Capítulo I

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Trastornado, perturbado, demente... ¿o una macabra mezcla de los tres?
Al cerrar la puerta y bajar las escaleras metálicas, tuve claro lo que debía hacer. En la rancia bodega hacía frío y olía a humedad. Estaba invadido por un tufillo fuerte, penetrante. Me senté en el penúltimo escalón, aún más helado, y durante algunos minutos me limité a observarla en silencio. La tenue luz de las velas la iluminaba y la escena tomaba un color bilioso.

El recinto era lo bastante espacioso como para albergar un buen puñado de barricas de roble, pero, salvo algunas que reposaban amontonadas y polvorientas al fondo de la sala, sólo las enormes estructuras de hierro y acero permanecían ancladas con firmeza al desnudo suelo de cemento, vacías como esqueletos inertes. Justo entre dos de estos férreos armazones, se encontraba ella, como una figura etérea, tal cual la había dejado el día anterior.

Desde aquí alcanzo a ver sus ojos y cómo me observan también, llenos de ira, impotencia, miedo. Me siguen por la estancia y eso me produce excitación, no sexual, sino malévola, el peor de los sentimientos tal como están las cosas. A veces parece que controlara ella la situación. No es así y eso empieza a inquietarme. El asunto tiene que acabar cuanto antes, ya no lo soporto más.

Me pregunto cuánto más podría durar en ese estado. Es más fuerte de lo que pensaba y me desconcierta. Lo que parecía que iba a ser un paseo triunfal se ha convertido en una pesadilla y todo por la terquedad de la chica, que la mantiene despierta, viva. Todavía no encuentro explicación, lleva seis días sin probar bocado, ni tan siquiera bebido un sorbo de agua. No es posible que un ser humano aguante esa inanición, debe haber alguna razón coherente para llegar a entenderlo.

Al acercarme, puedo contemplarla mejor. Aún parece tener energía suficiente como para incomodarme con esa mirada fría, demoledora. El negro intenso de sus pupilas se me clava como finas agujas. Apenas parpadea y en ningún momento aparta sus ojos de mí, levantándome pavor. ¿Acaso se estaban invirtiendo los papeles? Yo no era el encadenado y sin embargo me sentía como tal.

Al llegar a su altura, compruebo como cada mañana que las argollas de pies y manos siguen bien apretadas. Veo que los hematomas de los tobillos y muñecas se han tornado violáceos y que los golpes del pómulo siguen abultados. Las heridas de los dedos están sangrantes y los coágulos se han ennegrecido, sobre todo donde antes había uñas.
Las cadenas se tensan al situarme frente a ella. Es increíble que aún tenga fuerza suficiente como para intentar retirarse de mí, pero sigue sin hablarme. Su silencio me intriga. Ni un lamento, ni un llanto. Nada. A veces resulta desesperante su actitud pasiva.

Había estado pensando mucho tiempo en la extraña situación en que me encontraba. El asunto se me iba de las manos por momentos. En mis planes no entraba todo esto, mucho menos que aquella mujer enfrentara el séptimo día tan entera. Por fortuna, ayer mismo pensé en cómo cambiarlo, de una manera rápida y limpia, sin necesidad de ponerle una mano encima. Entre los productos de limpieza tengo amoníaco y la inhalación de sus gases tóxicos hará el trabajo por mí.
Cuando entré en la bodega, no imaginé tener que llegar a este extremo, pero desgraciadamente ella respira, vive. A estas alturas ya no podría hacerle daño. Tengo sentimientos encontrados hacia la chica. Ya no sé si la odio o siento lástima.

No puedo soltarla, sería de locos, porque conoce mis rasgos físicos, mi voz y el lugar donde se encuentra retenida. Desde el principio no escondí nada, daba por sentado que en tres o cuatro días fallecería. Además llegó aquí con ese fin. No sería ético cambiar de idea, modificar el guión. Fue ella quién entró voluntariamente en el coche a la salida de aquella gasolinera donde nunca debí haber parado...

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⏰ Última actualización: Oct 22, 2015 ⏰

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