Sipnosis.

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Sidney se encontraba en una inmensa habitación de color blanco. Todo estaba en perfecto orden. No había ni un objeto fuera de lugar, todo estaba... perfecto. Demasiado, diría ella. Los pájaros revoloteaban y cantaban con alegría en una rama del otro lado de la ventana por la que Sidney observaba las calles concurridas de Boston con el ceño fruncido. Las personas caminaban sin preocupaciones por las aceras limpias, con sonrisas en sus rostros y manos cargadas de bolsas de tiendas. Aquél parecía ser un día relativamente normal para todos. Menos para ella. Estaba a menos de media hora de unir su vida en matrimonio con el amor de vida. Nada podía estar mejor que eso, ¿cierto?; unos toques en la puerta hicieron que la chica despegara su rostro del ventanal y dirigiera su mirada hacia la puerta color blanco.

"¿Quién está lista para casarse?" Preguntó emocionada una chica rubia. 

Sidney, manteniendo su ceño fruncido, observó a la chica. Ésta sonreía de oreja a oreja, como si se acabase de enterar que había ganado un millón de dólares. ¿Por qué ella no se sentía así? ¿Por qué ella no podía mantener aquella sonrisa resplandeciente en su rostro? ¿Por qué sentía la misma emoción que sentiría una persona que está a punto de ir a una reunión de negocios? Las interrogantes no dejaban de formularse en su conflictiva mente y solamente despegó su mirada de la chica, que resultaba ser su hermana mayor. 

"¿Qué sucede, Sid?" 

Preguntó la chica en un suspiro de resignación mientras se adentraba a la intacta habitación. La chica observaba a su hermana con la mirada perdida en la calle, vistiendo su elegante y despampanante vestido blanco, su cabello caía en cascada sobre su espalda con unas discretas ondulaciones en las puntas y su rostro parecía maquillado por los dioses. Estaba perfecta. 

"Nada"

Murmuró Sidney en un susurro. No sentía ganas de mantener una conversación con Hillary, su hermana, sobre porqué no se sentía a gusto en ése instante. Sabía que nadie entendería lo que ella en realidad sentía. Sentía que no le importaba en lo más mínimo aquella boda. No le importa si alguien siquiera asistía. No le importaba si siquiera el novio asistía. No le importaba nada. Solamente quería quedarse en su cama por días, observando el techo y pensando sobre la mortalidad de un cangrejo. No quería comer, no quería bañarse, no quería arreglarse. No quería respirar. Pero tampoco quería morir. No sabía lo que quería. 

"¿Te sientes nerviosa? ¡Vamos, Sid! ¡Te vas a casar con Jacob Sanx, el chico del que has estado toda tu vida enamorada!" 

Las palabras salían de la boca de Hillary con emoción, con vida. Sidney negó dos veces con su cabeza hacia la pregunta de la chica e inhaló todo el aire que pudo contener en sus pulmones. Quería acabar con aquella situación de una vez por todas. Tal vez Jacob la dejaría en paz durante la luna de miel y así podría dormir el tiempo que quisiera. 

"¿Jacob ya está en el altar?" Preguntó sintiendo su garganta seca. 

La sonrisa de Hillary se ensanchó y asintió repetidas veces. Sidney suspiró con resignación y asintió hacia la ventana, asegurándose de que nada hubiese cambiado en el ambiente, que todo siguiera igual. Y así era. Pasó una mano por su extenso cabello color caoba perfectamente arreglado con flores incrustadas delicadamente entre las trenzas que formaban una corona en la parte superior de su cabello. Había desperdiciado un día de su vida en una peluquería, haciéndose un peinado que no le gustaba para impresionar a invitados que no le agradaban. La vida apestaba en ese momento. 

Dándole la espalda al ventanal, Sidney se dirigió hacia la puerta principal de habitación para poder así bajar con Hillary al altar donde Jacob la esperaba. La sonrisa de Hillary seguía creciendo y cada segundo que transcurría, más dudosa se sentía Sidney sobre sus sentimientos hacia su futuro esposo. La rubia tomó la mano de Sidney, una vez que ésta estuvo frente a ella, y se dispusieron a salir de la habitación. Fuera de ésta, se encontraba una nerviosa madre que caminaba de un extremo del pasillo al otro mientras arruinaba su manicure. La sonrisa de Hillary disminuyó al ver a su madre en aquél estado. 

Desequilibrio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora