capitulo 4

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Aquí estoy de nuevo, querido Diario, cronicando... (No, si cuando me da por escribir...):

Después de todo salió bueno el festejo. ¡Recibi un montón de regalos! Todavía es como que escuchara la música de fondo. Yo no quería fiesta de 15, pero mi mamá insistió, insistió, insistió...y ya se sabe que no se puede contra una madre porfiada (menos con la mía). La preparó como si fuese ella la que cumplía los 15. Y se la hizo pagar todita a mi viejo, claro.

Abuela Yamile prestó su casa. Es una casona enorme, antigua. Antes quedaba en las afueras, pero, ahora que la ciudad creció, parece estar más cerca. Ojalá no le edifiquen edificios alrededor y el cemento no le trague la luz al patio.

En esa casa nací... Bueno, nacer... lo que se dice nacer, no... pero sí, ahí llegue con mi familia por primera vez. En el zaguán de ingreso están las fotos de las cuatro generaciones de Zucarías (incluidos papá y yo, cuando era chiquita ). ¡Si hablaran esas paredes... las historias que se sabrían! Es que da para todo esa casota. Una vez arranqué un pedazo de zócalo de madera que sobresalía del borde de la escalera que lleva al altillo, y descubrí montones de pequeños trozos de azulejos turquesa, todos prolijamente cuadrados, perfectos para jugar horas y horas a armar hileras, paisajes y formas de animales. Papá me confesó que ese también había sido su escondite secreto cuando niño. Guardé en aquel refugio una cadena con la medalla de una Virgen ( muy pequeñita, casi un dije), que dice mamá que traía puesta cuando me trajeron del juzgado de menores.

Adoro esa casa. De chica me fascinaba y, aún hoy, me llena de alegría y de fantásticos pensamientos cuando me echó sobre el piso de la galería a contar los caballitos y flores de lis de los mosaicos. Tienen seis habitaciones y un balcón de princesa al que se llega mejor trepando la glicina que por la puerta ventana de la habitación principal. ¡Ah!, y un parque maravilloso ( aunque un poco selvático, ya), con una fuente de angelitos custodiados por dos palmeras gigantes.

A metros de la fuente montaron la carpa para la fiesta. Por suerte sin globos rosados, ni lilas, ni blancos, ni de ningún color. Le prohibí a mi vieja poner globos. Los detestó, cuando era chica les tenía terror. Igual que a los payasos. (¿Sere normal yo?). Es que no quería fiesta. No me gustan las fiestas, ni los cumpleaños, ni las Navidades ( los regalos sí). Para mis 15 preferiría ir de viaje con la tía Beba a Brasil, pero no me dejaron (para variar ). Tía dice que lo mismo, cuando yo cumpla 17 y ella se gane la lotería, vamos a ir.

Bueno,pero al fin el festejo no estuvo mal, aunque tuve que imponer algo de sentido común un par de veces. Papá y su mujer ( yo creó que fue idea de la ridícula de Adela) pretendían que me pusiera un vestido rosa rocío, lleno de piedras brillantes. Me lo mostraron en un catálogo de la colección de una casa de vestidos de fiestas. La modelo parecía una muñeca del libraco de historia que herede de mi tía abuela (...de cuando ella iba al colegio), llena de tules y encajes. Antes muerta que ponerme eso. Mamá, a quien le hubiera encantado verme en alguna de esas versiones Barbie, se hizo de mi lado por puro gusto de oponerse a mi viejo. Zafé ( Rubén en esto no corta ni pincha... La que me faltaría, ¿no?) Así que me compre unas calzas de seda con una mini de gasa arriba, ambas negras. Una blusa negra y roja con aplicaciones plateadas (cortita,así cuando bailé pude mostrar el piercing de plata que me puse en el ombligo). Al fin y al cabo algo de brillo tenía que llevar. Tacos colorados (no tan altos como hubiese querido por que si no le hiba a sacar una cabeza de ventaja a cualquiera de mis amigos).

Me corté el pelo a la nuca ( no fuera que quisieran hacerme bucles de princesa). Me maquillaron apenas y tuve que agregarme algo más de delineador de ojos. Un bombón, propia mente. (Lo confieso, no me importa, total este diario es sólo para mi... Me encanta cuando papá me llama su bombón).

Al bajar del cuarto hacia la fiesta, papá me colgó una cadena de oro blanco ( sabe que odio lo dorado) con un brillante casi microscópico , su regalo. Me sentí una reina en su baile de presentación. Es un romántico incurable, mi viejo. Mamá soltó el moco, y al pie de la escalera me dio una pulsera preciosa con tres dijes de plata (una "C", por mi nombre, obvio; un corazón, por el amor que me tiene, dijo; y el tercero, una ranita esmaltada ¡preciosa!, por la canción que siempre cantaba para dormirme... " cucú, cucú..."). ¡Que lindo sonó todo eso!... los dijes le pusieron música de cascabeles el abrazo que nos dimos. (¡Ay!... No quiero parecer odiosa, pero, por un lado, me sentí halagada y protegida por mis padres con esas alhajas, pero por el otro, los imaginé como encadenandomé al cogote y la mano para no soltarme más... Sí, se que suena terrible... Soy una porquería...)

Lo cierto (sin falsas modestias) es que me veía F-A-B-U-L-O-S-A. Rara vez me gusto, siempre me falta relleno o me sobran granitos. Me ajusta la ropa o NME quedan embolsados los jeans. Pero para mis 15 ¡estaba genial! Voy a pegar una foto acá,para no olvidar que aveces soy linda.

Todos me esperaban, a oscuras. Cuando puse un pie adentro de la carpa, un cono de luz me iluminó y una bola giratoria destelló luces intermitentes de colores. Comenzó a sonar una de mis canciones favoritas:

Apoya sobre mi brazo tu pequeño corazón. No temas,
detrás de la ochava nada puede alarmarnos demasiado
Sólo el horizonte que asoma para luego volver a esconderse.

Unos maestros los Sarna con gusto; son lo más. Todos cantaban y aplaudían sonrientes siguiendo el ritmo de mi banda de rock preferida ( mamá quería poner a una lenta... bien romántica... puaj.... ¡qué ridícula!).

Cuando digo que estaban todos, son ¡ T-O-D-O-S ! A la derecha mamá y su familia ( en esta ocasión, versión Ingalls). A la izquierda, en la otra punta del ring, papá con la suya. Por fortuna, el centro del semicírculo, repleto de amigos mios.

Marianella salió a mi encuentro para darme el primer abrazo, con una rosa en la mano. Es mi mejor amiga del alma. Nos conocemos desde siempre ( mismo colegio, mismos gustos, mismo club). Íntimas.

Luego, los ochenta invitados se me vinieron encima. Di tantos besos que me despinte un poco.

Un pelotón de amigas me llevaron de acá para allá toda la noche. Debo reconocer que estuvo buena la fiesta: la comida exquisita y con autoservicio, por que eso de esperar que los mozos te sirvan lo que ellos quieren... (No quiero ser tan retorcida, pero no puedo evitarlo... Siempre observó particularmente las manos de quienes me alcanzan o preparan alimentos, mmm... por que van al baño y tienen nariz, como todo humano... ¡Ajjj! Ni pensar... ¡Basta!)

Sí. Mucho mejor servirse y comer lo que a uno le gusta. Quien quiso armo su menú con lo que había disponible: fetas de carne, de pollo, de cerdo, fiambres, verduras, salsas, arrollados y panes. Pizzas a la madrugada. Mesa de dulce por otro lado. Yo comí poco, pero las bandejas quedaron peladas después de la media noche.

Los arreglos de flores blancas, amarillas y anaranjadas en las mesas quedaron preciosos. Mamá y tía Beba los armaron uno por uno. El que se puso un poco pesado fue el fotógrafo, que me llevaba a cada rincón para posar con los invitados. Tía Beba también, toda la noche, estuvo dele disparar al flash de su digital. Me harté de hacer muecas para las fotos. Pero mis amigas venían a rescatarme a cada rato. Comimos, bebimos, bailamos, transpiramos. Ni hablar de las filmaciones (odié a mi vieja por ese vídeo trillado con fotos y películas de toda mi vida, proyectado en una pantalla gigante... ¿Le puedo perdonar que haya mostrado aquella foto mía del primer día que hize pis en el inodoro,calzón abajo y con el dedo incrustado en la nariz, escarbandome hasta el cerebro?... A veces pareciera me me odia esa mujer...). Luego vinieron los suvenires, las velas, el vals de los 15 con papá, con Rubén, con el abuelo Albergó y con mis hermanastros. Mamá llorando. Adela también, para no ser menos. Por fin parecía la cenicienta. Faltaba que después de las doce campanadas perdiera un zapato y ¡ya!

Abuela Yamile juntaba los regalos poniéndoles nombres a los que no traían tarjeta, para que los abriese al otro día, más tranquila. No podía con todo.

El que me sacó a bailar el vals, también, fue Sebas. Que lindo estaba. Más que nunca. (Ya me canse de escribir). Siempre tuya.

Ceci

El jamón del sándwichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora