Mi padre, Frank, procedía de una familia de agricultores con propiedades en Yorkshire(Inglaterra). Su abuelo-mi bisabuelo John Hawking- era un granjero adinerado, pero compro demasiadas granjas y se arruino con la depresión agrícola que se produjo a principios del siglo 20. Su hijo Robert -mi abuelo -intento ayudar a su padre, pero también quebró. Afortunadamente la esposa de Robert era propietaria de una casa en Boroughbridge en la que dirigía una escuela, lo que reportaba a unos pequeños ingresos. Así lograron enviar a su hijo a Oxford, donde estudió medicina.
Mi padre obtuvo una serie de becas y premios que le permitieron enviar dinero a sus padres. Luego se inició en la investigación en medicina tropical, y en 1937 viajó al este africano para continuar con sus investigaciones. Al estallar la guerra realizó un viaje por tierra a África y descendió por el río Congo para regresar en barco a Inglaterra, donde se presentó como voluntario para el servicio militar. Sin embargo, le dijeron que era más valioso en la investigación médica.
Mi madre nació en Dunfermline (Escocia), la tercera de ocho hijos de un médico de familia . La mayor era una niña con síndrome de Down que vivió separada con una cuidadora hasta que murió a los 13 años. La familia se mudó al sur, a Devon, cuando mi madre tenía doce años. Al igual que la de mi padre su familia no tenía muchos recursos, pero también lograron enviar a mi madre a Oxford. Después de la universidad tuvo varios trabajos, incluido el de inspectora de Hacienda, que no era en absoluto de su agrado. Lo dejo para ser secretaria y así conoció a mi padre durante los primeros años de guerra.
Nací el 8 de enero de 1942, exactamente trescientos años después de la muerte de Galileo, calculo que aquel día nacieron unos doscientos mil niños más, no sé si alguno de ellos más adelante se interesó por la astronomía.
Nací en Oxford, aunque mis padres vivían en Londres.
La causa fue que durante la Segunda Guerra Mundial los alemanes habían pactado que no iban a bombardear Oxford y Cambridge y a cambio los británicos no bombardearían Heidelberg y Gotinga. Es una lástima que ese tipo de acuerdos civilizados no se extendieran a otras ciudades.
Vivíamos al norte de Londres. Mi hermana Mary nació dieciocho meses después que yo y según me contaron no fue muy bienvenida por mi parte. Durante toda nuestra infancia existió cierta tensión entre nosotros, alimentada por la escasa diferencia de edad. No obstante, en nuestra vida de adultos esa tirantez ha desaparecido porque hemos seguido caminos distintos. Ella se convirtió en médico, para gran orgullo de mi padre.
Mi hermana Philippa nació cuando yo tenía casi cinco años y era más capaz de comprender lo que ocurría.
Recuerdo esperar con ilusión su llegada para poder jugar los tres. Era una niña muy intensa y perspicaz, y yo siempre respete su opinión y sus razonamientos. Mi hermano Edward fue adoptado mucho después, cuando tenía catorce años, así que apenas estuvo presente en mi infancia. Era muy distinto de los otros tres niños, pues no era nada académico ni intelectual, algo que probablemente fue bueno para nosotros. Pese a ser un niño más bien difícil, era inevitable cogerle cariño. Murió en 2004 por causas que no fueron esclarecidas adecuadamente. La explicación más plausible es que se intoxicara con los vapores de la cola que estaba utilizando para reformar su piso.
Mi primer recuerdo es estar de pie en la guardería de la Byron House School de Highgate llorando como un loco.
Alrededor los niños jugaban con unos juguetes que parecían maravillosos, y yo quería unirme a ellos, pero solo tenía dos años y medio, era la primera vez que me dejaban con gente que no conocía y estaba asustado. Creo que mis padres se llevaron una sorpresa con mi reacción, pues era su primer hijo y habían leído en manuales de desarrollo infantil que los niños debían estar preparados para empezar a entablar relaciones sociales a los dos años. Sin embargo, me llevaron de allí tras aquella horrible mañana y no volvieron a enviarme a Byron House durante el siguiente año y medio.
En aquellos tiempos, durante la guerra y justo después de que terminara, Highgate era una zona donde vivían varios científicos y académicos. ( En otro país se les habría llamado intelectuales, pero los ingleses jamás han admitido tenerlos.) Todos aquellos padres enviaban a sus hijos a la Byron House School, un colegio muy progresista para la época.
Recuerdo quejarme a mis padres que en la escuela no me enseñaban nada. Los educadores de Byron House no creían en lo que por aquel entonces era la manera aceptada de inculcarnos saberes, y en cambio se suponía que debíamos aprender a leer sin darnos cuenta de que nos estaban enseñando. Al final aprendí a leer, pero no lo conseguí hasta los ocho años, una edad bastante tardía. A mi hermana Philippa le enseñaron con métodos más convencionales y a los cuatro años sabía leer, pero sin duda ella era más lista que yo.
Vivíamos en una casa victoriana muy alta y estrecha que mis padres habían comprado a muy buen precio durante la guerra, cuando todo el mundo creía que Londres iba a ser arrasado por las bombas. De hecho, un cohete V2 impactó a unas cuantas casas de la nuestra. En ese momento yo estaba fuera con mi madre y mi hermana, pero mi padre seguía en casa. Afortunadamente, no resulto herido, y la casa no sufrió daños graves. No obstante, durante años hubo un gran agujero provocado por una bomba más abajo en la misma calle, donde jugaba con mi amigo Howard, que vivía a tres puertas de mi casa. Howard fue toda una revelación para mí por qué sus padres no eran intelectuales como los de todos los niños que conocía. Además, iba a la escuela pública y no a Byron House, y no sabía fútbol y boxeo, deportes que mis padres no seguirían ni en sueños.
Otro recuerdo temprano es el de mi primer tren eléctrico. Durante la guerra no se fabricaban juguetes, por lo menos no para el mercado nacional, pero a mí me apasionaban los trenes. Mi padre intento hacerme un tren de madera, pero no me di por satisfecho por qué quería algo que se moviera solo, así que consiguió un tren de juguete de segunda mano, lo arreglo con una soldadura y me lo dio por Navidad, cuando yo tenía casi 3 años. El tren no funcionaba muy bien, pero justo después de la guerra mi padre viajó a Estados Unidos y cuando regresó, en el Queen Mary, trajo medias para mí madre, que por aquel entonces no se conseguían en Gran Bretaña; y una muñeca que cerraba los ojos cuando la acostabas, para mi hermana Mary, y para mí, un tren americano muy completo con quitapiedras y una pista en forma de ocho. Aún recuerdo la emoción que sentí al abrir la caja.
Los trenes de juguete, que funcionaban dándoles cuerda, estaban muy bien, pero lo que a mí me gustaba de verdad eran los trenes eléctricos. Me pasaba horas observando la maqueta de un club de trenes de juguete que había en Crouch End, cerca de Highgate. Soñaba con los trenes eléctricos. Finalmente, un día que mis padres estaban fuera, aproveche la oportunidad para sacar del banco de Correos todo el dinero que la gente me había dado en ocasiones especiales como mi bautizo, una cantidad muy modesta.
Lo invertí en comprar un juego de tren eléctrico, pero me lleve una gran decepción al ver que tampoco funcionaba muy bien. Debería haberlo devuelto y exigir a la tienda o al fabricante que me dieran otro, pero por aquel entonces sentía que era un privilegio comprar algo, así que si resultaba ser defectuoso, mala suerte. De modo que pague por reparar el motor eléctrico, pero ni siquiera así acabó de funcionar bien.
Más adelante, en mi adolescencia, construía maquetas de aviones y barcos. Nunca fui muy hábil con las manos, pero lo hacía con mi amigo del colegio John McClenahan, que era mucho mejor que yo y cuyo padre tenía un taller en su casa. Mi objetivo siempre era construir modelos que funcionarán y que yo pudiera controlar, no me importaba su aspecto. Creo que era el mismo impulso que me llevó a inventar una serie de juegos muy complejos con otro amigo del colegio, Roger Ferneyhough. Teníamos un juego de fabricación, muy completo, con fábricas donde se hacían unidades de diferentes colores, carreteras y vías ferroviarias por las que se transportaban, y contaba también con un mercado de valores. Había un juego de guerra que se jugaba sobre un tablero de cuatro mil cuadrados, e incluso un juego feudal en el que cada jugador era una dinastía entera con su árbol genealógico. Creo que esos juegos, así como trenes, los barcos y los aviones, eran fruto de una necesidad de saber cómo funcionaban los sistemas y como controlarlos. Desde que empecé mi doctorado, esa inquietud quedaba cubierta con mis investigaciones en cosmología . Si entiendes cómo funciona el universo, en cierto modo lo controlas.
ESTÁS LEYENDO
Breve historia de mi vida
Non-FictionBreve historia de mi vida cuenta el sorprendente viaje de Stephen Hawking desde su niñez en el Londres de la posguerra a sus años de fama internacional Clarividente, íntimo y sabio, Breve historia de mi vida nos abre una ventana al cosmos personal...