Sus brazos y piernas llenas de heridas muestran sus luchas silenciosas contra ella misma, sus costillas definen que tan bella se siente, su piel pálida es la hoja que todo artista querría dibujar.
Silenciosa y con un caminar de pasarela se mueve por las calles oscuras, deja que el viento peine su pelinegra melena mientras tararea una canción sobre un amor después de la muerte. Está en su mundo, en su paraíso. Hace frio, si, pero sus largas piernas blancas desnudas no se lo hacen sentir. La falda corta de su vestido negro baila al compás de la canción que susurra, sus tacones son lo único que resuena en aquellas solitarias calles.
Esta feliz, y todas las personas cuerdas en su lugar no lo estarían, tendrían el sentimiento opuesto; pero como dije, las personas cuerdas, cosa que ella había perdido hace mucho, su cordura. Su destino es la playa, lugar donde nació su trágica historia de amor, y lugar donde morirá esta misma.
No tiene en mente suicidarse, no, aunque sus brazos estén dañados por su voluntad, no busca acabar con su vida. Para ella su vida estaba recién comenzando.
Miradas se posan encima suyo con lujuria, y es que no hace nada para evitarlas: Su vestido corto con escote corazón es lo único que lleva encima. Eso y una flor marchita en la mano derecha. Pero ella no se siente incómoda, no se siente en peligro, esta tan en paz con su cuerpo y su mente que todo lo negativo del entorno simplemente revotaba y no tenía posibilidades de penetrar su interior.
Silbidos y frases denigrantes para las mujeres empezaron a escucharse, sin embargo, no mutó nada su postura. Seguía llevando esa tímida sonrisa en el rostro, que era decorada con una cicatriz en la comisura de su labio. Pero igualmente seguía siendo hermosa. Dos hombres comenzaron a acercarse a ella, como si de hienas de tratasen, riendo mientras veían a su próxima víctima.
-Tan bonita y tan sola -Soltó el hombre que pasaba los cincuenta años, de cuerpo en forma de barril y con una barba que pedía a gritos ser por lo menos lavada-. ¿Quién deja a tan bella joya salir a estas horas de la noche? -Posa su mano en la pierna de ella, pues el hombre era unos diez centímetros mas bajo. Como respuesta involuntaria, la pelinegra dejó de caminar y sus tiernos labios soltaron un pequeño gemido.
-La princesita gótica reacciono al fin -Comenta un hombre de raza negra, unos cinco centímetros más alto que ella.
Sin embargo, la mirada de ella no era de temor, era más bien de calma. Toma aire y siguió caminando, con la diferencia que ahora podía percibir los pasos atrás suyo, acosándola. Luego de un rato, los hombres notaron que no lograrían nada persiguiéndola, por lo que se dieron por vencidos sin antes decir:
-La próxima no te salvas.
Sigue tarareando esa canción que parece no tener fin, esa que habla sobre una mujer que trata de sobrellevar el suicidio de su novio de la mejor manera posible. Cree que cantando esto podrá silenciar las voces de su interior, una trágica historia puede callar a otra, supone. Es que, si no es eso, ¿Qué puede calmar su yo interior que le narra una y otra vez su trágica crónica de vida? Un disparo, una soga, alcohol y pastillas, un puente, entre otros métodos que no estaban en su lista, pues no quería acabar con su vida.
Una gota. Dos gotas. Tres gotas. Diez gotas. Agua comienza a caer del cielo para estrellar de forma violenta sobre la acera para formar lo que más adelante será un charco. Esto no le molesta, de lo contrario, ella ama la lluvia y le encanta mojarse con ella, ya que cree que esto es algo purificante.
Su sueño es ser como el agua, transparente, pacifica. Sin embargo, sabe que eso es imposible.
En su panorama apareció su tan anhelado destino, su nido de amor, la tumba de este mismo. Su pelo empapado se pega a su escote y espalda, su maquillaje resistente al agua cumple su trabajo, su ropa sigue viéndose impecable y la rosa parece tomar con sus últimos alientos el rocío que cae sobre ella.
Las calles están cada vez mas mojadas, el agua actúa como espejo y hace que los faroles se reflejen en este. El silencio que solo le transmite paz a su cuerpo mejora todo. Se saca los tacones, solo para poder sentir el suelo empapado. Sabe que neumonía es la enfermedad que puede invadir su cuerpo, sin embargo, no le importa.
Empieza a correr, no calmada ni relajada como estaba hace apenas dos minutos atrás. Corre llorando, angustiada, ¿Cómo puede ser que esté pasando? Pensó que podía ser fuerte pero se da cuenta que sigue siendo la misma débil que fue, aquella que solo sufrió gran parte de su vida, que no recuerda un momento feliz.
Apenas pisa arena cae sobre sus rodillas, lastimándose. Pero, qué más da, ya está ahí, había llegado. Poniéndose de pie, deja su calzado clavado en la tierra y va lentamente al mar.
Su historia de amor empieza en la playa, en un día de verano. Como era de costumbre, estaba tapada hasta el cuello, sus cicatrices le avergonzaban, su cuerpo le daba asco, quería aspirar toda la grasa imaginaria de su cuerpo. Una pelota cae a pálidos pies y un chico corre hacia ella. Siente pánico, el chico era realmente apuesto, y ella, bueno ella no. Torso bien definido, cabello castaño con reflejos rubios, eran características del chico, pero lo que más le intereso a la pelinegra fueron sus ojos color miel. Con una sonrisa, el masculino se acerco a ella y con una voz dulce le dijo "¿Estás sola?". Ella solo pudo asentir con la cabeza, pues no podía hablar y tampoco quería. El castaño soltó una pequeña risa debido a la timidez de ella, "Ven con nosotros".
Y ese fue el comienzo del fin. Pasaron la gran parte del tiempo, juntos, él hablaba hasta por los codos y ella solo lo miraba, sonrojada, y soltaba una que otra tímida risa. Tenía miedo de que él se diera por vencido y la dejase ahí. Pero no pasaba, él estaba perdido en su belleza. A la noche, en la fogata, se dieron su primer beso. Y sellaron su pacto.
No hace falta decir que se metieron en un romance enfermizo, él dominante y ella sumisa, el dañino y ella dañada. ¿Quién lo podía decir no? Una frase que él no se cansaba de decirle era "Nacemos para morir". Claro que sí, pero había que cumplir la misión a la que estábamos atados al mundo.
Sin decir nada, ni una carta, él se fue para no volver. Para que dos semanas después fuera encontrado calcinado en un auto. Según los investigadores, debía mucho dinero a gente muy pesada. Y ella lo confirmo a base de asentimientos de cabeza en el interrogatorio.
"¿Te golpeaba?" asentía "¿Por qué no lo dejaste e hiciste la denuncia?"
Ella miro fijamente al policía que le hizo esa pregunta, para después sacar la manga que cubría su antebrazo derecho y mostrarle el mensaje.
"Nacemos para morir... Uno junto al otro." Es lo que decían aquellas cicatrices que una vez su "amado" le hizo. Lo que antes le causaba miedo ahora no hace otra cosa más que aliviarla. Él, finalmente estaba muerto, y ella, es libre.
Tira la rosa marchita al mar como signo de que lamenta la muerte de su amado, pero a diferencia del resto que pasa por su situación, no quiere que vuelva. Volvió a nacer, y no para morir solamente, sino para cumplir un rol importante en algún lugar. Ya no tiene miedo, ya no se avergüenza de nada, es libre.
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Mi Librero
RandomTantas historias escritas que no eran publicadas y lo que mas deseaban era eso, que el resto las leyera y opinara sobre ellas, total, ¿Que pierdo haciéndolo?