Prólogo

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—Maldición, Kiera... Tú prometiste que no llorarías más— Susurré para mí misma, tratando de contener los sollozos mientras secaba las lágrimas que habían resbalado de mis ojos con el dorso de la mano.

Tenía en mi haber una foto familiar, tomada en mi cumpleaños número cinco. Es irónico que los recuerdos más felices son los que más me hagan llorar, y quizás eso se deba a que nunca se repetirán, en cambio, con mi vida tengo sufrimiento y malos momentos para rato.

En la instantánea, mis padres y yo posábamos alegres, ambos abrazándome mientras yo sonreía, sosteniendo la muñeca que me habían regalado ese mismo día. Si pudiera describir la foto en dos palabras, estas serían "nunca más".

Mi madre me enseñó a que no sólo perdemos a las personas cuando fallecen. De hecho, las podemos perder mucho antes. Lo supé cuando cumplí diez años y justificó la ausencia de regalos diciendo que no había dinero, pero yo la vi tomarse más de diez cervezas esa noche.

Entonces la perdí. En ese preciso instante lo hice, y en los siguientes siete años el destino se encargó de demostrármelo, día tras día, cada vez de manera más dolorosa. Cuando falleció, meses atrás, no lloré. Ni siquiera me sorprendí cuando me sacaron de clases y me dieron la noticia dos profesores cuarentones. Ya lo veía venir, sólo era cuestión de tiempo, y el mismo fue suficiente para que yo estuviese preparada mentalmente.

Pero nada me prepararía para lo que la situación con mi padre se convertiría. Mi padre nunca fue un hombre perfecto, pero estaba por encima del promedio, podría decir que fue un buen padre durante mi infancia e inclusión ayudó a mi madre en todo lo posible en cuanto a su condición. Pero, cuando ella murió, las cosas cambiaron. Fue terrible, como si él hubiera muerto con ella y en su lugar, habitando su cuerpo, quedase un hombre vacío de sentimientos, actuando como si su primogénita fuera la culpable de la muerte del amor de su vida.

En tanto cumplí dieciocho años, lo vio como su oportunidad de echarme. Así que aquí estoy, empacando lo poco que me permitió llevarme, y entre esas cosas no está la foto que estoy admirando, pero me la llevaré de todos modos.

—¿Acaso no fui claro cuando te dije que te largaras de aquí? —Mi padre se encontraba apoyado contra el marco de la puerta de la que era mi habitación. Sus ojos estaban rojos, como los costados del puente de su nariz. Por instinto, miré a sus brazos. Sí. Se había vuelto a drogar— La puerta está abierta desde hace mucho tiempo.

—¡Ya lo sé, joder! —Grité. Las lágrimas pinchaban en la parte posterior de mis ojos, pero yo no las dejaría salir. No más.

—¡Soy tu padre, jovencita! ¡Me debes respeto!

—Dejé de deberte respeto en el momento en el cual me echaste de esta casa sin razón alguna. Ya no te reconozco como mi padre.

Lo vi acercarse a mí con pasos largos y decididos, y alzar su mano derecha de forma violenta. Cerré mis ojos, esperando el golpe. Esto era todo, me iba a poner una mano encima por primera vez.

Pero no sucedió nada. Abrí mis ojos nuevamente. Sus manos yacían a sus costados, su pecho subiendo y bajando violentamente. Aquella fue una señal de alerta, que me decía que ya no había nada que me mantuviera atada a esta casa, o a él. Ya no hay razón para seguir aquí.

Tomé mi maleta, y escondí la foto en el bolsillo de mis jeans. Y me largué de ahí.

Ahora... tampoco me sorprendería recibir "la llamada" sobre mi padre.

A partir de ahora estaba completamente por mi cuenta. Lo cual debería significar cero sufrimiento, ¿no es así?


Turbid Waters → stylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora