisa de seda también oscura. Las gafas le colgaban del cuello abierto de la camisa.

Habían desayunado juntos, pero Louis había actuado como si nadie existiera a su alrededor. Las gemelas estaban en casa de sus abuelos, aun intentando averiguar qué había ocurrido, y Heidy estaba encerrada en su habitación, haciendo mella de todo el control del que era capaz de sacar fuerzas para levantarse de la cama y cambiarse.

Llegaron al cementerio a las once y media de la mañana. La mayoría de familiares y amigos ya estaban allí. Harry divisó a Luna y a Skylar, que se acercaron enseguida. Lo saludaron, mas no se limitaron a decir nada más. Miraron a Louis, quien ni siquiera ladeó la cabeza hacia ellas, y permanecieron al lado de Harry. Louis continuó avanzando. Sus familiares hacían ademán de acercarse a él, pero la expresión de Louis los repelía, y al llegar a la zona donde se habían colocado las sillas de manera ordenada se sentó en una esquina y permaneció quieto como una estatua frente al ataúd donde yacía su hermana. Sus amigos y el resto de su familia no comprendían su dolor. Kenya no había sido hermana de ellos, no se había criado con ellos ni les había hecho compañía durante las noches en que habían sufrido pesadillas. Ellos no habían estado a su lado su primer día en el instituto ni le habían hecho trenzas en el pelo cuando aún era una niña de tan solo cuatro años. Ellos no sabían cuales habían sido sus temores y sus preocupaciones, no sabían cuáles fueron sus aficiones y las cosas por las que sentía pasión, no conocían sus malos hábitos y esas pequeñas cosas que la hacían ser quien era. Al fin y al cabo, ellos no sabían nada. Sin embargo, en aquel lugar donde se encontraban ahora, allí siempre intentaban comprender. Incluso los más ineptos intentaban hacerlo. Por eso se limitaron a observar a Louis desde la distancia, en silencio y con el corazón en la garganta.

Heidy llegó para verse rodeada de sus preciosas hijas. Las únicas que le quedaban ahora. Las niñas sonreían, contentas por volver a ver a su madre después de pasar dos noches sin ella.

Heidy se echó a llorar.

―¿Por qué lloras, mamá?

―No llores, mamá.

¿Y dónde estaba Kenya?

Aún veía a Louis frente a ella, cuando abrió la puerta la mañana de dos días atrás, con Kenya en sus brazos. Ambos estaban cubiertos de barro y suciedad, de heridas, la sangre manchaba sus ropas destrozadas, y el labio inferior de Louis temblaba. Detrás de él llegaba Harry, en las mismas condiciones fatigosas que su hijo. La sangre le manchaba el rostro. No dijeron nada. No hizo falta. Una mirada, y Heidy se derrumbó a los pies de Louis, quien dejó caerse con Kenya entre sus brazos y dejó que fuera su madre quien por un rato cargara con el peso de la pérdida de un ser tan amado. Al pasar el efecto de la primera fase (negación), Heidy entró en la fase de la ira y comenzó a gritar; quiso saber cómo había ocurrido, qué había ocurrido. ¡¿Porque mi hija está muerta?! Louis no podía hablar y la miraba a los ojos viendo en ellos el vacío que le faltaba a él. Él se sentía lleno, lleno de heridas, lleno de sangre, lleno de culpa. Todo lo sucedido era su culpa: la actitud de su padre hacia él desde que era niño, la separación de sus padres, los obstáculos que había puesto en el camino de Harry, el no haber sido buen hermano para Kenya, Dana y Zoe, su esclavitud hacia Bertha, la guerra sucedida en el bosque, la muerte de Kenya y el intransferible dolor que sentía ahora la mujer que lo había traído al mundo.

Mariposas Perdidas | Louis & HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora