Capítulo 4

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-¡Lo odio! -gimió, enterrando la cabeza entre los brazos. Hacía más de una semana que vivía con ese imbécil, engreído, egocéntrico y molesto coreano. Lo veía a todas horas y cuánto más trataba de evitarlo más coincidían. Su madre y Mickey estaban tan metidos en preparar la boda y ser melosos el uno con el otro que no se daban cuenta de la tensión palpable entre sus hijos, del desprecio que Sam sentía hacia él o lo mucho que Arthur odiaba al cantante.

Pero sin duda lo peor había sido cuando el lunes había llegado un chico nuevo a su clase, todas las chicas se habían vuelto locas y muchos chicos tampoco se habían cortado haciéndole la pelota para ser sus amigos y así tener algo de fama en la universidad. Podía decir que él, James y David eran junto a los marginados las únicas personas que no estaban hipnotizadas por el supuesto encanto de Sam Lee.

El timbre que anunciaba el final del almuerzo los hizo bufar a los dos, porque James estaba enfermo desde que se comió un yogur en mal estado. Se levantaron de la mesa y fueron hacia clase, intentado ignorar que por el camino de enfrente se acercaban Sam y sus admiradores.

Al llegar a la puerta, tanto Arthur como Sam dieron un paso a la vez, metiendo el pie en el hueco de la puerta. Se miraron de reojo, intentando avanzar, empujándose para entrar.

-Hazte a un lado.

-¿Yo? Ni que fueras el rey del mundo.

-Al menos tengo más oportunidades de serlo que tú. -masculló Sam tan bajo que solo él, pegado a su cuerpo, pudo oírlo. Estaba tan harto de sus mentiras como de todo lo que conllevaba ir a la misma clase. Alguien tiró de su camiseta y giró la cabeza, viendo a una montón de chicas con el ceño fruncido.

Sam sonrió. Dio un paso atrás y cerró los puños mientras lo veía entrar, seguido de sus súbditos. David y él entraron después y la profesora los siguió con un montón de papeles bajo el brazo.

Ahora en clase todos querían sentarse junto al famoso y se peleaban por coger un buen sitio a su alrededor. Arthur se sentó en una esquina junto a la ventana y muy lejos de David. La clase se le hizo eterna, aburrida, irritante. Otra de las cosas malas que tenía Sam Lee era su inteligencia, porque el imbécil era muy listo. Y eso solo provocaba suspiros a sus fans.

Unos minutos antes de que sonara la campana y pudiera irse a casa a continuar la tortura, la profesora Kate se subió las gafas y repartió un par de hojas escritas a cada uno. Luego se paró frente a la pizarra y comenzó a escribir nombres.

-Este trabajo tendrá que ser entregado la semana que viene y lo haréis por parejas. -miró a David y este le guiñó un ojo. El resto de la clase miraba a Sam con deseo y él, tal y como Arthur suponía, estaba orgulloso de ello- Las decidiré yo.

Todos protestaron, incluso él se frotó la cara con ambas manos y miró de reojo los rostros decepcionados de sus compañeros. La mujer fue diciendo nombres y más nombres, David tuvo que juntarse con un tal Max y cuando llegó su turno la gente dejó de hablar, miradas asesinas se cernieron sobre él, y también unas ganas terribles de chillar, de suplicarle a la profesora por un cambio. De ninguna manera iba a hacer el trabajo con él.

-A partir de mañana os tendréis que sentar con vuestra pareja en mi clase y haréis el trabajo tanto aquí como en casa. Tenéis todas las explicaciones en las hojas que os he repartido. Y no, no se puede cambiar de compañero. Eso es todo, podéis iros.

Sentía maldiciones cayendo sobre él, miradas que le deseaban la peor de las suertes y entre ellas la mirada de asco de Sam Lee. Lo miró sobre el hombro, sonriendo falsamente, recibiendo el mismo gesto como respuesta. Luego lo vio levantarse y pasar por su lado con elegancia, seguido del resto de la clase.

Hasta que el cuerpo aguanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora