Adiós

8 0 0
                                    

  (El vídeo de youtube está pensado para ser reproducido mientras se lee la historia como música de fondo. Se recomienda que la intensidad sea baja.)


Ehm. . . ah. . . no sé como decirte esto, es difícl expresar lo que siento, hace tanto tiempo, pero te noto tan cerca, bueno, solo te pido que leas hasta el final, esta es mi forma de pedirte perdón:

Por mucho que me insistas desde lo lejano, por mucho que tus lágrimas hayan cesado,por mucho que vuelvas a sonreír,nunca esta culpa dejaré de sentir.
 ¿Te parece bien? Recuerdo esos momentos en los que me corregías, la poesía siempre fue una de tus virtudes, es una lástima no haberla poseído yo también.Y pese a esta introducción, de la que doy fe que será de tu agrado, permíteme seguir con la prosa; deseo poder expresar todo lo que siento y ambos sabemos que el verso no me lo permitiría. Grita, susurra, vocifera, solloza, pero sigue leyendo, prometo que conseguiré alejar tus penas.La primera cuestión que te plantearé es si te sientes culpable, es así, ¿verdad? No mientas, sé que sí. Y no puedo permitir eso, es motivo de culpa haber expirado en pos de una vida, ¿en verdad? Si no hubieses actuado de tal forma, no podría estar escribiendo esta carta, el que merece subir al patíbulo soy yo, no tú, tenlo presente; hiciste aún más de lo que debías, no te sientas culpable, por favor. Sonríe, no te permitiré que sigas leyendo sin que tus ojos brillen, la amargura destruye hasta el sabor del más dulce de los dátiles; ¡qué tu dulce sonrisa no sea mutilada por la amargura, no lo permitas!

 Puedo afirmar, con la más firme certeza, que recuerdas hasta el más fino detalle de aquel fatídico día, del clímax de nuestro amor, pero aún así, pliega tus alas, escúchame, sé que tendrás que corregirme en infinitas ocasiones, que será imperfecto, pero; por favor, escucha.

 Comencemos ahora a narrar despacito y de la mano la historia más bella que jamás llegarán nuestros ojos a conocer. . .



 El calor era inmenso, tan sofocante que hacía similar el fuego del Averno un paseo por la ribera del bello Nilo, un oasis en el desierto. Propuse ir a la playa, otro error al fin y al cabo. . . aunque no podría negar que el paseo fue uno de los instantes más felices de mi vida, tu larga cabellera rubia, esos fino hilos de oro por lo ángeles tejidos, en contraste con el profundo y bello mar; tus ojos de cristalino hielo reflejando la marina espuma. . . era todo demasiado perfecto, pero tu sonrisa, llegaba a ser infinitamente superior, teñida por el aroma de las rosas, aromatizada por su paradisíaca fragancia, sombreada con su elegante belleza, su refinada modestia. . . parecía que las rosas hubiesen transportado a tus finos labios todas sus perfectas cualidades. No sé cuanto duró el viaje, pero admito que no habría tenido problema alguno si hubiese sido eterno. Y entonces, pisamos la fina arena, lo que sentí fue extrañamente desagradable, tal vez por el hecho de descender de mi onírico mundo, o puede que aquel fino polvo me hubiese advertido con esmero de que declive sería la palabra que caracterizaría la tarde.
 ¿Está todo bien? Doy por seguro que ya has encontrado infinitas erratas, pero me niego a pensar que desees elevar el vuelo. Me reuniré contigo pronto, escucha; por favor.

 Tal vez fuese yo, en mi infinta inocencia, o, en verdad, te encontrabas alegre, doy por seguro que no percibiste los susurros de la arena, que advertía con sus dulces cantos de sirena. Decidimos sentarnos en un lugar apartado, abrazarnos y leernos los más bellos versos. Una idílica escena que ni el sofocante calor podía amargar. La onírica tarde avanzó como si Morfeo hubiese decidido alejarnos de su perfecto reino. El atardecer fue lo más bellamente efímero que podría haber llegado a imaginar; tú, de piel clara como la pura nieve, susurros de ángel por cabello y ojos azules y límpidos como el bello Atlántico, te fundiste con él y con su brillo dorado. Cuando vi que te zambullías en las tibias aguas bañadas por el brillo del ocaso, me encaminé sin dudarlo, deseaba estar contigo por encima de cualquier otra cosa, era todo maravilloso.
 Nadamos, jugamos, danzamos sobre la mar, verte salpicar y que esas gotas desprendidas se alzasen al cielo brillando con el canto del ocaso era algo inigualable, casi tanto como sumergirnos bajos las olas, que no englobasen y ver a través de ellas el más bello arcoíris, o. . . las bellas anécdotas de aquel efímero baño serían infinitas, pero el mero hecho de haber estado contigo lo hizo subilmemente perfecto. . . 
 Y llegamos al clímax de la la historia, lo más bello que llegará el mundo a recordar, un acto de amor que será recordado por la eternidad, no tapes tus oídos, me has prometido que seguirías escuchando.
 Nos acercamos con pequeños movimientos a las rocas que sobresalían del mar, sin hacer ruido, dejándonos mecer por el vaivén de las olas, al compás del tiempo; que parecía no pasar, que hacía de cada instante la más bella eternidad. Y llegamos, llegamos al principio del fin, al ocaso del amor, a la lúgubre decadencia. . . nos sentamos, cantamos, hablamos, reímos, jugamos. . . vimos como el Sol bañaba las aguas con su luz, y estas le permitían sumergirse en el horizonte, dando paso al brillo de las estrellas, a la noche del fin. Y así fue como nos ensimismamos en nosotros mismos, nos sumergimos en nuestras emociones, éramos felices; demasiado. La marea subía lentamente, sin llegar a alcanzarnos, sin llegar a rozar nuestros cuerpos. . . por poco tiempo.
 Y nos hallábamos ensimismados en nosotros mismos, disfrutando de la brisa marina, del ocaso, de la presencia del otro y fue entonces, en un momento paradisíaco, iluminados por el sol y sus bellos tonos en el que ocurrió la tragedia, tan concentrados en nosotros mismos que no nos dimos cuenta de que sobre nosotros se cernía una gran ola y solo tú reaccionaste, pero de una manera que, por la eternidad, me hará sentir culpable, me arrojaste fuera de las rocas, de forma que la ola no me dañó, solo me corté un poco en el brazo, pero. . . tú. . . no pudiste decir lo mismo, no pudiste decir nada.

 Ah, no has conseguido aguantar las lágrimas, ¿verdad? No te culpo, el papel sobre el que escribo no está seco, precisamente. Pero no tengas miedo, no lo tengo yo, estando al borde del acantilado bajo el que se encuentran las lúgubres rocas. Snif, bueno, ya no te permito seguir llorando, tan pronto estos papeles vuelen no puede haber ni la más minúscula lágrima sobre tu cara, ¿entendido? Nos veremos pronto. . .Adiós


AdiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora