Gerard.

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Gerard había enterrado a sus padres en el jardín de su humilde casa en Belleville. Realmente no había querido matarlos, de hecho ni siquiera había estado despierto cuando lo hacía.

Cualquier persona estaría aturdida ante una situación parecida. Horrorizada. Sin embargo Gerard estaba bastante tranquilo, había luchado con el irrefrenable deseo de matar durante toda su vida. Quizás, tenía leves tendencias homicidas.

Porque para Gerard morir no era algo malo, en su infantil mente algo perturbada él pensaba que vivir era un sufrimiento que nadie debería seguir soportando. Él quería hacer feliz a la gente.

Por un momento pensó en terminar con su existencia también, pero a decir verdad, Gerard no pensaba que el mereciera ser feliz.

**

Desde el primer momento en que Gerard observo a Frank, él lo supo todo.

Era muy confuso en ese momento, Frank vivía pretendiendo que estaba enfermo. De hecho el creía sus mentiras. Si Frank no quería comer o aún peor si querían obligarlo a comer, su estómago le daba una especie de descompensación crónica que lo obligaba a vomitar.

Entonces una extraña parte de Gerard quiso hablarle. Sus camas estaban juntas. La de Frank era la de abajo porque le daba miedo caerse cuando dormía.

–¿Alguna vez estuviste en un avión cayéndose? –Le pregunto Gerard, estaba oscuro y lo único que podía ver Frank de su compañero era su cabeza inclinada hacia abajo. –Desde hace poco ponen máscaras de oxígeno en pleno descenso.

Gerard hace un gesto con la mano de la caída en picada de un avión solo visto por sus ojos enloquecidos. La confusión se apodero del diminuto rostro de Frank.

–¿Y sabes porque? –Continua. Frank niega con la cabeza. –Antes de la Segunda Guerra Mundial el Boeing 307 Stratoliner ya tenía una cabina presurizada, si bien, solo se produjeron diez de estos aparatos. Los aviones con motores de pistón de la Segunda Guerra Mundial volaban a menudo a gran altura sin estar presurizadas, por ello los pilotos usaban máscaras de oxígeno. El oxígeno te droga. En una emergencia catastrófica, das grandes inhalaciones de pánico. De pronto, estás eufórico, dócil.

–No entiendo. –Murmuro Frank. No estaba seguro si debía sentirse intimidado o atraído por la mirada de su compañero.

–Aceptas tu destino. Aceptas que te estas muriendo. Y que no has sido el primero en morir ni tampoco serás último.

**

Frank nunca entendió porque Gerard le dijo eso. Tal vez era porque Frank siempre parecía a punto de morir o actuaba como si eso fuera lo único que deseara. Y no es que Gerard nunca pensó en hacerlo feliz de ese modo. Simplemente Gerard no quería.

Realmente no lo sorprendió encontrarlo sentado a su lado durante el desayuno de la mañana siguiente; sin mirarlo, limitándose a observar la insulsa comida que no iba a ingerir, pensando cuantos días le llevaría sufrir de inanición. Frank no iba a soportar mucho a decir verdad, Gerard pretendió no notar que había dejado de comer por completo ni tampoco trato de alentarlo a que haga lo contrario, él era curioso también. Pero no lo alegraba la idea de que Frank desaparezca. Se había acostumbrado a tenerlo cerca, Frank caminaba con pasos cortos cuando Gerard se levantaba, entonces lo seguía pero nunca le dirigía la mirada, nunca decía ni una palabra.    

 –¿Te duele el estómago siempre?... ¿o que es lo que te pasa?                                              

Frank no esperaba que Gerard le preguntara algo. Nadie le preguntaba nada. 

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