-¡Lo odio! -gimió, enterrando la cabeza entre los brazos. Hacía más de una semana que vivía con ese imbécil, engreído, egocéntrico y molesto coreano. Lo veía a todas horas y cuánto más trataba de evitarlo más coincidían. Su madre y Mickey estaban tan metidos en preparar la boda y ser melosos el uno con el otro que no se daban cuenta de la tensión palpable entre sus hijos, del desprecio que Sam sentía hacia él o lo mucho que Arthur odiaba al cantante.
Pero sin duda lo peor había sido cuando el lunes había llegado un chico nuevo a su clase, todas las chicas se habían vuelto locas y muchos chicos tampoco se habían cortado haciéndole la pelota para ser sus amigos y así tener algo de fama en la universidad. Podía decir que él, James y David eran junto a los marginados las únicas personas que no estaban hipnotizadas por el supuesto encanto de Sam Lee.
El timbre que anunciaba el final del almuerzo los hizo bufar a los dos, porque James estaba enfermo desde que se comió un yogur en mal estado. Se levantaron de la mesa y fueron hacia clase, intentado ignorar que por el camino de enfrente se acercaban Sam y sus admiradores.
Al llegar a la puerta, tanto Arthur como Sam dieron un paso a la vez, metiendo el pie en el hueco de la puerta. Se miraron de reojo, intentando avanzar, empujándose para entrar.
-Hazte a un lado.
-¿Yo? Ni que fueras el rey del mundo.
-Al menos tengo más oportunidades de serlo que tú. -masculló Sam tan bajo que solo él, pegado a su cuerpo, pudo oírlo. Estaba tan harto de sus mentiras como de todo lo que conllevaba ir a la misma clase. Alguien tiró de su camiseta y giró la cabeza, viendo a una montón de chicas con el ceño fruncido.
Sam sonrió. Dio un paso atrás y cerró los puños mientras lo veía entrar, seguido de sus súbditos. David y él entraron después y la profesora los siguió con un montón de papeles bajo el brazo.
Ahora en clase todos querían sentarse junto al famoso y se peleaban por coger un buen sitio a su alrededor. Arthur se sentó en una esquina junto a la ventana y muy lejos de David. La clase se le hizo eterna, aburrida, irritante. Otra de las cosas malas que tenía Sam Lee era su inteligencia, porque el imbécil era muy listo. Y eso solo provocaba suspiros a sus fans.
Unos minutos antes de que sonara la campana y pudiera irse a casa a continuar la tortura, la profesora Kate se subió las gafas y repartió un par de hojas escritas a cada uno. Luego se paró frente a la pizarra y comenzó a escribir nombres.
-Este trabajo tendrá que ser entregado la semana que viene y lo haréis por parejas. -miró a David y este le guiñó un ojo. El resto de la clase miraba a Sam con deseo y él, tal y como Arthur suponía, estaba orgulloso de ello- Las decidiré yo.
Todos protestaron, incluso él se frotó la cara con ambas manos y miró de reojo los rostros decepcionados de sus compañeros. La mujer fue diciendo nombres y más nombres, David tuvo que juntarse con un tal Max y cuando llegó su turno la gente dejó de hablar, miradas asesinas se cernieron sobre él, y también unas ganas terribles de chillar, de suplicarle a la profesora por un cambio. De ninguna manera iba a hacer el trabajo con él.
-A partir de mañana os tendréis que sentar con vuestra pareja en mi clase y haréis el trabajo tanto aquí como en casa. Tenéis todas las explicaciones en las hojas que os he repartido. Y no, no se puede cambiar de compañero. Eso es todo, podéis iros.
Sentía maldiciones cayendo sobre él, miradas que le deseaban la peor de las suertes y entre ellas la mirada de asco de Sam Lee. Lo miró sobre el hombro, sonriendo falsamente, recibiendo el mismo gesto como respuesta. Luego lo vio levantarse y pasar por su lado con elegancia, seguido del resto de la clase.
ESTÁS LEYENDO
Hasta que el cuerpo aguante
Teen FictionArthur es un chico normal, con diecinueve años y estudiando en la universidad más barata de Londres, su único sueño es triunfar en la música. Pero su vida cambia cuando su madre se casa con el padre de Sam Lee, un arrogante cantante al que todos cre...