Estaba durmiendo plácidamente cuando comencé a escuchar una voz, era suave, pero a la vez sonaba muy triste. Comencé a caminar hacia donde creía que provenía esa agonizante voz ¿donde estaba?, eso no podía responderlo, todo a mi al rededor estaba oscuro, lo único que podía ver eran las palmas de mis manos. Cuanto más me acercaba más fuerte y clara sonaba la voz, pude notar que decía algo muy confuso.
-"Nami, ven aquí... Se que me extrañas tanto como yo a ti"
Mí nombre, esa voz, dijo mi nombre, ya no me parecía extraña, yo conocía ese dulce tono, esa voz, era la de mi madre. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y en medio de mi vista borrosa pude notar como la figura de la mujer que me dio la vida aparecía como si pequeñas partículas de polvo formaran su cuerpo y empezaba a acercarse a mi, sus manos estaban extendidas como si quisiera abrazarme, yo sólo me límite a correr hacia ella y abrazarla, pero lo que mis brazos rodearon fue nada, abrace a la nada, su hermosa figura desapareció tan rápido como había aparecido. Caí al suelo de rodillas con mis manos tapando mi cara, ocultando mis lágrimas, el por que no lose, no había nadie a quien ocultárselas.
Un sonido, mejor dicho, un detestable ruido, comenzó a inundar mis oídos, parecía un... ¡Despertador! Todo había sido un sueño, un muy triste y doloroso sueño. Abrí mis ojos lentamente y algo entre dormida golpeé con mi mano a ese monstruoso y ruidoso aparato haciendo que cayera al suelo, la habitación se invadió de un silencio absoluto. Me senté en la cama y estire mis extremidades lentamente, realmente estaba cansada. Luego la puerta sonó haciendo que me alarmara, detrás de ella una dulce y simpática voz sonaba.-Disculpe señorita, ya es hora de levantarse. ¿Puedo pasar?
-Si Annie, puede pasar -conteste sonriente
La mujer abrió lentamente la puerta, su cara expresaba una felicidad envidiable, a pesar de ser una sirvienta, siempre esta sonriendo, supongo que será porque jamás la hemos maltratado. Siempre me he llevado bien con Annie, prácticamente nos contábamos todo desde que tengo memoria, aún me sorprende que no se haya casado, es tan bella, tiene un cabello brillante de un hermoso color dorado, aunque siempre lo lleva recogido. Su figura es tan delicada y pequeña, aunque eso no la hace menos sexy, creó que si se sacara el uniforme de sirvienta, enamoraría a cualquier hombre.
-Pequeña.. ¿En que piensa? - me preguntó mientras me ponía unas suaves medias blancas en los pies.
-¿Eh?...-respondí pérdida en mis pensamientos- en nada importante Annie. Por cierto ¿que hora es?
-Son las siete señorita
-¡¿Las siete? Voy a llegar tarde! - Exclamé mientras salté apresurada de la cama
-Pero señorita, su prueba es a las ocho, además yo la llevaré. Tiene tiempo de sobra -intentó calmarme
-No, claro que no, papa me dijo que en esos lugares siempre hay que ser puntuales. No quiero que piensen que soy una irresponsable, aunque... Realmente lo soy - reí mientras me rascaba la nuca.
-¿Que voy a hacer con usted?- contestó con una pequeña risilla- voy a terminar de prepararle su desayuno, con su permiso.
Luego de que Annie se fuera comencé a buscar entre mi ropa, no sabia si hacia frío o calor así que opte por ponerme unos jeans ajustados de color negro y una remera color gris, esta era algo grande, pero cómoda. En mis pies puse un par de borcegos negros algo desarreglados. Con mi cabello no hice mucho, sólo lo puse hacia un lado, por cierto, es ondulado, no muy largo y de color rojizo, claramente no natural, mi cabello real es de color castaño.
Baje las escaleras rápidamente, entre al comedor y observe que me esperaba una deliciosa chocolatada, corrí hacia la mesa, tome el vaso inclinándolo hacia arriba y bebí todo su contenido de unos pocos tragos, pude notar que Annie me observaba con una cara bastante graciosa.
ESTÁS LEYENDO
Entre tuercas y tornillos
RandomPasaron dos años desde que se desató una guerra civil en Shinjuku. Nami Yokaru, hija del conocido y respetado capitán Yokaru, junto con la brigada Sannon, tienen el deber de proteger y controlar una de las zonas más peligrosas de la ciudad. El ca...