"¿Qué tal Nueva York?" Es lo primero que me preguntas cuando sabes que mi avión aterrizo, en verdad no sabría qué contestarte, solo llevo 30 minutos aquí y mi corazón esta partido en dos. Yo aquí y tú allá. No es lo que los dos queríamos pero los dos teníamos sueños y el mío estaba en Nueva York. Después de casi dos horas en el aeropuerto y un café, tomé un taxi que me lleva a mi nueva casa, es decir, apartamento. Mi casa es donde tú estás. ¿Demasiado cursi? Quizá. Desempaco mis cosas, me baño y me pongo algo más cómodo. No sé si pueda estar aquí tres años, el apartamento no es muy grande, pero me siento la persona más sola del mundo. Busco en el fondo de mi maleta y encuentro fotos, de mi familia, de mis amigos, de mi perro y de ti. Encuentro un buen espacio donde colocarlas, junto a la ventana que da a la calle, justo en frente de mi cama; no es lo mejor del mundo, pero es algo y me hace sentir mucho mejor, recuerdo cada uno de los momentos capturados con mi cámara y ahora pegados en la pared, sonrió y con el pensamiento de la vida que deje atrás, me duermo.
Ha pasado una semana y creo que todo va bien, la ciudad es hermosa pero aun siento que me falta algo, un algo con nombre y apellido que está muy lejos de mí. Trato mucho de no pensar en eso pero es como si mi cerebro no se pudiera concentrar en algo que no sea él. Cuando finalmente logro concentrarme me llega un mensaje. "Estoy a 3218,688 kilómetros de ti, pero hoy te ves hermosa. Ni el Times Square puede brillar como tú lo haces todos los días". Sentí que me ruborizaba hasta las orejas, y por un momento sentí que todo estaba bien. Pero no sabía si te volvería a ver, las son algo complicadas.
Cuatro semanas y aun no me acostumbro a este lugar. Todo va muy rápido, pero no el tipo de rapidez que hace que el tiempo pase y se acerque el día en que lo vuelva a ver. Cada minuto que pasa se siente como si hubieran pasado mil años y cada kilómetro se siente como un millón de ellos, solo espero que sigas pensando en mí.
Doce semanas. Nuestros recuerdos me persiguen y no me dejan dormir. Si tan solo el mundo fuera tan pequeño como dicen que es. Hoy recordé en cómo nos escapábamos en las noches, siempre nos gustó la tranquilidad y no hay nada más tranquilo que una ciudad a las 4 de la mañana. Tú y yo persiguiéndonos por las calles desiertas como dos niños que piensan que jamás van a crecer. Caminar por la ciudad escuchando nuestras canciones favoritas y bailar como si en el mundo estuviéramos solos tú y yo. La verdad es que echarte de menos me mantiene más despierta que el café.
Dieciocho semanas. Hoy pase por una tienda de música, y vi una guitarra igual a la tuya. No sé en qué pensaba y la compre. Después al llegar a mi departamento recordé que no se tocar la guitarra, supongo que mantengo la esperanza de que si algún día te vuelvo a ver me toques otra de tus canciones, de esas que decías que te ayudarían a pagar la renta si nos quedábamos pobres, las mismas que prometiste que me darían fuerza si me sentía melancólica porque no estabas conmigo; esas que ahora solo me hacen extrañarte más. "Tengo tanto que decirte. Si todas mis canciones te quitaran el aliento y te enamoraran cada vez más de mí, me pasaría la vida escribiendo sobre ti." Eso me dijiste alguna vez. Trate de regresar la guitarra, no pude.
Veinticuatro semanas. Hace dos semanas que dejaste de quererme. Hace frío afuera. El cielo está a punto de llorar y no sé qué decirle. ¿Cuánto tiempo hace que no pienso en otra cosa que en ti, que te intercalas entre las líneas del libro que leo, dentro de la música que oigo, en el interior de los objetos que miro? A veces no quisiera extrañarte. Hay días en los que he rogado por favor poder olvidarte y no puedo. La distancia aun no hace efecto en mí.
Treinta y dos semanas. Perdón por pensar ti tan tarde, es que tu sonrisa es la solución a mis problemas y ahora tengo tantos. Ahora me doy cuenta que eres una mezcla de cosas que no se deben mezclar. Hay muchas cosas que no son justas, como el hecho de que te hayas dado por vencido tan rápido. Aun no me entra en la cabeza como yo aún pienso en ti y sigo queriéndote y puede que tú y a hasta me hayas remplazado.
Cuarenta semanas. Te dedico mi primera borrachera y mi primera cruda. Justo anoche pensé que era buena idea salir yo solo a las 4 de la mañana y dar uno de esos tranquilos paseos como los que dábamos antes, descubrí que esta ciudad no duerme y no encontré mucha tranquilidad. La verdad quise ahogar mis penas en alcohol pero no funciono, ellas saben nadar.
Cincuenta y tres semanas. Te borraría de mi mente, bueno, quiero borrarte, solo que no puedo. A la mitad del proceso, veo uno a uno los recuerdos que tuvimos, todos esos recuerdos que hacen que mientras más te quiero olvidar, más quiero que te quedes en mi mente, porque ahí es donde perteneces, o donde pertenecías.
Sesenta y cinco semanas. ¿Te digo algo? Me destruiste de la manera más bella que descubrí porque les ponen nombre de persona a los huracanes. ¿Qué te parece si volvemos al pasado? Esta ciudad ya no me hace feliz. Tiene demasiados recuerdos de ti, y ni siquiera has pisado este lugar, yo lo lleve con cosas que tenían tu esencia, como si llegaran a funcionar como un imán y poco a poco te regresaran a mí. No funciono.
Ochenta semanas. Hoy encontré la guitarra al fondo de mi closet, la toqué a pesar de que no sé cómo, y la destroce. Después queme los pedazos y mientras ardían rompí las fotos que tenia de nosotros, después las lance el fuego también. Ojala todos los recuerdos ardieran y se los llevara el viento así de fácil.
Noventa semanas. Este es el día en que te digo adiós. Será tu última noche en mi cabeza. Me meto a la cama y dejo la puerta cerrada, pero la ventana está abierta, solo tú puedes entrar. Hay cerveza en la nevera y cigarros en la mesa. Te espero soñando, no me despiertes si no vas a quedarte.
Un beso.
O mejor varios.