21 de abril de 1918

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dedicado a Barón Rojo.

Todo tiembla, mi cuerpo y mi fokker Dr. I.  Aire, velocidad, peligro, tensión, placer...  Allá, a lo lejos, los veo. Me temen, lo sé, pero no por ello dejarán de acercarse ¿Será este el final que vine a buscar? 

El sonido de los motores me relaja, amo este sonido. Sin este rugir de motores mi vida no es vida. El mundo de los hombres queda lejos, allá abajo, y se percibe todo con una nueva claridad, aquí arriba.

Los enemigos me ven nítidamente, quiero que sepan a quién se enfrentan. Dos de los ocho se desvían divergiendo hacia derecha e izquierda, mantenemos la formación, esas son mis órdenes, mantener la formación. Somos seis. En tierra, los los artilleros despliegan una lluvia invertida de sonoridad sibilante. Todos sabemos qué hacer.

Están tan cerca que unos segundos más provocarían un impacto kamikaze, no es eso lo que busco, es su miedo. Porque yo carezco de él pero siento su terror. Dos de ellos se desvían de manera aleatoria, atenazados por el miedo; las alas de ambos aparatos chocan entre ellas, y se produce una explosión cuya onda expansiva, cual si del mar se tratara, hace temblar nuestro aviones. En el mismo segundo que antecede al impacto me desvío en pirueta invertida hacia abajo, en picado, y vuelvo a subir apareciendoles por la espalda.  Dos de los míos suben con anterioridad y siguen a los aviones que desviaron su rumbo kilómetros antes. Dos bajan conmigo, imitando mis movimientos. El último no cambia su trayectoria, haciendo que uno de los enemigos vire de manera atolondrada, perdiendo el control de su aparato y cayendo al vacío. Solo quedan tres.

Comienza el ataque, y mientras el temblor de las descargas de mi avión hace que una especie de terremoto en el aire se apodere de todo mi ser... un solo proyectil me atraviesa el pecho.

No puedo respirar. Caigo en picado. Placer. La muerte se acerca. Mi estómago se contrae. Todo se oscurece. El sonido del motor, me relaja...

****

¿Pero dónde estoy?

Con mis manos toco algo duro, aunque no demasiado frío ¡No puedo abrir los ojos, los tengo pegados con alguna especie de sustancia pegajosaaa!, ¿Pero qué...? ¡Mi bocaa, tampoco puedo abrir mi boca! El ambiente en derredor mio es opresivo. Mis piernas sí, las piernas puedo moverlas o qué... ¡No entiendo que me pasa...estoy viéndome desde arriba...!

¡Estoy embalsamado, estoy muerto, estoy enterrado!

Me asusto y salgo de mi tumba. Me veo tal cual, como iba antes de morir, pero no puede ser, llevo mi casco, mis gafas de aviador, todo, incluso la bala instalada en mi cuerpo, todo sigue ahí. No siento dolor. Ni frío, ni siquiera siento cansancio. Sé que he muerto. Pero la guerra sigue. La guerra sigue...

****

24 de  Abril de 1918

Un escuadrón inglés sobrevuela el cielo de Francia. A lo lejos aparece un avión rojo con cruces de hierro acercarse a una velocidad imposible. Dentro, un piloto enfundado en su traje de aviador, sonriente y cadavérico embiste sin piedad acabando con todos ellos en un ataque encadenado de piruetas en el aire que desafía las leyes de la física... y después desaparece en el horizonte sin dejar ni rastro hasta su próxima batalla.

Cuentan algunos que sobrevuela los cielos en busca de enemigos, y que repite su destino una, y otra, y otra vez... porque al Barón, el sonido de los motores le relaja y el mundo de los hombres siempre le quedó lejos.




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⏰ Última actualización: Feb 19, 2016 ⏰

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