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Han pasado cuatro días desde la fiesta. Los chicos siguen igual de constantes sobre el tema, y mis réplicas no parecen convencerles, sobre todo a Gilinsky, que parece especialmente emocionado con el tema.
-Skate, ya voy de camino. Haced los equipos y contadme a mi también -le suelto frustrado por el teléfono justo antes de cortar.
Me meto el móvil en el bolsillo trasero derecho del pantalón y miro hacia otro lado mientras rebusco entre la música de mi móvil. No hay nada que me apetezca escuchar así que simplemente dejo caer los cascos sobre mis ojos.
No queda mucho para llegar, pero sé que tampoco estoy cerca. De el apartamento que comparto con Gilinsky a la cancha hay unos diez minutos andando, y cómo no, él se llevó el coche sin ni siquiera esperarme. Hace dos días que el mío está en el taller por un pequeña tontería que tendrá un buen acabado en un par de días.
Sigo caminando a paso constante hasta que algo tira de la parte baja de mi pantalón. Un perro de pelaje color chocolate tira de mi sacando los colmillos y gruñendo. Sus ojos color escarlata son amenazantes, y por unos pocos segundos, pienso en que se me va a echar encima y a arrancarme la cara a mordiscos pero el único sonido que llega a mis oídos es una pequeña carcajada.
-Mira por donde, mi perro te tiene tanto cariño como yo -su voz es irónica, tanto, que es indudable a quién pertenece.
Se acerca a mi trotando, con una sonrisa plastificada sobre sus finos labios. Su coleta alta se mueve de un lado a otro frenéticamente y por unos segundos este movimiento me recuerda a mi antigua vecina de 6 años, la niña más dulce y agradable que he conocido nunca. Sus pequeñas gafas color rojo siguen sobre el puente de su nariz a pesar de que se mueven de arriba a abajo. 'Eso tiene que ser incómodo', pienso. Va vestida de deporte, completamente sudada. Su rostro, completamente rojo, parece estar a punto de estallar.
-Es que si el chucho vino a salir a la dueña...
La miro dramáticamente y la gracia no desaparece de su simpática mueca.
-Espero que seas consciente de que con un simple silbido puedo hacer que te arranque las pelotas.
Suelta el aire entre los dientes, imitando lo que casi podría ser una risa y de una palmada llama la atención del perro que comienza a correr detrás de ella.
-¡La próxima vez amarra a esa cosa!- le grito para que pueda oírme en la distancia, y, aunque esté dándome la espalda, sé que lo hace.

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-¡Johnson! ¡Eres del equipo de Hayes!
Asiento y me dirijo a ellos, no sin antes dejar las cosas sobre un pequeño banco.
Me coloco entre Hayes y Nash quiénes están esperando por mi.
-Vale, Jack, simplemente haz lo que tú ya... Tío, ¿por qué tienes esa cara? -Hayes chasquea dos dedos en frente mía y yo arrugo las cejas.
-¿Qué cara ni que nada dices?
Nash, a nuestro lado, ríe pasándome un brazo por detrás de los hombros.
-Ay Hayes, ¿no te habíamos contado que Johnson está pillado?
-¿¡PERO QUÉ DICES!?
-Ni lo escuches Hayes -espeto ofendido-, llevan así días. No les entra en la cabeza que no me interesa nadie.
-Lo que tú digas, hermano.
La regalo a Nash mi peor mirada y, sin tiempo de discutirle nada, Sam nos grita.
-¡Acabad ya chicos! Vamos a empezar.

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-¿Cómo sabe la derrota, amigo? -se le cuelga Hayes a Skate del cuello.
-Estoy planteándome seriamente votar para prohibir que Johnson pueda jugar.
Pongo los ojos en blanco y meneo la mano.
-No gano por lo bueno que soy, sino por lo manos que sois vosotros.
Y, con esa frase, me doy media vuelta riendo y salgo de ahí dejando que ellos solos continúen discutiendo.
-¡Un día fallarás! ¡Y te lo recordaremos por el resto de toda tu vida!
-Con lo que soñéis más tranquilos chicos. Hasta luego.
Sacudo mi mano en señal de despedido y encuentro mi respuesta en unos cuántos dedos malcriados elevados de lo que no puedo evitar sentirme tremendamente orgulloso. No hay nada más satisfactorio que hacerlos rabiar. Y mucho más después de tanto tiempo dándome el coñazo ellos a mi.

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Salgo de la ducha con las gotas de agua aún cayendo sobre mi frente y, de un salto, caigo tumbado de espaldas sobre la cama. Me sacudo la cabeza como un pequeño perro y extiendo mi mano, agarrando el ancho libro de Percy Jackson. Sin saber ni cómo ni por qué, una pequeña sonrisa aparece.

'Mi primer error.'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora