El salón real abrumaba por la solemnidad de su tamaño, ahora acentuada por su inquietante vacuidad. Días atrás la sala estaba repleta de majestuosas estatuas, fastuosas obras de arte y magníficos muebles. La opulencia del salón hubiera bastado para hacer enrojecer a más de un rey, pero ahora solo el vacío lo decoraba. La breve pero feroz pelea que tuvo lugar en el salón había devastado las estatuas, reducido los muebles a meros escombros y desintegrado los finos oleos.
Cuatro hombres se encontraban en la estancia en ese momento, enalteciendo la sensación de inquietud que proporcionaba el vacío con la insignificante presencia que suponían en comparación con las multitudes que podría albergar la estancia. De los cuatro hombres únicamente el rey no estaba sentado en el suelo, aunque la silla en la que reposaba brillaba por su sencillez, pues no difería de ninguna manera con la que se hubiera podido encontrar en la casa de cualquier campesino. Xarn solo llevaba unos ligeros pantalones de paño, dejando a la vista su ancho torso, tremendamente musculado y lleno de cicatrices, producto de múltiples combates. En su espalda podría apreciarse un tatuaje, que la cubría desde la escapula hasta las lumbares, de un demonio humanoide con una amenazante hacha en su mano izquierda y un pesado espadón en la derecha. Dicho tatuaje le había otorgado en su tierra natal el apodo de "El Demonio del Norte". A pesar de que el clima en esa época era suave y agradable, los nuevos líderes de Sadalfev lo encontraban tremendamente asfixiante, pues en el gélido norte de donde provenían esa temperatura era rara de ver incluso en verano.
El pelo, negro y largo hasta los hombros, estaba pegado al cráneo debido al copioso sudor. Sus ojos, de un verde intenso, miraban fijamente la corona, que estaba dando vueltas entre sus dedos.
-Bueno, bueno, entonces, mi queridísimo Redmond, ¿por fin sabes la extensión de nuestros nuevos dominios o he de darte unos meses más?- la voz de Xarn sonaba fría y el mencionado tuvo un pequeño sobresalto al escuchar su nombre.
-Señor, lamento haber tardado tanto, pero debería comprenderlo. Estos bárbaros sureños usan otras unidades de medida, tuve que guiarme por accidentes geográficos que vimos en nuestro camino hacia aquí y de ahí extrapolar una distancia, pero finalmente tengo una idea aproximada- dijo Redmond mientras se levantaba del suelo. Era un hombre de avanzada edad con una prominente calvicie que destacaba entre la juventud de sus compañeros y aunque caminaba ligeramente encorvado era un hombre alto y vigoroso, aun lleno de fuerza. Sus ojos de un gris pálido contemplaban todo a su alrededor con calma y denotaban una amplia sabiduría, producto del paso de los años - Las territorios que controla esta aldea suponen unas seiscientas leguas cuadradas, pero por la información que he encontrado hay una pequeña zona al oeste que legalmente no pertenece a ningún reino y de la que podríamos aprovecharnos.
-¿Tiene alguna importancia o es simplemente un erial alejado de la mano de los dioses?
-Todo lo que he encontrado mínimamente relacionado con ese territorio habla de grandes minas. Al parecer formó parte de Sadalfev, pero tras el agotamiento de las vetas de oro y plata la zona fue abandonada y quedó como tierra de nadie. Estos sureños son bastante estúpidos, todos los informes dicen que había hierro en grandes cantidades y al parecer no fue explotado en demasía, tampoco he encontrado indicios de que se excavara muy profundo y aunque es algo que pueda haberse omitido en los informes, puede que todavía quede algo del más noble de los metales- la sonrisa de Redmond desentonaba totalmente con su rostro beatifico pues cuando sonreía su mandíbula se desencajaba ligeramente, dándole un aire tétrico.
ESTÁS LEYENDO
Tierra en Caos
FantasiaLas tierras del gran Continente Adelfano llevan siglos de aparente tranquilidad. La población crece, los alimentos no escasean, las guerras son infrecuentes y suaves. ¿qué puede ocurrir cuándo en estas pacíficas tierras llega una poderosa fuerza ex...