Capítulo 21. Sabor a cerveza

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21.

—Solo quiero que me digas quién comenzó y por qué —dice la directora Doménech y niego dramáticamente.

—Mi cabeza —me quejo y entrecierra sus ojos.

No soy la mejor actriz, pero la directora tampoco es la persona más humanitaria del mundo. ¿Quién expone a alguien que se ha dado un fuerte golpe en la cabeza a un interrogatorio?

—La ambulancia ya viene, respóndeme —exige y me pellizco el brazo en un intento por hacer mis lamentaciones más creíbles.

—Joder —sollozo y me maldigo por no haber medido mi fuerza.

Solo quería un quejido lastimero y una lágrima, no todas las que vienen por haberme pellizcado.

—Gia, la ambulancia está en camino. —Se toca las sienes y me ofrece un pañuelo que rechazo al instante—. Dime quién empezó —repite cansada y me llevo las manos a la cara, frustrada por tener a una fría piedra como directora.

—Voy a morirme. ¡Voy a morirme! ¡Mi cabeza! —exagero y me inclino, despeinándome.

—¡Xoana! —grita por fin Doménech y respiro tranquila cuando la auxiliar aparece, aunque no precisamente sola.

Lo que sucede a continuación es lo más espantoso que puede pasarle a alguien, sobre todo si ese alguien soy yo. Después de muchos gritos y forcejeos, termino sujeta contra mi voluntad y teniendo un ataque de pánico.

No. No me gusta estar amarrada, ¡y menos si termino sola en una ambulancia con dos hombres vestidos de blanco!

—Cálmate, ya llamaron a tu mamá —dice uno de ellos y siento como el aire se escapa de mis pulmones.

¡No! Pataleo y logro quitarme de encima el cinturón que retenía mis pies.

Bien, ahora solo faltan como cien cinturones más.

—Idiota, ¡está peor por tu culpa! —recrimina el otro de blanco e intenta sujetar mis pies.

—Gia, te llamas así, ¿verdad? —El primero toma mi cabeza entre sus manos y trato de morderlo—. Tienes que calmarte. —Me mira, pero ni él ni sus ojos azules impedirán que escape.

—¡¿Que me calme?! ¡¿Cómo estarías tú si te tuvieran amarrado?! ¡Suéltenme, no confío en ustedes! —chillo y algo parece hace clic en los dos.

—¿Piensas que te vamos a hacer daño? —cuestiona incrédulo el que sujeta mis pies y lo pateo aprovechando que ha cedido en su agarre—. ¡Auch! ¡Ponle el calmante o se lo pongo yo! —grita cubriéndose la nariz y un líquido rojo se escapa entre sus manos.

No otra vez.

—¡Aléjate! ¡Voy a vomitar! —Una arcada se construye en mi garganta y el que sujeta mi cabeza desabrocha todos los cinturones, sentándome.

—¡Richard! —grita el que se desangra mientras el otro me da un algodón con alcohol.

—¡Límpiate, joder! ¿No ves que la pone mal? —señala obvio la sangre que se le escurre de las manos y aspiro, mirando a otro lado.

No, no me puedo desmayar de nuevo.

—¡Me pateó! ¡Mi nariz! —se queja y cierro los ojos, intentando no pensar en las gotas de sangre que han salpicado.

—¡No puede haberla empeorado! Límpiate y sé hombre, porque yo no pienso restregar otro vómito más —dice ¿Richard? y el otro abre una pequeña puerta, pasando a la cabina donde se encuentra el conductor, gritando maldiciones.

Until you're mine © |Logan LermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora