L e t h a r g y

58 7 10
                                    

Los preparativos ya estaban listos, el banquete daba inicio al nuevo proyecto estelar, las mujeres y hombres presentes vestidos con sus elegantes trajes de seda, los cuales le darían de comer a más de un país en desarrollo, todos conversaban sobre el recién lanzamiento, los más importantes personajes se encontraban allí; duquesas, reyes, magistrados, presidentes y cualquier otro rango con suficiente dinero para financiar otra construcción del Titanic. Las risas fingidas y las palabras hipócritas inundaban el ambiente en todo su esplendor, detrás de las grandes puertas de metal se encontraba el motivo de todos los presentes.

Jhon Wesley, mejor conocido como el fundador del proyecto, se encontraba recostado en el gran sofá de cuero negro, acompañado por una gran copa de vino tinto, y en su compañía Robert Callahan quien financiaría este.

—¿Sabes lo que pasaría si todo esto llega a salir mal, no? —preguntó, con un tono de advertencia en su voz.

—Lo tengo todo controlado Robert —respondió el más viejo, dándole un sorbo a su copa de vino—, no estaría arriesgándolo todo en vano, sería algo absurdo.

Ambos hombres se levantaron de su respectivo asiento, dejando su forma ahuecada en ellos, las puertas se abrieron dejándose ver por todos los presentes, todos dejaron a un lado sus conversaciones vacías y atendieron al llamado de sus superiores.

—¡Gracias por estar presente esta noche! —anunció dejando su copa en una de las mesas—. Es un privilegio ser honrado de esta manera, el lanzamiento se realizó esta misma tarde por mis más fieles soldados.

—Me enorgullece ser quien haya financiado este radical cambio, contra nuestros enemigos —pronunció Robert, palmeando la espalda de su aleado—. Sin más nada que decir me gustaría informarles, que el lanzamiento ha sido todo un éxito.

—¡Que comience el banquete!

Los vítores y aplausos se oyeron, haciendo que la sala no estuviera tan baldía, los mesoneros con trajes como pingüinos sirvieron el champán, mientras que ambos hombres se rebosaban entre halagos y cumplidos, las charlas eran simples y triviales, nada de importancia que pudiera interesarles, sin embargo un joven, quien no portaba ningún traje de marca se acercó hasta la mesa, recibiendo miradas indiscretas por parte de los invitados, el joven se sintió intimidado por todos los ojos curiosos hacia su persona, provocando que sus mejillas se tornaran ligeramente de rojo, consiguió un pequeño espacio por el cual meterse para poder alcanzar a su objetivo.

—Señor... —susurró el joven, aunque su llamado fue ignorado gracias al bullicio de la gente—, señor necesito que venga conmigo.

Nuevamente sus súplicas fueron ignoradas, empujó y atravesó los cuerpos amontonados entre si.

—Señor hubo una falla —dijo este, tan bajo que solo él pudiera oírlo.

Jhon, ni se inmutaba de los llamados del chico, pero al sentir un fuerte apretón en el hombro, se giró y observo los ojos suplicantes del joven, se disculpó con sus compañeros y se puso de pie siguiendo al muchacho de bata blanca. Caminaron por el estrecho pasillo, que conectaba el salón principal y el elevador, una vez dentro presiono con su mano derecha el piso más alto de la torre, ambos estaban sumidos en sus pensamientos el joven nervioso por su reacción, y el hombre molesto por su interrupción, una campanada de escuchó indicando que llegaron al piso seleccionado, sus pasos eran firmes y estruendosos gracias a los zapatos de suela alta, un ventanal se encontraba al frente de ellos, revelando unas pantallas tan grandes como la puerta principal de una casa de dos plazas, se podía observar al través del cristal personas vestidas igual al joven, corriendo de un lado a otro como si fueran hormigas en busca de alimento.

—¿Ahora me puedes decir que está pasando? —preguntó el hombre con impaciencia.

—B-bueno, digamos que hubo una falla.

—¿Qué clase de falla? —inquirió el hombre

—Mejor véalo usted mismo —respondió.

Ambos caminaron hacia la pantalla general, que en ella reflejaba uno de los aviones que habían sido enviados hace unas horas.

—No veo cual es el problema —comentó.

—Uno de nuestros aviones soltó la carga fuera del objetivo —respondió.

—¿En qué lugar?

—En la parte este del país, en Brooklyn, señor —el muchacho retrocedió tres pasos, al ver la expresión de su superior.

—¿Y la carga se liberó? —preguntó con nerviosismo.

—Me gustaría poder decirle que no, señor —el joven tecleó en el monitor—, y eso no es lo peor señor.

—¿Que puede ser peor que esto? —pregunto mientras caminaba de un lado a otro.

—Se está expandiendo, y no solo aquí —dijo el joven

—¿A qué te refieres?

—Se está haciendo viral, señor —la piel del hombre no tardo en ponerse tan pálida como un papel—, y no tardará en llegar a nosotros.

LethargyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora