Capítulo 3

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Si cenar con él asolas había sido horrible, dormir estaba siendo el colmo. En su casa solo había una habitación para invitados y ellos la usaban para guardar cosas innecesarias, así que no habían tenido tiempo ni ganas de vaciarla y, como los adultos habían insistido, Arthur se había resignado a que Sam Lee durmiera en su habitación.

En cuanto abrió la puerta, la cara del coreano se había deformado. Era un cuarto pequeño, suficiente para un escritorio, un armario y una cama individual. Una ventaja de ser pequeño era poder dormir cómodo en el minúsculo colchón.

-¿En serio duermes en esto?

Asintió, caminó hasta la cama y empujó la mochila al suelo, lanzándose sobre ella. Apoyando la espalda en el cabecero, vio como Sam se paseaba y miraba sus paredes llenas de fotos con David y James, con su madre y con su padre. No tenía ningún póster porque tampoco le apetecía gastarse dinero en ellos, pero sí tenía un cajón lleno de discos que había conseguido ahorrando o suplicando a sus amigos y familiares el día de su cumpleaños.

-Arthy -habló su madre desde la puerta-, sé un buen chico y deja que Sam duerma en tu cama esta noche. Te he dejado una manta en el sofá. Buenas noches.

Ella se fue tarareando. Toda su felicidad por poder fastidiar a Sam Lee se esfumó y reapareció en la sonrisa arrogante del imbécil. No podía creerlo.

-Ya has oído a tu madre, -se sentó en el borde de la cama y movió la mano, indicándole que se levantara- sé un buen chico, Arthy.

-¡Es Arthur! -los dientes le chirriaron, pero se levantó solo porque su madre se lo había pedido y se la veía tan contenta que no quería molestarla por una tontería como lo era dejar a Sam Lee solo en su habitación.

Se mordió el labio y le lanzó una última mirada antes de salir al comedor. Solo una tontería, se repitió, ¿qué es lo peor que podía suceder?

A la mañana siguiente le dolía la espalda como si lo hubieran arrollado. Era ya la hora de almorzar cuando su madre lo despertó chillándole emocionada al teléfono. Dio media vuelta en el sofá, abrazando la pequeña almohada que acompañaba a la manta, intentando volver a dormir.

-No, no creo que sea rápido. ¡Si fuera por mí me casaba mañana!

Apretó los ojos e intentó realmente sentirse feliz por su madre, porque ella era muy feliz con el señor Tyler. Pero es que ser hermanastro de Sam Lee arruinaba la perfecta imagen de familia que Mickey Tyler y su sonrisa le transmitían. ¿Por qué no se iba con sus amigos famosos, o con algún ligue, o simplemente volvía a Corea con su madre? No soportaba haber tenido que dormir en el sofá por su culpa.

Se levantó, llevándose una mano a la espalda y bostezó. Una puerta se cerró a lo lejos y Sam Lee entró a la cocina, no se había cambiado de ropa y sin embargo parecía que acababa de salir del salón de belleza. Entró también y lo vio de pie, apoyado en la encimera mientras masticaba una manzana y jugaba con su enorme teléfono móvil.

-Buenos días. -dijo con educación, sin recibir respuesta. Puso los ojos en blanco y abrió la nevera, bebiendo directamente del cartón de leche.

-¿Sabes que existe un objeto llamado "vaso"?

Lo miró de reojo sin dejar de beber solo para reírse mentalmente de la cara de asco que Sam Lee le dedicaba. Dejó el cartón de nuevo en la nevera y se limpió los labios con la manga de la camiseta, sonriendo con tanta falsedad que se sorprendió a sí mismo.

-Asqueroso. -añadió, tirando el hueso de la manzana a la basura- Menos mal que soy intolerante a la lactosa.

Vaya, un dato más que iba a apuntar en su libreta de cosas que no le importaban. Estaba seguro de que si el lunes iba hacia una chica cualquiera y le preguntaba a qué era alérgico el cantante, ella le respondería con todo detalle el problema de este con la leche. Sin embargo, él ya había tenido más de un problema con su alergia al marisco.

Hasta que el cuerpo aguanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora