Capítulo 9: Reviviendo el pasado

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—Vaya, te acuerdas de todo —dijo Marth.

—Sí, no lo olvidaré —había terminado de contar la historia.

—Debe haber sido genial patinar con tu tío, ¿no?

—Sí... —miré mi plato ya acabado y luego a Marth—. Dime, tu infancia... ¿Cómo fue?

—Pues solía no estar cerca de ti la verdad y...

—Espera... —interrumpí.

—¿Qué?

—¿Lo ángeles no tenéis a nadie que os cuide mientras sois pequeños...? O sea, ¿nadie que os vigile o algo?

—No, ya lo hacemos nosotros solitos. Digamos que no tenemos las mismas necesidades que un bebé. Y que estamos conectados con nuestro humano.

—Ah, ¿como si te "alimentases" de parte de los cuidados que me den?

—Más o menos. Al menos mientras se es muy pequeño. Es que tampoco es tanto eso, recuerda que no tenemos las mismas necesidades. Es decir, solo necesitamos descansar, así que prácticamente nos pasamos el tiempo durmiendo, sin molestar, como un bebé normal.

—Oh..., lo siento. Tiene que haber sido...

—No hace falta que lo digas, ja, ja. Por lo menos la mayoría conseguimos madurar antes.

—¿Y cómo aprendéis a hacer las cosas? Quiero decir: hablar, andar, leer...

—Al mismo ritmo que vosotros o antes. Son habilidades que ya vienen un poco con nosotros en sí, solo que tenemos que irlas desarrollando.

—¿Qué te ha parecido la comida, Zea? —Priscilla apareció.

—Riquísima.

—Lo mismo digo —comentó Marth aunque solo pudiera oírle yo.

—¡Ja, ja, ja! Ya veo ¿Y tu tío? Se le habrá enfriado ya el plato —claro, yo veía que la comida que había pedido para Marth ya no estaba, pero ella lo seguía viendo entero, tal y como Marth me explicó sobre el movimiento que puede ejercer un ángel sobre las cosas.

—Je, je..., qué raro, está tardando más de la cuenta—debía que seguirle el rollo.

—¿Te ha dicho ya cuándo llegaría? —fingí que miraba un mensaje del móvil.

—No, no, él... al final no viene —se me hacía raro mentir de esa manera, ¿pero qué más podía hacer? «Lo más probable es que siga durmiendo...».

—Vale. Entonces, ¿te doy la cuenta y te lo pongo para llevar?

—Sí por favor —murmuró el precio de los pedidos mientras los anotaba.

—Doce con noventa —me dio el ticket.

—Aquí tienes.

Grazie. ¡Vuelve pronto, mia bella!

—Eso haré. Ciao —salimos de la tienda con el estómago totalmente saciado—. ¿Volvemos a casa?

—Sí.

Antes de volver le compré a tío Karl unos gofres recubiertos de chocolate, para que también desayunara algo especial que estuviera calentito. Era de mucho comer. «Pobre Marth, debe ser realmente triste haber pasado una infancia sin recibir ningún tipo de cariño o mimo... Él y los demás ángeles», no paraba de comerme la cabeza con eso. Cuando entré tío Karl estaba en la cocina.

Ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora