Un destino cruel

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Alith cabalgó escoltado por Aneltain hasta el campamento caledoriano. Para entonces ya había hablado con Tharion y había averiguado que cerca de cuatrocientos de sus guerreros habían caído en la batalla y más del doble de esa cantidad habían resultado heridos de gravedad. La irrupción de los caledorianos había desequilibrado la balanza a su favor; sin embargo, los druchii habían continuado luchando con ferocidad y sólo se desmoronaron cuando el sol ya se ponía y se cernía la noche. Todo había terminado con el ejército de Anlec retirándose de regreso al paso montañoso, perseguido por los vengativos Guardianes de Ellyrion y los príncipes dragoneros.

En el campamento reinaba un ambiente de celebración. Las hogueras ardían alegremente y las canciones y las risas se propagaban entre las tiendas rojiblancas. El pabellón de los príncipes dragoneros era de una altura muy superior a la del resto de las tiendas del campamento, y el techo se sustentaba sobre tres postes descomunales, en cuyas puntas ondeaban las banderas de Caledor.

Según iban desmontando los oficiales frente a la puerta abierta de la imponente tienda, aparecían guerreros para llevarse sus caballos. Cuando Alith entró, se topó con una muchedumbre de elfos, tanto caledorianos como ellyrianos, que mantenían animadas conversaciones con un brillo en la mirada y los rostros rubicundos por la victoria y el vino. Los cuatro príncipes dragoneros eran agasajados en el centro del pabellón, todavía embutidos en sus armaduras salpicadas de sangre. Junto a ellos se encontraban Athielle y Finudel, con los rostros iluminados por sendas sonrisas.

Alith atrajo todas las miradas mientras se encaminaba hacia ellos, pero el joven Anar sólo se percató de la reacción de Athielle, que torció el gesto con desagrado y se apartó dejando a su hermano entre ambos. Antes de que el joven Anar abriera la boca, uno de los caledorianos se le adelantó.

—¿A quién tenemos aquí? —exclamó con una voz profunda y en un tono de bienvenida el príncipe, examinando a Alith descaradamente con sus penetrantes ojos azules.

—Soy Alith de Anar, príncipe de Nagarythe.

—¿Un naggarothi? —inquirió el caledoriano, que enarcó una ceja con suspicacia y reculó ligeramente apartándose de Alith.

—Es un aliado, Dorien —aclaró Finudel—. Me temo que de no haber sido por las acciones de Alith nos habríais encontrado muertos.

El príncipe caledoriano ladeó la cabeza y miró con desdén al joven elfo. El señor de Anar le respondió con una mirada igualmente preñada de desprecio.

—Alith, os presento al príncipe Dorien —dijo Finudel, rompiendo el incómodo silencio que se había instalado entre los grupos de elfos vecinos—. Hermano menor del Rey Caledor.

Alith no hizo el más leve gesto y siguió con la mirada clavada en los ojos de Dorien.

—¿Dónde está Elthyrior? —preguntó Athielle, pasando por delante de su hermano. Alith desvió la mirada del caledoriano para posarla en ella—. ¿Dónde estará?

—No lo sé —respondió Alith, meneando la cabeza—. Va donde Morai-Heg le indica. Los heraldos negros recogieron a sus muertos y desaparecieron en el Athelian Toryr. Puede ser que nunca más volváis a verlo.

—¿Anar? —dijo otro de los caledorianos—. Me suena ese nombre. Se lo oí mencionar a los prisioneros que capturamos en Lothern.

—¿Y qué decían? —preguntó Alith.

—Que los Anar habían marchado con Malekith y se habían enfrentado a Morathi —respondió el príncipe, tendiéndole una mano—. Me llamo Thyrinor. Y os doy la bienvenida a nuestro campamento, aunque mi temperamental primo no esté de acuerdo conmigo.

El Rey SombríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora