Prólogo.

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En el primer fragmento de tiempo una muchacha dobló la esquina para llegar a un punto de encuentro.

Su cabello se arremolinaba y se suspendía bailando con las hojas anaranjadas que precedían el comienzo del otoño. Cielo nocturno plomizo, olor a lluvia y a cuidad. Ignoro con una destreza impecable la sensación de extraña desolación que casi llegó a sentir y respiró todo el aire que sus pulmones pudieron contener. Silenciosamente se quejó consigo misma por no haberse llevado algo más de abrigo. Sus hombros estaban contraídos y sus manos hundidas con fuerza en los bolsillos delanteros su jean. Daba zancadas largas por las aceras vacías para avanzar más rápido.

Finalmente, divisó una figura apoyada contra una pared algo despintada y oscura. Apretó el paso y una sonrisa espontanea afloró de sus labios.

-Hey

Él levantó la vista del piso. Y cuando ella lo miró a los ojos solo encontró a un desconocido.

-Tienes que dejar esto atrás –soltó como si estuviese hablando del clima o de ir a ver una película. Lo dijo con la naturalidad de un niño, como si no supiese que estaba desgarrando su corazón.

Y de una extraña manera ella sabía que algo andaba mal desde el principio, que hablaba en serio. Pero todavía sus uñas seguían sujetas al abismo de la esperanza, y pensaba aferrarse este con todas sus fuerzas.

-Tus bromas son patéticas Gartner –intentó sonar natural como si también estuviese hablando del clima o de ir a ver una película. Pero los músculos de su garganta estaban tensos y sentía una sensación parecida al las nauseas.

-Mira, la verdad no tengo nada personal contigo –se reacomodó en la pared en la que estaba recargado-. Toma esto como un consejo: Nunca, nadie, podría llegar a sentir un poco de afecto por ti –Dijo lentamente con desprecio y cuidado.

-¿Qué... te sucede? ¿Qué es esto? –Y por primera vez en toda su vida, ella tartamudeó.

Él soltó un suspiro, exasperado.

La joven que no sabía lo que era el miedo, el fracaso, la imponente persona que cuando caminaba con su andar decidido hacía que la gente a su alrededor se sintiera como algo parecido a insectos. Esa, esa chica parecía ser una cara desconocida en un sueño, una imagen desdibujada que se hundía en su subconsciente.

Porque algo en ella –quizás su cuerpo, quizás su mente o quizás su alma- se dio cuenta de la realidad un poco antes que el resto de sus demás partes. Sabía que el velo de anestesia que la cubría dentro de poco dejaría de estar. Se acercaba el golpe de la caída, y eso iba a doler.

En ese preciso instante en donde todos los sentimientos que suceden en instantes existen sus ojos se empezaron a cristalizar.

-No... no, te irás... te irás –murmuró casi para si misma, como si estuviese recitando un rezo-. No puedes hacerlo.

-Sí que puedo. No puedes ordenarme a hacer absolutamente nada –intentaba hablar con calma. Sujetó su cabello con fuerza -¿No entiendes? No te mentí en absolutamente todo, si pude ver cada parte de todo lo que ocultas. Vi de ti más que de lo que nadie vio o vera, ¿Y sabes qué? No encontré absolutamente nada –Él decía cada palabra como si flotara, ligero y sin culpas -. Eres igual a absolutamente todas y cada una de esas personas que ves como si fuesen pedazos de mierda, incluso peor. Porque solo eres un insecto con complejo de princesa, como todas las chicas de tu clase. Y como ellas también piensas que eres diferente. Todas pensaron que las amaba, ¿No lo entiendes? –repitió la pregunta que pretendía él hacerla entrar de algún modo, en razón -. Creí que eras más intelig...

-Para por favor... -suplicó la joven que una vez nunca suplicó en toda su vida- Ya lo entiendo –y cuánto deseaba no hacerlo, el peso de su crueldad caía en ella como una placa acero aplastándose contra su tórax-. Aprendí a amar y entregar mi corazón a una persona que no existió.

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⏰ Última actualización: Oct 08, 2015 ⏰

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22.10.18 Cómo dejar de sentirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora