Mía

116K 3.6K 960
                                    

MÍA

Mis padres me van a matar, pensó Andrea, mientras apresuraba el paso por aquellas angostas calles solitarias. Les había dicho que no hacía falta que fueran a recogerla a la casa de su amiga Melanie, que ella se encargaría de llevarla de regreso. Era una de las tantas mentiras que les decía, la verdad era que no había quedado con ella para estudiar, como sus padres pensaban; no, lo cierto era que había ido a ver a su novio, ya que esa noche sus padres no iban a estar en casa.

Tanto sus padres, como los de su chico, no aprobaban la relación que ambos tenían, les consideraban muy jóvenes todavía y además, Tom era de una clase social adinerada y ella, en cambio, pertenecía a una familia humilde de siete hermanos.

Ella era la menor de todos ellos, con tan solo dieciséis añitos. Pero para ella y para Tom, eso no importaba, se querían y nada los iban a separar. O al menos creyó que era así hasta esa noche.

Tom, al enterarse que esa noche sus padres iban a salir a cenar afuera para celebrar el ascenso en la empresa de su padre, le propuso quedar en su casa para ver una película.

¡Ja!, ¡y una mierda!, ¡quería hacer de todo menos ver una película el muy bastardo!, pensó con rabia Andrea mientras continuaba avanzando por aquél silencioso y lóbrego barrio. Recordó con rabia como Tom había intentado sobre pasarse con ella, sólo llevaban saliendo unos tres meses y el chico ¡quería desvirgarla! Cuando ella se negó de buena manera, diciendo que aún no estaba preparada y todo eso, el muy mal nacido, le dijo que ya no quería seguir siendo su novio, que era hora de romper su relación.

Ahora allí estaba ella, sola, sollozando y llegando tarde a casa para variar. Se suponía que él la iba a llevar de vuelta, cuando acabaran con la película y ahora, después de la discusión, se lavó las manos y la dejó sola, a su suerte.

—¡Que le jodan! —gritó con rabia a la nada.

Tenía que haber hecho caso a sus padres y nada de esto le hubiera pasado. Y ahora le tocaría lidiar con ellos.

Miró el reloj y comprobó que ya eran casi las doce de la noche y todavía le quedaba un largo camino. Decidió salirse de la calle principal y tomar un pequeño atajo para llegar antes, así que giró en la siguiente esquina y se adentró por un callejón apenas iluminado.

No llevaba ni medio recorrido andado, cuando sintió unos pasos que avanzaban hacia ella desde atrás. Llevaba rato notando la presencia de alguien, cómo si la estuviesen acechando y ahora podía oír las botas de quien fuese, resonando contra el sucio asfalto, cada vez más cerca. Miró por encima de su hombro y vio la silueta oscura de un hombre corpulento que la seguía a poca distancia.

No sabía si simplemente era casualidad y habían coincidido en la misma calle, o realmente la estaba siguiendo. No quiso saber la respuesta, así que por si acaso, apresuró más todavía el paso.

Justo cuando divisó a lo lejos la débil luz que iluminaba la salida del callejón, la que daba a otra calle principal, sintió que la jalaban de su rubia melena.

Su grito de dolor y sorpresa fue sellado por una enorme mano que le cubrió la boca, dejándola silenciada. El desconocido que la había estado acechando desde hacía rato, tiró de ella y la lanzó al suelo, con su propio cuerpo encima para mantenerla sujeta. Andrea intentó zafarse de su agarre, pero era imposible, aquél enorme cuerpo la presionaba con fuerza y le sujetaba las manos con sólo una de las suyas, por encima de la cabeza.

Suplicó que la dejara, le rogó que no la tocara, que era menor de edad, pero nada detuvo al sediento hombre, que tenía nublada la vista por la lujuria que lo poseía y no escuchó sus quejas y lamentos.

MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora