La noche de los cuchillos oscuros

71 0 0
                                    

Pese a que contrariar a Morathi no era una experiencia de la que habitualmente se saliera con vida, Alandrian mantuvo a raya sus nervios mientras ascendía a trancos los escalones del palacio de Anlec. Si bien era cierto que no había matado ni capturado al enigmático Rey Sombrío, había estado más cerca de conseguirlo que nadie en los últimos seis años. No era tan estúpido como para pensar que Morathi le disculparía su fracaso sin más, pero ya había ideado un nuevo plan para atrapar al escurridizo renegado; un plan que no sólo supondría un éxito en su objetivo, sino que también serviría de acto de contrición para enmendar su error. Incluso se había permitido el atrevimiento de solicitar una audiencia en vez de esperar la llamada de la reina.

Nada más entrar en la cámara del trono, Alandrian se quedó perplejo por la sonrisa que dibujaban los labios de Morathi. La reina estaba sentada en una butaca junto al gran trono de Aenarion, envuelta en una abultada toga de piel blanca y seda negra, con los brazos y las piernas descubiertos y la piel pálida a la luz de la lámpara. Todo en su porte rezumaba cordialidad, lo que resultaba aún más desconcertante. Alandrian reprimió el escalofrío que le sobrevino al notar cómo la magia negra le trepaba por la piel; le pareció vislumbrar unas figuras revoloteando en las sombras y creyó oír unas voces que susurraban y parloteaban a su alrededor, pero se esforzó por ignorar las provocaciones y las promesas de los murmullos, y trató de concentrarse en la reina hechicera.

—Majestad —dijo Alandrian, haciendo una reverencia honda y prolongada—. Os ofrezco mis más sinceras disculpas por el fracaso en la detención del insurgente que lleva turbando vuestros pensamientos tanto tiempo.

—Levantaos —repuso Morathi, en un tono ni severo ni amable. Y en ese mismo tono neutro añadió—: Malgastaríamos mucho tiempo, yo reprochándoos vuestro fracaso y vos disculpándoos y poniendo excusas. Supongamos que ya hemos mantenido esa conversación en los términos que ambos preveíamos.

Alandrian se sobrecogió. ¿No le ofrecería la oportunidad de defenderse? Quizá había sobreestimado su posición e influencia.

—Y estoy convencida de que vuestra argumentación concluiría con una proposición para reparar vuestro fiasco —agregó Morathi en un tono más suave.

La reina se puso en pie e hizo una seña a un grupo de sombras, que hasta entonces habían estado merodeando por los rincones penumbrosos de la sala, para que se acercaran. Tres hechiceros —dos elfas y un elfo— emergieron de la oscuridad; iban ataviados con túnicas de un oscuro color púrpura y en la piel tenían pintados unos símbolos arcaicos que a Alandrian le dieron dentera. Nunca se había sentido cómodo con la brujería, pues la consideraba un arma peligrosa para quien la blandía.

—Estos son tres de mis protegidos más prometedores, Alandrian —dijo Morathi, deslizándose con ligereza por la sala en dirección al príncipe, seguida por su séquito de hechiceros.

Alandrian tragó saliva; su mirada saltaba alternativamente de los ojos seductores de Morathi a las miradas severas de sus discípulos.

La reina hechicera se detuvo frente a él y le puso un dedo en los labios cuando hizo el ademán de hablar. Alandrian se estremeció al sentir cómo le recorría el cuerpo la energía que le transmitía el contacto con Morathi y notó que el corazón se le aceleraba y despertaba en su interior unos impulsos que no había sentido desde el sacrificio de su esposa.

—¡Chsss, príncipe! Dejadme terminar —musitó Morathi con una voz suave como el roce del terciopelo en la piel—. Tenéis otro plan para capturar al Rey Sombrío y sólo me pedís que sea compasiva y generosa y os conceda otra oportunidad, ¿no es así?

Alandrian asintió en silencio, sin atreverse a hablar. Entre la magia negra que le entorpecía los sentidos y la presencia sensual de Morathi, era incapaz de hilvanar dos ideas. Temblaba de una manera descontrolada, atenazado por la lujuria y el terror abyecto; ambas emociones producto de una misma causa.

El Rey SombríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora