La espera se hizo insoportable. Daba vueltas en la cama, leía distraídamente, hablaba por Facebook con algunos amigos, y volvía a dar vueltas en la cama. Desde que papá había vuelto a casa, no salía de mi cuarto salvo para ir a comer algo o ir a ducharme; no hablaba con ellos, y con mi hermana charlaba lo necesario.
Se hicieron las tres, y ella no apareció. Esperé 10 minutos, y no pasó nada. Saqué mi guitarra y empecé a tocar la melodía de Close to you de The Carpenters. Ella corrió un poco la cortina y vi su sonrisa. Me detuve, y la miré a los ojos. Expresaban dolor. Le quise preguntar qué pasaba, pero no se me ocurría cómo hacerlo a través de una canción. Lo había entendido todo, nos comunicaríamos por medio de la música.
Hice gestos señalando que no sabía qué canción tocar, y ella sonrió mucho más. Tomó su guitarra y tocó Teardrops on my Guitar de Taylor Swift. Me miró, y comenzó a llorar mientras sus dedos tiraban de las cuerdas con más fuerza. La acompañé con mi guitarra y la miraba como si fuera una estatuilla de oro. Terminó la canción, nos saludamos, apagamos la luz y fuimos a dormir.
Semanas después.
Seguimos tocando juntos todas las madrugadas. Nos comunicábamos a través de la música, y terminábamos con la misma rutina siempre; bajar la guitarra, saludarnos y apagar la luz. Aunque yo estaba seguro: ella no se dormía rápidamente.
Eran los primeros días de agosto, el frío ya se había ido, y llevaba cinco días sin ver a Eva. No tuve noticias de ella en días, ni vi a sus padres, ni se escuchaba la guitarra. Los gritos ya habían cesado hace mucho tiempo, sin embargo era la primera vez que pedía que saliera al menos un alarido desde el interior de la casa. Ya el barrio especulaba con que les había pasado algo, o que habían olores putrefactos, o que los espíritus se los habían llevado. Todo este tiempo había estado durmiendo mal, y no se lo atribuía al calor. Extrañaba verla desde mi ventana, tocando su instrumento, mirando a la luna, mirándome a mi. Una madrugada, me desperté porque sentí una guitarra. Me levanté rápidamente y corrí a la ventana, pero no estaba ella. Sin embargo, algunas luces de la casa estaban prendidas. En un impulso, me cambié y fui hasta la puerta, golpee intensamente, y no fui consciente de lo que hice hasta que me abrió la puerta la madre de Eva.
— ¿Quién eres? ¿Qué buscas a éstas horas?
— Perdón señora, no sé qué hora es —¿por qué dije eso?—. Pero hace días que no sé nada de Evalia, y como vi las luces prendidas, vine impulsivamente. Le pido disculpas.
— ¿Evalia? ¿Y tú cómo es que la conoces?
— Pues ella estaba toc... estaba ordenando su cuarto, y se le cayó una cosa por la ventana, y yo se la alcancé. Hablamos un poco y usted sabe, en este barrio son todas personas mayores, de vez en cuando hace bien un amigo. Soy Daniel Lagorio, vivo en la casa a su derecha.
— Ah, interesante —respondió fríamente—. Pues Eva está de vacaciones, no sé cuándo vuelve. Déjame decirte una cosa, Daniel. Mi hija no tiene por qué juntarse con nadie de aquí, ¿entiendes? Así que deja de hablar con ella cuando vuelva. Si es que vuelve —la última frase la dijo con desprecio. ¿Cómo una madre podría despreciar a su hija? Iba a contestarle, cuando apareció un hombre altísimo, y muy serio. El padre de Eva.
— Va a volver, María. Mi hija se va a quedar con nosotros todo el tiempo que a mi se me antoje porque es mi hija. Y si no te gusta, puedes irte, Eva no precisa de una madrastra.
María miró a su pareja con asombro y se retiró. Gracias a Dios que esa mujer no era su madre. El padre me miraba como si me conociera, o al menos intentara identificarme.
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Guitars
KurzgeschichtenLa amistad se puede transmitir de muchas maneras. Unos eligen los símbolos, otros las letras, y la gran mayoría los gestos. Pero Eva y Daniel lo hacen de una forma diferente. Acompañados de las guitarras. ambos demostrarán que algo tan bonito como l...