Insistía

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A veces me parece un poco increíble como un fugaz pensamiento puede cambiar una noche, un día o tu vida entera... Acabo de pensar que, quizá, mi pareja no me entiende demasiado; quizás tampoco me toma en serio las veces que debería, pero sé que me ama. Ese no es el pensamiento que cambió todo, tampoco sé si siquiera era realmente un pensamiento, una imagen o un recuerdo. No sé qué pasó realmente por mi cabeza, obviamente además de complejos dolorosos y pesadillas incesantes.

Sentí que lloraba pero sólo en mis adentros, mis ojos ni se inmutaron. Veía la pantalla de mi computadora como si fuera el inmenso cielo, casi hasta el fondo donde yo sabía que no había absolutamente nada. Mis oídos escuchaban atentos cosas que no quería escuchar. Yo seguía viendo la pantalla como si pudiese devorarme.

Me apareció el pensamiento de la muerte en un instante. Una parte de mí estaba asustada mientras caminaba a paso suave hasta mi habitación, donde sólo me disponía a cambiarme de ropa. La tristeza estaba escrita en mi frente de una manera descomunal, casi podía verla si me veía al espejo. Mi espejo... Un cristal manchado, lleno de rotulador y poesía escrita con un lápiz de ojos negro. Casi ni podía verme, esa era la idea.

Sigo acá sentada frente a la pantalla después de eso. Con mi mirada hueca y las manos temblorosas. Con nadie a mi alrededor, ni siquiera conmigo misma. Todavía sin saber qué pensé; todavía sin saber qué hacer... Todavía sin saber quién soy y porqué me hago daño.

Escuché claramente una voz muy conocida y amada entre el basto humo oscuro de mi mente. Era él. Él insistía. Insistía en amarme aun cuando no podía evitar mis depresiones, ni mis angustias. Insistía en amarme aun cuando mi cabeza se enfrascaba en estar hundida y sin opciones. Insistía e insistía.

Ese insistir me regalaba vida.

Cuando Dios me abandonaba ahí estaba él, insistiendo, quedándose, amándome, sosteniéndome. Pero, ¿qué era yo? Qué era yo para no tener Dios pero sí para tenerlo a él. ¿Quién era para tenerlo a mi lado, insistiendo, besando mi existencia y amarrando a mis demonios? ¿Quién era para merecer siquiera una atención de sus intenciones? ¿Quién?

Mi anhelo más grande era proteger esa eternidad. Resguardar y cuidar cada centímetro de su alma. Cada pedazo, cada todo. ¿Qué era yo para siquiera anhelar eso? ¿Quién era? La noche no acababa si él estaba allí. No importa qué tan tormentosa fuera, no importa qué tan difícil, no importa qué tantas heridas provoquen. No importaba nada porque él estaba para insistir.

El pensamiento, la imagen o el recuerdo, no lo sé. Era de él. Todo lo mío, todo lo que me mueve, todo lo que acelera, todo lo que frena, lo que destruye o crea en mí, es de él. ¿Qué pasaría si un día despertara y él no estuviese allí para insistir? ¿Qué pasaría si la vida se me acaba y no pudiese verlo más? ¿Qué pasaría si un día mis oídos no escucharan su voz? ¿Ella me llevaría? ¿La muerte me llevaría?

Así como él insiste, yo insisto, aunque él no lo necesite. Yo insisto porque si no ya sería demasiado inútil, demasiado inmerecedora, demasiado triste y él, entonces, ya no insistiría. El sólo pensar que no esté me rompe el alma. Si con él yo no era nada, ¿qué sería entonces sin él?

Sería demasiado egoísta pedir que no llore ni sufra, que yo lo haría por él. Sería demasiado egoísta, sería demasiado arraigada. ¿Quién soy yo para pedirle que no sufra y sólo insista? Soy egoísta y no soy nadie, pero sigo pidiéndolo. Sigo rogándolo porque si no, me moriría.

Ya mencioné que Dios me ha abandonado. No sólo una vez, sino muchas. Muchas veces. Y cuando eso pasa él se ha quedado y ha insistido, él ha dado la espalda a Dios y ha elegido insistir. ¿Qué será de mí si no elige insistir? ¿Quién soy yo para pedirle que insista y le de la espalda a Dios?

Él sigue insistiendo, yo sigo andando. Aunque mis pies escuecen, mi mirada se caiga y mis pensamientos me mientan. Aunque él siga sin entenderme, aunque él no me tome en serio en ocasiones, aunque él sufra a veces por mi culpa. Aunque la vida me falte, la muerte me sobre, aunque desfallezca en sus brazos, él sigue insistiendo. Yo sigo acá, andando, aun sin saber qué hacer, aun sin saber quién soy, pero sí sabiendo porqué me hago daño.


Él InsistíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora