Oigo pasos. Intento no moverme. Me duele el cuello y los hombros, pero no quiero moverme todavía. No sé quiénes son, no sé qué quieren de mí. Los pasos se me acercan y se detienen frente a mí.
-Deja de fingir -me dice una voz conocida-, sé que estás despierto.
No puede ser él... ¡no puede ser! Levanto lentamente la vista, resiguiendo sus ricas vestiduras. Sí, es él. Cuando lo observo sonríe de forma desagradable, como si le estuviese dando la razón. Si no tuviese las manos atadas al respaldo de esa incómoda silla, saltaría sobre él de inmediato para saciar mi rabia a base de puñetazos.
-Sire -lo saludo, casi masticando la palabra.
Porque sí, eso es lo que es para mí. Mi sire. Él me convirtió en lo que soy, un vampiro de la noche, un parásito de la sociedad, un ser necesitado de vida ajena para seguir viviendo. Hubo un tiempo en que lo amé, pero su corazón era tan oscuro, tan temible, que acabé por odiarlo y escapé de su lado. Desde entonces, hace ya unas decenas de años, vivo por y para la rebelión contra el orden establecido en las oscuras esferas.
-¿Sólo "sire"? Creí que te alegraría volver a verme... -ronronea, el maldito.
-¿Qué quieres de mí? -Le pregunto, aunque en mi fuero interno ya lo sé.
-Nombres... lugares... -canturrea, mientras se pasea frente a mí-, no sé, cualquier cosa que me ayude a masacrar a esos amiguitos tuyos, esos asquerosos rebeldes que se ocultan en las mohosas alcantarillas.
-Eres un iluso si crees que traicionaré a la horda -le respondo. Mi convencimiento es total. No permitiré que toque a ninguno de mis compañeros, a ninguno de mis amigos.
Él, por toda respuesta, se hecha a reír. Su retumbante risa resuena por ese lúgubre sótano de piedra y se fragmenta en un montón de ominosos ecos.
-Oh, Luca, Luca... tú siempre tan romántico, tan idealista... -me mira con los ojos húmedos de la risa, y esa sonrisa complaciente y falsa en los labios.
Por toda respuesta le enseño los colmillos con rabia y amenaza, como haría un lobo ante un enemigo que ronda su territorio. Su sonrisa se desvanece y la acritud del desafío aparece en su rostro. Mis ojos sostienen su mirada, hasta que su mano, sarmentosa y afilada, se clava con rudeza en mi mandíbula. Me levanta el rostro y se me acerca. Puedo oler en su piel el olor de podredumbre, de muerte, que es intrínseco en la sangre de nuestra raza.
-Dime, mi pequeño... -en los labios vuelve a dibujársele la sonrisa de triunfo. Temo qué debe pasar por su retorcida mente- ¿Cuánto hace que no te alimentas?
No le respondo, pero será evidente para él. Mi piel está pálida y fría, mis pómulos están marcados y unas ojeras oscuras enmarcan mis ojos.
-Cuando te transformé juraste que no matarías nunca a nadie, que tomarías la sangre solamente de aquellos que merecieran castigo y que nunca beberías más de lo necesario -dijo, soltándome. Por extraño que parezca, no hay tono de guasa en sus palabras, como si lo hubo cuando asumí esos tres compromisos-. Por tu aspecto puedo aseverar que has cumplido lo que prometiste, ¿verdad? Debe hacer días que no encuentras tu víctima ideal ¿no tienes hambre? Sí, claro que tienes hambre. Perdiste mucha sangre cuando mis hombres te atraparon, ¿verdad? ¡Debes estar hambriento!
Sí, lo estoy, estoy al borde de la locura por la maldita hambre ¿o debería llamarla adicción? Daría lo que fuese por un buen trago de sangre palpitante y viva. Pero no voy a darle el gusto de responderle. Me limito a mirarlo con hostilidad, él continúa paseándose frente a mí, con su amable parlamento.
-Tengo sangre fresca de sobra en mis mazmorras, Luca -me mira con inocencia en los ojos, una inocencia que está lejos de ser real-. Vamos, no hagas esto difícil cuando podría ser fácil y placentero para ambos. Dime lo que quiero saber y te daré toda la sangre que quieras.
-No vas a poder sobornarme, sire -le digo, masticando mis palabras. ¿Acaso piensa en serio que la vida de mis amigos tiene el valor de un simple sorbo de sangre?-. Suéltame, o mátame de una vez. No vas a conseguir nada de mí.
-No, no voy a matarte -me dice, de forma siseante. Un escalofrío me recorre la espalda-. Pero si quieres que te suelte, lo haré.
¿Qué? No lo creo. No va a soltarme por las buenas. Me remuevo contra mis ataduras. De estar vivo las cuerdas me cortarían la circulación de los brazos y las piernas, pero con mi condición la sangre no fluye por mi cuerpo.
-Trae al pequeño -dice a uno de los guardias de la puerta, haciendo un sencillo ademán. ¿Al pequeño?
El hombre desaparece y regresa a los pocos segundos con un pequeño niño. El chico está en los huesos, tal vez no tiene más de siete y ocho años. Tiene los ojos llorosos y por los regueros de suciedad de su rostro podría decirse que debe haber llorado mucho. Pero pese al estado de extrema delgadez del niño, no tarda en llegar a mis fosas nasales el delicioso efluvio de sangre viva, de sangre joven. Paladeo el olor con deleite y me imagino hincando mis dientes en el pequeño, me imagino sintiendo su deliciosa sangre derramándose en mi lengua, en mi garganta... y siento unas hábiles manos soltando los nudos de mis ataduras.
-¡No! -Grito, desesperado. -¡No, no me sueltes! ¡No lo hagas!
Aunque deseo con todas mis fuerzas estar libre de las cuerdas, sé que, con mi hambre, seré incapaz de controlarme. Me abalanzaría sobre el niño, lo atacaría y drenaría de él hasta la última gota de su sangre. No sería capaz de soltarlo antes que su último latido tuviese lugar. Lo mataría a él y yo perdería lo poco de humano que me queda, convirtiéndome en el perro de mi sire, en un ser sin consciencia ni humanidad.
Las risas de triunfo llenan aquél sótano. El niño, cuando lo sueltan, corre a hacerse una bolita temblorosa en una esquina. El olor de su sangre me enloquece. Lucho contra mis cuerdas y cuando no puedo soltarme, por mucho que lo intente, me satura una sensación agridulce. El hambre me retuerce las entrañas.
-¿Así prefieres que no te suelte, Luca? -Me dice el maldito, con una sonrisa bailándole en los labios.
-¡Llévate al niño de aquí! ¡Por favor, llévatelo! -Grito, desesperado. Su sangre, bombeada rápidamente por un corazón asustado, me conduce inexorablemente a la más absoluta locura.
-No, creo que lo dejaré aquí para que te haga compañía -lo miro asustado. No hablará en serio ¿no? Veo que saca un pañuelo de seda de su bolsillo. Lloriqueo, le pido por favor que no lo haga, pero sé que es en vano. Me rodea y siento sus apergaminadas manos acariciándome el cuello, el rostro, mis lágrimas vertidas. Pese a ser tan anciano, sus manos siguen siendo tan hábiles como cuando éramos amantes. Introduce el pañuelo en mi boca y lo anuda en mi nuca. La mordaza acalla mis quejas, pero no mis lágrimas ni mis temblores. No, por favor... ¡no!
-Vendré a verte mañana, Luca... -me dice, yo ya casi no lo escucho, mi mente solamente está ocupada por el olor de aquella sangre viva y deliciosa, nutriente y enloquecedora- Y espero que hayas cambiado de opinión.
Una simple antorcha sigue iluminando aquella mazmorra cuando mi sire y su séquito la abandonan. El niño, que lloriquea asustado en una esquina ni siquiera se atreve a mirarme. El olor de su sangre lo satura todo, me enloquece, me ciega...
Lo siento... Lo siento de veras...
(P.D.: La fotografía de la portada pertenece a mad-dame (http://http://mad-dame.deviantart.com/). Podéis pasar por su deviantart para ver otras piezas de su obra.)
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La mazmorra o el castigo del vampiro
Short StorySin saber qué es lo que quieren de él o quién esta detrás de todo eso, Luca, un vampiro rebelde se halla prisionero. Cuando descubre qué tienen pensado para él se da cuenta que más le valdría estar muerto. He utilizado para la portada una fotografí...