Zumo.

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Frutas.

Esas grandes desconocidas.

Esos seres que maduran antes que tú y te olvidas de que están en tu cocina.

La gente a veces se olvida de que existen, y es por eso por lo que la obesidad es uno de nuestros grandes problemas.

Esta historia se remonta a el otro día en una simple cocina, nuestro protagonista, el kiwi Cojoncio ( para los amigos, aunque casi no tiene, Cojón), está lamentándose en su polvoriento rincón del frutero.

Él quiere volar, pero su mamá no le deja y las manzanas, que son mu' frutas, se ríen de él y le hacen bullying. Solo su amiga Paya, la papaya, que es gitana, le comprende.

Paya lleva con el desde que eran semillas y nunca se han separado desde entonces. Ella siempre le apoya para que cumpla su sueño, pero él tiene miedo de que las demás frutas se rían de su sueño, y también tiene miedo de la hostia que puede llevarse por parte de su madre.

La señora Pelusilla, madre de Cojoncio, no está orgullosa de su hijo, y le da kiwizazos cuando le dice que quiere aprender a volar. En esos momentos, Cojoncio se va a ver a Paya, el único consuelo que tiene.

Le cuenta que ya no puede más. Sus ganas de volar son más grandes que nunca, y, cada vez que su madre se lo prohíbe, a él le entran más ganas de intentarlo.

La jefa de las manzanas, Eustaquia, la fruta más fruta (valga la rendundancia) del universo le suelta : "¿Qué pasa, Cojoncio ? ¿Otra vez con la fruta de tu novia?"Eustaquia frunce el tallo y les dice: "Vais a saber lo que es bueno. ¡Chicaaaaaas!" Y rápidamente, se lían a frutazos con Cojoncio. Paya intenta detenerlas, pero lo único que consigue es llevarse una frutostia.

Ya severamente cabreada, Paya saca su furia interior, y con su reclamo de fruta, llama a sus primos los paraguayos, profiriendo un grito de guerra: "SUS VAMOH A HASE' SUMOOOOOOOOH."

Y se lía el equivalente a la segunda guerra mundial para las frutas.

Manzanas contra paraguayos, una papaya y un kiwi. El derrame de zumo de frutas se hace insoportable y violento, hasta que el alcalde de Villafruta interrumpe la batalla:

"¿Qué es todo esto?", brama, con su voz autoritaria. Es un plátano negro, muy negro. Nadie sabe cuánto lleva ahí, pero todos le respetan por ser el más anciano y sabio: "¿Qué ha pasado aquí?"

Eustaquia, haciéndose la víctima entre sollozos, responde: "Estábamos tan tranquilas las manzanas y vinieron los paraguayos y este asqueroso kiwi peludo y se liaron a frutazos con nosotras."

El alcalde era viejo, y sabía que las manzanas eran las frutas más frutas y mentirosas de todas: "Ya hablaremos luego, le dijo, ordenándoles que se fueran, y miró a los paraguayos, a la papaya y al kiwi, con aquella mirada inquisitiva que le caracterizaba. Ellos le explicaron al alcalde Pochón lo que había pasado, y este les dijo que no se preocuparan, que tomaría medidas.

Cojoncio y Paya se despidieron de los paraguayos y volvieron a casa, más relajados. Pero las ganas de volar y ser libre cada vez crecían más dentro de las negras pepitas de Cojoncio.

Y entonces, lo conoció.

Cojoncio pensaba que el amor era una chorrada, algo sin sentido, hasta que a lo lejos, apoyado solitario contra la puerta de Villafruta, lo vio. Una piedra sostén de puertas. Era el ser inerte más apuesto y hermoso que había visto en su vida.

Fue amor a primera vista, aunque... ¿No se supone que las frutas no tienen ojos? En fin, que fue un flechazo. Miró a la piedra, y él le devolvió la mirada. Fue muy bonito y ñoño.

Cojoncio pegó un salto para bajarse del frutero y fue corriendo con sus diminutas patas hasta la piedra (sí, niños, los kiwis tienen patas).

La piedra le dedicó una sonrisa y le habló con su masculina voz de piedra: "Vaya, nunca había visto un kiwi tan de cerca, ¿qué te trae al suelo de la cocina?"

Cojoncio se rascó la nuca con aire nervioso (sí, niños, los kiwis también tienen nuca), respondiéndole: "N-No sé, es que te he visto y me han dado ganas de conocerte...Yo tampoco había visto una piedra tan de cerca." Y así pasaron por lo menos tres horas hablando, que a Cojoncio se le hicieron maravillosas.

Llega la noche en Villafruta, y Cojoncio no puede dormir, pensando en el maravilloso y pétreo Pedro. Solo puede pensar en que han quedado al día siguiente.

Aunque nuestro amigo Cojón haya encontrado el amor, su sueño sigue siendo volar y piensa proponerle a Pedro surcar el techo de la cocina juntos dentro de unos días.

Pedro, a su vez, consigue dormirse sin saber cómo.

Un nuevo Sol llega a Villafruta, y Cojoncio se dirige feliz al sitio acordado con Pedro, pero algo, o más bien, alguien, interrumpe su camino.

Eustaquia -más enfadada que nunca- y todas sus amigas manzanas le bloquean el paso, mientras que ella grita: "¡Aléjate de Pedro o lo lamentarás!"

Cojoncio le responde, con mal zumo contenido: "¿Y a ti qué más te da con quién me junte?"

Una de las amigas de Eustaquia, la más bocazas, le responde: "Es que a Eustaquia le gusta."

La mencionada le pega la pertinente bofetada a su amiga y le repite a Cojoncio: "Aléjate de él."

Y Cojón responde, haciendo acopio de valor: "Ni en sueños, lo amo."

Esas sinceras palabras fueron el mayor error de su vida, y el último...

Con un gesto, Eustaquia da la orden, y sin perder un solo segundo, ella y sus frutas amigas lo cogen entre todas y lo lanzan al suelo desde la encimera de Villafruta.

¡Estaba volando! El kiwi vio cómo el suelo se acercaba, fijando la vista en Pedro, que estaba en la puerta. Comprendiendo que la vida se le escapaba, y que pronto no sería nada más que zumo, gritó con todas sus fuerzas, con lágrimas en los ojos: "¡¡PEDRO, TE AMO!!"

Luego, todo se volvió negro.

Paya, que lo había visto todo desde arriba, bajó por los cajones hasta el suelo, y corrió hacia el cuerpo espachurrado y sin vida de su amigo de la infancia, tendido al lado del desgraciado Pedro.

Con lágrimas en los ojos, la piedra le susurró: "Yo también te amo..."

Y este es el fin de la trágica historia de Cojoncio, el kiwi que quería volar, y, justo antes de morir, lo consiguió.



Una de frutasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora