58. «Qué hubiera pasado si...»

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Guillermo.

—Solamente me sentía un poco solo.

—Ya... Entiendo esa sensación... —Samuel parecía preocupado. Se veía diferente, como si otra persona muy distinta, estuviera hablándome ahora. ¿Se convertiría en costumbre el hecho de que se abriera más a mí? ¿Cabría la posibilidad de que llegara a contarme todos sus problemas, y que tuviera la suficiente confianza de expresarme sus sentimientos?— La mayoría de las veces, en la vida, nos sentimos solos... Vacíos... Como que algo nos falta... ¿Es así cómo te sientes?



Por unos segundos quise responder «Sólo cuando no estás a mi lado» pero me pareció bastante inapropiado y decidí omitirlo. Simplemente asentí y dejé que sus brazos rodearan mi cuerpo.

"Ojalá supiera lo que el contacto de su piel con la mía provocaba en mí"



—No te preocupes. Ahora yo estoy aquí... —Tenía la cabeza apoyada sobre su pecho. Miré hacia arriba, buscando sus ojos, y sonreí al ver que los tenía cerrado. Se sentía tan bien estando abrazado a él.

—G-gracias. —Fue lo único que pude emitir.

—Voy a quitarte las esposas —dijo—. Por hoy ya ha estado bien.



Se levantó de la cama, dejándome con una cara de disgusto impresionante. No quería separarme de él.

Mientras más me acostumbraba a su cercanía, más me costaba luego separarme de él.

¿Quién me iba a decir a mí que terminaría sintiendo esto tan fuerte por la persona que me secuestró y me maltrató? ¿Cuándo comencé a preocuparme por él, antes que por mí?

Samuel volvía hacia mí, con la llave de las esposas.

Mis ojos no dejaban de contemplar su figura.

«Si al menos no fuera tan perfecto, quizás todo esto no hubiese pasado» me decía una y otra vez. Pero... la pregunta era: ¿Me alegraba de que las cosas hubieran girado en torno a este nuevo camino? ¿Quién se supone que era yo ahora? Había renunciado por completo a mi forma de ser, y actualmente, me encontraba complaciendo cada uno de los oscuros deseos del señor De Luque.

Reflexioné durante unos instantes, sin llegar a ninguna conclusión.



—Guillermo, ¿me estás escuchando? —Aquello me sacó de mis pensamientos.  Sentía un enorme alivio en mis muñecas, ahora que mis manos estaban liberadas.



Samuel me miraba serio, como queriendo saber en qué estaba pensando.



—L-lo siento, amo... ¿Qué me decía?

—¿Qué te tiene tan ocupado? —preguntó, ignorando lo que yo le había dicho.

—Cosas sin importancia, señor... A veces me hago preguntas sin sentido.



Claro que tenían sentido. Dije aquello para restarle importancia al asunto y que no se inmiscuyera.



—¿Como cuales? —Se me olvidaba que él no dejaría las cosas así hasta que lo supiera todo. Yo me quedé en silencio. ¿Cómo podría responderle para que dejara el tema, sin contarle demasiado?— Guillermo... No me hagas enfadarme contigo. No otra vez.



¿Por qué siempre tenía que decirle todo? Eran las cosas como estas las que me hacían comerme la cabeza. A mí me gustaba tener un pequeño espacio para mí, el cual era mi mente, donde podía hacer lo que quisiera. Pero no, ya ni siquiera eso se me permitía.

Me entraron ganas de llorar.



—Preguntas sobre qué hubiera pasado... —Él me miró con anticipación y continué lo que estaba diciendo— si usted no hubiese sido tan...

—¿Tan... qué?

—Tan... g-guapo. —respondí, mirando hacia cualquier parte. No quería que él me viese la cara al pronunciar esa palabra. Ya suficientemente difícil había sido pronunciarla. 

—¿Piensas que soy guapo? —preguntó, pero entonces se dio cuenta de que estaba dando de lado a lo que realmente importaba— Espera... Explica eso.

—¿E-el qué? —dije, haciéndome el tonto.



Había algo que yo no quería decirle. Era algo íntimo. Algo que guardaba sólo para mí. Era demasiado especial para soltarlo así, y sobretodo teniendo en cuenta que estaba siendo obligado a decirlo.



—¿Cuál era la pregunta que te hacías? ¿Que es eso de «Qué hubiera pasado si usted no hubiese sido tan guapo»? ¿Qué quieres decir con eso?

—Pues que... quizá nunca lo hubiese visto de otra manera... —Él arrugó el entrecejo.

—Espera... ¿Estas queriéndome decir...? —Me señaló con su dedo índice y luego se señaló a sí mismo. Yo asentí y él se empezó a reír.



En ese momento supe que me arrepentiría de ello.



—¿Te has enamorado de mí? —Y volvió a reírse a carcajadas— Estás completamente loco, Guillermo. ¿Cómo puedes enamorarte de alguien que no ha hecho más que joderte la vida?

—Eso me gustaría saber a mí... —Me sentía realmente furioso, y al mismo tiempo, triste. Acababa de reírse de mis sentimientos y eso me había dolido más que las palizas que, tiempo atrás, él me había propinado.



De nuevo su rostro reflejaba seriedad. Yo lo miré, dolido, y de nuevo le aparté la vista.

Al fin y al cabo, él seguía siendo ese chico que una vez me secuestró. Y aunque, últimamente, estaba dándome cuenta de sus virtudes, en momentos como estos, sólo podía ver cómo fue él conmigo desde un principio.



—Deberías dormirte ya —dijo. Y entonces noté porqué pronunció aquellas palabras. Tenía ganas de golpearme por haber dicho esa última frase. Él no tenía derecho de enfadarse, era yo quién había sido ridiculizado. Pero, al menos, agradecí que se controlara—. Y tengo una buenísima idea de cómo podrías hacerlo. —Los ojos se me abrieron como platos.



Samuel tiró de mis muñecas, levantándome de la cama. Me dejó frente a la esta, contra una pared, en la cual había una estantería repleta de libros.



—Quítate lo que te queda de ropa —me ordenó—. Voy de nuevo a coger las esposas.



Hice lo que me dijo.

Se acercó de nuevo a mí, esposó una de mis manos, pasó la cadena por encima de una vara de hierro, doblada hacia arriba, y me hizo levantar la otra mano, para que también la esposara.

Aquello era malditamente incómodo.

Me encontraba con ambos brazos levantados, ambos por encima de la cabeza.

En ese momento me comparaba con las miles de imágenes de cristos clavados a la cruz. Sólo que mis brazos no estaban extendidos a cada lado.



—¿V-voy a dormir aquí? —pregunté horrorizado.

—¿Tú qué crees? —Sonrió con maldad.

—Pero... no sentiré mi cuerpo mañana...

—Lo sé —respondió—. Y da gracias de que sólo haga esto.



Yo no sabía adónde mirar. Sus ojos buscaron los míos. Su cabeza quedó a escasos milímetros de la mía. Me miró con atención y, casi rozando mis labios con los suyos, pronunció sus últimas palabras esa noche.



—Que tengas dulces sueños, corderito...



Y se alejó, para acostarse en su cama, dejándome a mí de aquella postura...

Duros caminos del destino [Wigetta y Lutaxx]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora