Capítulo 18

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Cuando por fin me pude separar de él, los dos nos quedamos sin aliento.

-No sabes cuánto ansío poder darme una escapada contigo a 1953. -me dijo con su más bella y totalmente descarada sonrisa.

Puse los ojos en blanco, sonriendo.

-Primero debemos ir a 1872, ¿lo olvidaste? -dije, tratando de que recordara el verdadero motivo del que estuviéramos aquí.

Lo escuché maldecir por lo bajo y lo tomé por la mano, esta vez yo estaba guiándolo por esos pasillos lúgubres.

Cuando por fin llegamos a la Sala del Dragón, era casi media noche. No había nadie en ella, excepto Falk y Mister George.

-¿Dónde está mi madre? -me atreví a preguntar, escuchándome como una niña que ha perdido de vista a su mamá en un supermercado.

-Grace y tu tía abuela se encuentran cruzando directamente el pasillo, en la sala de costura de Madame Rossini. -contestó tranquilamente Mister George.

Gideon rió por lo bajo, apenas mostrando una deslumbrante sonrisa.

-Hay tanto espacio aquí, y lo mejor que le pueden encontrar a la familia de Gwen ¿es la sala de costura?

-Si no te gusta, Gideon, ¿por qué no consigues tú el mejor lugar para dormir? -farfulló Falk, destilando rabia en cada una de sus palabras. El ambiente de antes debió estar aún más tenso que el de ahora.

Gideon abrió los ojos como platos, visiblemente confundido por la reacción de Paul.

-Solo queremos asegurarnos de que estén a salvo. -Mister George trató de calmarlos a los dos.

-Lo que sea. -le espetó Gideon.

Él comenzó a hurgar en sus bolsillos, buscando algo. No parecía tan importante hasta que observé como palidecía y comenzaba a buscar desesperadamente.

-¡Oh, mierda! ¡Mierda, mierda, mierda! -exclamó Gideon. -Lucy se ha quedado con el papel.

En ese momento recordé el amarillento y arrugado papel, maltratado por el paso del tiempo. También recordé que estaba tan absorta contemplado a Gideon, discutiendo sobre los planes del conde con Lucy y Paul... y cómo había llamado novio Lucy a Gideon.

-Gideon, no creo que sea tan importante. ¡Te sabes el soneto de memoria! -traté de tranquilizarlo.

-No es eso, Gwen. El conde bien pudo haber puesto algún tipo de tinta invisible o algo así.

Lo miré con incredulidad.

-Gideon, esto no es The House of Anubis. ¿No crees que tanto para él como para nosotros hubiera sido más fácil escribirlo todo en una tinta común y corriente? -le pregunté, poniendo una mano sobre su hombro.

-¡No! -gritó Gideon, sin mirarme a los ojos. Se zafó de mi agarre y se dejó caer, poniendo su cabeza entre las rodillas. Jamás había visto (ni esperado ver) a Gideon actuando de esa manera. Siempre era tan seguro de sí mismo, con movimientos tan gráciles que era difícil no ponerle atención alguna.

Me dejé caer junto a él y lo abracé, pasándole un brazo por los hombros. Con la otra mano comencé a cepillar tiernamente su perfecto y oscuro cabello.

-Gwendolyn. -me llamó, desprendiendo su cabeza de sus piernas, olvidando sus movimientos ágiles para dejarse ver como un muñeco de trapo. -Si algo te pasa a ti... y o simplemente... no podría con eso.

Le tomé con una mano el rostro y lo obligué a mirarme. No podía creer que el Gideon sensible y destrozado que él era fuera todo por mi culpa. No podía creer que yo era ahora la causante de todos sus problemas. Y es me hizo sentir más como un estorbo que como la damisela en apuros que me había obligado a creerme.

Diamante (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora