«Para nosotros.» Las dos palabras quedaron flotando en el silencio que se hizo entre ellos. La difusa luminiscencia fue desvaneciéndose para ______ mientras la realidad iba aposentándose lentamente. ¿Para «nosotros»? Ni siquiera sabía cómo se llamaba aquel hombre, ni tampoco podría reconocerlo por la calle. Y, además, estaba chantajeándola.Los fluidos empezaron a resbalarle del sexo cuando se incorporó y se levantó del sofá. Fue hasta el cuarto de baño tambaleándose y con la mano derecha aún sujetando el consolador, que seguía encajado.
—Háblame, ______ —pidió Edwards con una voz que perdía la candidez y se afilaba.
Se metió en la bañera y se extrajo el pene de goma de entre las piernas. Al retirarlo, una sensación de pérdida la invadió. La superficie exterior del falso falo estaba cubierta de flujos genitales, así que, una vez estuvo completamente fuera, lo dejó caer al agua.
La hendidura le goteaba aún, de modo que se hizo con una toalla para secarse.
—______, ¿dónde estás?
Ella dirigió la mirada al cuarto de estar, hacia el lugar del que provenía la voz de Edwards.
Luego salió de la bañera y se cubrió con el albornoz que había colgado del gancho de detrás de la puerta. Con el cinturón de la prenda ya abrochado a la cintura, se sintió mejor, menos avergonzada.
—¡______! —insistió Edwards.
—Estoy aquí —respondió ella de camino al cuarto de estar.
—¿Qué pasa, cielo? Te ha gustado. Sé que te ha gustado.
—Sí, maldita sea. Ése es el problema.
—¿Cuál es el problema, nena?
El hecho de que siempre empleara apelativos cariñosos la irritaba.
—No soy tu nena, Edwards. Soy tu víctima. ¿Qué es lo que quieres?
Dejó que transcurriera un momento de silencio antes de explicar:
—Acabamos de compartir algo estupendo y ahora estás cabreada por eso, ¿no?
______ notó la calidez del rubor que la cubrió del cuello a los pómulos.
—Yo no he dicho eso.
—Entonces, ¿qué estás diciendo, _____? —inquirió él en un tono frío.
Había usado el nombre odiado y aquello la dejó destrozada. Todos los gestos y miradas de reprobación que había recibido a lo largo de su vida habían ido acompañados de aquel «_____».
—No sé qué es lo que quieres de mí —contestó desconsolada—; me das miedo.
La voz de Edwards se dulcificó.
—No tienes que tenerme miedo, preciosa. Nunca haría nada que te hiriera. ¿Te hecho daño hasta ahora?
—No —musitó.
—Entonces dame una oportunidad, ______, y dátela a ti también. No tienes que observarlo todo desde fuera siempre.
______ sintió frío de repente y se rodeó con los brazos. Aunque empezaron a resbalarle lágrimas por la cara, no recordaba haberse puesto a llorar. En menos de una hora, sin haberla siquiera rozado de verdad, ese hombre se le había colado en la cabeza y bajo la piel. Le había pedido que confiara en él, y, sin embargo, no le había dado ninguna razón para ello.
—No sé qué decirte —dijo por fin.
—Entonces no digas nada. Dejémoslo por ahora. Has tenido una noche muy dura y necesitas descansar. Es viernes. Remolonea en la cama cuando te despiertes. ¿Qué tal si te llamo mañana por la tarde hacia las siete y media? Así charlamos otro poco.
______ se dio cuenta de que el tipo tenía razón: estaba agotada. Lo único que le apetecía era acurrucarse en la cama y taparse con las mantas por encima de la cabeza.
—Está bien —accedió.
—¿Me haces un par de favores? —aprovechó él sin perder el tono amable.
_____ sospechó de inmediato.
—¿Qué?
—He leído en un artículo de la revista D Magazine que hay una nueva exposición de arte barroco en el Museo de Arte. ¿Irás a verla mañana?
Había vuelto a hacerlo. La había dejado completamente desarmada.
—¿Por?
—Porque exponen obras de Rubens. Deberías verlas. Y cuando estés mirándolas, acuérdate de que yo te veo a ti igual que él veía a sus modelos.
______ no sabía cómo reaccionar, de modo que en lugar de responder, preguntó:
—¿Y el segundo favor?
—Guarda esta noche las cajas que te he enviado, pero mañana por la tarde, cuando vuelvas del museo, échale un vistazo a la segunda y mira su contenido.
______ se sintió profundamente aliviada. Ninguno de los dos favores parecía muy complicado, de modo que podía decirle que lo haría y luego colgar e irse a la cama.
—Esta bien —accedió por segunda vez.
—Buena chica; ahora descansa y prométeme que no vas a espiar más esta noche.
—No, me voy a acostar —respondió segura de que no volvería a tocar aquel telescopio.
—Estupendo. Ya verás qué bien va todo mañana. Buenas noches.
Edwards colgó el teléfono antes de que ______ pudiera responder, así que se levantó y recorrió el cuarto de estar con la mirada; se encontraba sin fuerzas para pensar. Dio la vuelta y se dirigió al dormitorio; una vez allí dio gracias por la inconsciencia que proporciona el sueño.
******
Harry Styles mantuvo la mirada clavada en el teléfono. No estaba muy seguro de lo que había iniciado y menos aún de adonde lo llevaría aquello. Llevaba ya tres semanas vigilando el edificio de enfrente y empezaba a notarlo. Ver al bestia de Víctor Abruzzi golpear a mujeres estaba dejándolo destrozado. En más de una ocasión, había querido cruzar corriendo la calle McKinney, tirar abajo la puerta del ático y darle una paliza a aquel cabroon de *******.
Harry era un policía anticorrupción que iba de paisano, asignado temporalmente al equipo de la Brigada de Crimen Organizado encargado de la investigación de Abruzzi. Para ello contaban con un apartamento en el octavo piso del edificio de ______, desde donde vigilaban al sujeto en cuestión con medios visuales y auditivos, veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
La noche en que había dado comienzo el dispositivo, Harry había cruzado la calle hacia el edificio de Abruzzi para cerciorarse de que el puesto de vigilancia permanecía oculto. Había tomado prestadas las llaves de los vigilantes de seguridad, había subido hasta el tejado y se había colocado justo encima del ático del sospechoso. Aún recordaba con todo lujo de detalles lo que había ocurrido entonces. Después de unas semanas de temperaturas sofocantes, la ola de calor se había acabado y había dejado en Dallas los primeros signos del final del verano. Una vez había comprobado que Abruzzi no sería capaz de descubrir el puesto de observación, se entretuvo un rato en aquel lugar para disfrutar de la agradable temperatura. La casualidad había querido entonces que, justo en aquel momento, ______ Austen decidiera dejar de espiar. El discreto movimiento de la chica al meter el telescopio en el apartamento llamó la atención de . Su intuición policial lo hizo caer enseguida en la cuenta de lo que había estado haciendo. Cuando volvió al piso base, no le contó a su compañero lo que había visto con la excusa personal de que no tenía, en realidad, ninguna prueba que demostrara el voye.rismo de aquella chica. Por lo que sabía, bien podía tratarse de una astrónoma aficionada que hubiera estado observando el cielo nocturno.
Debido a la seriedad de la investigación sobre Abruzzi, el equipo de vigilancia estaba en permanente funcionamiento. Trabajaban por parejas y en turnos de doce horas: cuatro días sí, tres días no. Harry esperó hasta su siguiente noche libre para volver a aquel tejado y echar un vistazo al balcón de ______, pero esta vez se llevó una cámara con teleobjetivo.
Aunque para entonces ya se había pasado cuatro días observando a Abruzzi en acción con sus pequeñas y sensuales esclavas, ninguno de aquellos juegos de dominación y disciplina lo excitaban tanto como ______, cuando se tocaba, sola, en la oscuridad.
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Una chica mala (Harry Styles)
RomanceSinopsis Ser una chica mala puede ser tan bueno. Lo único que se precisa es al hombre adecuado. Durante el día, _____ Austen es una entregada trabajadora social. Por la noche sólo tiene un vicio: al oscurecer, espiaba a sus vecinos durante sus mome...