Capítulo 1

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Los focos lo alumbraron, las voces chillaron, la música comenzó y sus pies avanzaron hasta el centro del escenario. Era su momento, era una estrella, era el rey del baile. Todo el mundo lo amaba, la televisión hablaba de él a todas horas, las revistas lo querían como modelo, los diseñadores le regalaban ropa, las discográficas peleaban por él. El micrófono se encendió y pronunció la primera palabra sin sentido.


- ¡SEÑOR PIPER! -abrir los ojos no había sido su mejor idea. Había cambiado el escenario por la clase de historia y el micrófono por las babas que le pegaban una hoja a la mejilla- Espero que haya dormido bien.


Se quitó la hoja en blanco y llena de saliva y la arrugó con vergüenza. Toda la clase se reía de él, sobre todo su mejor amigo David, que parecía ahogarse en carcajadas a tres filas de distancia.


El profesor dio media vuelta y volvió a su sitio al frente de la clase, explicando aburridas batallas del siglo diecisiete. Arthur Piper enterró la barbilla entre las manos y trató de centrarse en la nada maravillosa voz del señor Mortis.


Cuando la campana sonó, había estado a punto de dormirse dos veces. Estiró los brazos y bostezó tan ampliamente que David pudo obligarlo a morder una manzana. Lo saludó después de quitársela de la boca.


- ¿Te has reído lo suficiente?


David le quitó la manzana y se la llevó a la boca mientras asentía con la cabeza y sus ojos se cerraban con una sonrisita infantil. Todo lo contrario a lo que aparentaba con su baja estatura y sus pómulos alzados, David no era nada inocente, había tenido tantas novias a sus diecinueve años que ni siquiera recordaba sus nombres.


- Tranquilo, amigo. Yo también me hubiera dormido si no tuviera al profesor Tucán todo el tiempo sobre mí.


El señor Mortis era muy conocido por su gran nariz con forma de pico, claro que nadie lo llamaba así en público, aunque Arthur tenía la sensación de que ya lo sabía y solo los ignoraba.


David y él salieron del aula y fueron detenidos a los pocos pasos por el profesor Tucán. Caminó hasta ellos, extendió la mano y le ofreció un papel amarillo a Arthur.


- Tu aviso, Piper. Es la segunda vez que te duermes en mi clase. -miro a David con despreció y este le sonrió muy falsamente- Yo de usted, me alejaba de estas compañías.


Volvió a fulminar a David y se fue, con la camisa de cuadros metida bajo el cinturón y la calva brillante como una bola de billar.


- ¿Estas compañías? -jadeó David indignado, mordiendo su manzana- Tú sí que no tienes compañía, Amargado.


Arthur pudo reírse cuando comprobó que el señor Mortis no había oído a su amigo. Le golpeó la espalda para que se relajara y sujetó la mochila sobre su hombro. Siguieron el camino por los pasillos hacia la salida, donde un montón de gente se agolpaba para mirar algo.


- ¿Qué está pasando ahí? -se encogió de hombros y los dos se pusieron de puntillas, intentando averiguar algo- Mañana vendré en tacones.


- Sería gracioso de ver.


La voz de James los asustó tanto o más que el pitido que se escuchó después. Rodeó los hombros de David y los suyos, con su metro ochenta y seis de altura y los sacó de la muchedumbre.


- ¿Sabes algo?


James era su otro mejor amigo, un año mayor que ellos pero con el carácter de un crío. Los llevó a la sombra de un árbol y susurró, para que nadie los oyera.- Sam Lee está en la ciudad.


- ¿Sam Lee? -David se tapó su propia boca- ¿qué hace ese idiota aquí?


Sam Lee. Cantante, bailarín, con madre coreana y padre inglés, y tanto dinero que se había comprado una isla y la había llamado como él. Pasaba su vida viajando, dando conciertos, entrevistas y conociendo gente. Tenían la misma edad y Sam Lee ya había cumplido todo lo que Arthur quería ser algún día.


- Ni idea. -James se apoyó en el árbol, mirando de reojo a la gente aún intentando ver quien había dentro del coche- Tendrá una firma de discos.


- ¿En una universidad de pobres?


A Arthur le parecía más extraño que nadie saliera del coche que el simple hecho de que este estuviera ahí quieto. Volvió a oírse el pitido y un montón de chillidos alocados hicieron que los tres se taparan los oídos.


Un hombre de traje negro y gafas de sol salió, era enorme por donde lo mirases y se notaba que era asiático a distancia. Hizo un gesto que apartó a todo el mundo y abrió la puerta trasera.


- ¡Es él! -gritó James, imitando a las chicas emocionadas. Tanto él como sus amigos sentían cierto odio hacia Sam; ninguno entendía como podía ser tan popular, talentoso y arrogante a la vez.


- Vámonos antes de que las fans interrumpan el camino.


David le hizo caso y tiró el hueso de la manzana al suelo, pero James quiso quedarse a cotillear un rato más. Evitaron a la gente y llegaron sanos y salvos a la esquina donde se separaban.


Al llegar a casa un delicioso olor a pollo frito inundó su nariz, tiró la mochila junto al sofá y corrió a la cocina. Su madre se quitaba el delantal.

- Hola, cariño.


Le dio dos besos y se sentó en la silla de madera. A pesar de que su padre hubiera muerto tres años antes por culpa de un conductor borracho, ni él ni su madre se habían dado por vencidos. Incluso sospechaba que ella tenía a otro hombre.


- Mamá, -empezó mientras jugaban con el tenedor en el plato- ¿tienes pensado salir con algún hombre?


Ella se atragantó con la bebida. Se puso muy roja y esquivó su mirada.


- ¿Salir? -preguntó muy rápido- ¿con quien voy a salir yo?


- No sé...desde que papá murió, nunca te había visto tan...¿reluciente?


Puede que ella no lo notara, pero le brillaban los ojos y la cara. Entrecerró los ojos y pudo notar algo de pintalabios. Hasta el pelo rubio estaba más liso de lo normal.


- Bueno, quizá sí tenga una cita esta tarde. -jugó con sus dedos bajo la mesa, pareciendo una niña que acababa de ser regañada- No te lo había dicho antes porque no sabía como te lo ibas a tomar.


Se levantó y abrazó a su madre con cariño. Le besó con fuerza la mejilla.


- Si ese hombre te hace feliz, estoy bien.


Las lágrimas mojaron sus labios cuando volvió a podarlos sobre la mejilla. Sabía que era de felicidad, pero odiaba ver llorar a su madre. Le limpió los ojos y volvió a su lugar.


- Se llama Mickey. Llevamos saliendo tres meses.


Ahora fue su turno de atragantarse. Eso sí que no se lo esperaba. Con los trabajos de la universidad y las horas que pasaba viendo vídeos por internet para aprender piano, no había tenido tiempo suficiente para fijarse en que cada día, su madre relucía más.


- Es...genial.


- ¿En serio? -asintió. Le causó risa la emoción infantil de su madre- Entonces no te molestará que lo invite a cenar esta noche.


***


Subió la cremallera del pantalón de vestir mientras intentaba mantener el móvil sujeto entre la oreja y el hombro. Se veía sumamente raro con camisa y no quería ponerse la corbata que colgaba del espejo.


- ¿Traje? Eso quiere decir que tiene dinero, ¿verdad?


- Y mucho. -David se rió muy fuerte del otro lado- ¿Qué es tan gracioso?


- Tú con corbata. -tenía hasta hipo mientras reía- Envíame una foto cuando termines.


La risa se le contagió en cuanto tuvo la corbata sobre sus manos y se dio cuenta de que no sabía atársela. Se rascó la cabeza.


- Oye David, ¿tú sabes como se pone esto?


- ¿Tengo cara de usar corbata?


No, tenía cara de usar collar de conchas y chanclas. Terminó colgando, con la corbata liada en el cuello y el pelo deshecho. Él no estaba criado para ser rico y como su madre estuviera realmente enamorada de aquel hombre, se temía lo peor.


Tiró la corbata al suelo y la pisó, con rabia. Se peinó un poco y le sacó la lengua antes de salir de su habitación. Su madre lo esperaba en el comedor, estaba muy guapa, pero también muy nerviosa.


- ¿Y la corbata? -movió la mano, supo que ella lo entendía sin hablar. Se sentó a su lado y le cogió la mano.


- Todo saldrá genial.


- He hablado hace poco con él. -le estrujó los dedos- ¡Va a traer a su hijo! Una cena en familia, ¿y si no le gusta mi comida? ¿Y si le caigo mal? ¿Y si os lleváis mal? Sabes que tu opinión es muy importante para mí.


- Mamá. -la detuvo. Le acarició el pelo y notó que ha había comenzado a sudar, demasiado nerviosa- Seguro que él es genial y su hijo también. Tú eres maravillosa, así que no puedes caerle mal a nadie, ¿de acuerdo?


El timbre sonó una vez. Sin hacerle caso y chillando en voz baja, ella se levantó, tropezó con la mesa y corrió hacia la puerta. Arthur la siguió con calma.


- Hola.


Un hombre alto y trajeado, con el pelo castaño, le dio dos besos a su madre. Un chico, de pelo muy negro y ropa de marca, les daba la espalda mientras hablaba por teléfono desde una distancia en la que no se oía lo que decía.


- Él es mi hijo, Arthur. -se dieron la mano. La sonrisa del hombre era sincera, amable y simpática.


- Él es el mío.


El chico sacudió su flequillo sobre unos ojos muy oscuros, rasgados y de facciones asiáticas. Creyó que su mandíbula se rompería cuando reconoció que Sam Lee estaba entrando en su casa.


Hasta que el cuerpo aguanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora