El cumplimiento de un juramento

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Alith corrió durante muchas jornadas enteras en dirección sur por tierras de Ellyrion, embriagado del espíritu de la cacería. Completamente desnudo, excepto por las armas, ignoró las caballadas ellyrianas y viajó día y noche sin descanso. Poseído por la visión de la nueva guerra que emprendería contra los druchii, ni siquiera se detuvo para cazar y beber frugalmente. Sus guerreros cazarían como manadas, como los Sombríos de antaño.

Una noche cerrada coronó la cima de una colina y volvió la vista al sur. Al este, las luces de Tor Elyr rielaban en las aguas del Mar Interior. En un instante de vacilación se apoderó de él una postrera sensación de tristeza al contemplar la ciudad de Athielle. Sin embargo, su congoja se esfumó al momento y al sur divisó las discretas lámparas del campamento naggarothi.

En su aproximación al campamento recibió el alto de un piquete que le exigió que se identificara. Sólo cuando reparó en el gesto de estupefacción en el rostro del centinela se dio cuenta de lo estrafalario de su aspecto. Mientras Alith se presentaba, el naggarothi lo examinaba de arriba abajo, debatiéndose entre el júbilo y la incredulidad.

—Informa a Khillrallion y a Tharion de que deseo verlos inmediatamente —dijo Alith, internándose a trancos en el campamento sin un atisbo de rubor.

—Alteza, ¿dónde habéis estado? —preguntó el guerrero, siguiendo a cierta distancia a su señor—. Temíamos que hubierais muerto o que os hubieran hecho prisionero.

—Eso nunca ocurrirá —respondió Alith, con media sonrisa en los labios—. Los druchii nunca me atraparán.

Alith ordenó al soldado que se adelantara y buscara a sus lugartenientes, y él enfiló directamente hacia el tosco pabellón de sus dependencias. No dejaban de emerger naggarothi de sus chozas y tiendas para ver a su príncipe recién regresado. Alith ignoró sus miradas inquisitivas, aunque notó que eran tantos los se quedaban atónitos por su aspecto como los que se fijaban en el arco de la luna que aferraba en la mano.

Tharion atravesó el campamento a la carrera y alcanzó a Alith cuando éste llegaba a la puerta de su pabellón.

—¡Príncipe Alith! —gritó el comandante con una mezcla de alivio y sorpresa—. ¡Me costó creerlo al principio!

Tharion continuó con una ristra de preguntas sobre su paradero y los sucesos que le habían acontecido, pero Alith se negó a responder. Su experiencia en Averlorn sólo le pertenecía a él y no estaba dispuesto a compartirla con nadie. Lo único que su pueblo necesitaba saber era que su príncipe había regresado con una nueva determinación.

Khillrallion llegó acompañado de otro elfo: Carathril. Alith se sorprendió de la presencia de Carathril tanto como éste de la aparición del príncipe. Se saludaron con frialdad, ambos recelosos de las motivaciones del otro.

—¿Qué trae al heraldo del Rey Fénix a mi campamento? —preguntó Alith mientras entraban en la sala principal del pabellón.

Depositó cuidadosamente el arco de la luna en la mesa alargada y luego se quitó el cinturón y la aljaba, y los dejó en un rincón. Atento y con el porte digno, Alith se sentó a la cabeza de la mesa e hizo un gesto a los demás para que tomaran asiento.

—Carathril se encuentra aquí en respuesta a mi petición —dijo Tharion, intercambiando una mirada con Khillrallion—. Cuando desaparecisteis, no supimos qué hacer, así que buscamos el consejo del Rey Caledor para saber de qué manera podíamos prestar un apoyo más eficaz a su causa. Hemos estado discutiendo la posibilidad de sumarnos a las fuerzas de Caledor en su próxima campaña.

—Eso no será necesario —repuso Alith, que se volvió a Carathril—. Sin embargo, vuestro viaje no resultará del todo en vano. Regresad junto a vuestro señor e informadle de que nutridos ejércitos druchii han invadido Averlorn. Probablemente, ya hayan llegado a los límites del Valle de Gaen.

El Rey SombríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora