1. La niña de ojos café.

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El señor y la señora Blair celebraban-por primera vez-la única distracción que habían tenido en aquella larga jornada. Por primera vez, habían conseguido dormir a sus gemelos junto con su tercer-y consecutivo-hijo. Los tres habían estado demasiado nerviosos por haber ingresado en una prestigiosa escuela de Londres, más uno de ellos estaba, también, desilusionado por no haber sido aceptado en Hogwarts. Este último, quería mantener su secreto a salvo, para seguir siendo hijo de la familia. Sus padres-quiénes odiaban todo lo que estuviera fuera de lo normal-no lo hubieran aceptado.

-No me puedo creer que nos haya costado tanto trabajo dormirlos.-Dijo la señora Blair, sirviéndose un poco de vino. El señor Blair, quién estaba fijamente observando el dulce color granate del vino, dedicó una mirada furtiva a su mujer y continuó observando su copa. Se sentía defraudado por no poder contar su secreto a su mujer, con quién había compartido millones de cosas; millones, excepto esa.

-¿Cariño?-Dijo pasando su mano por delante de sus ojos. El señor Blair reaccionó automáticamente, y puso su mirada en su mujer. Observó sus tirabuzones caer en picado por su cuello, hasta su camisa de color azul, a juego con sus ojos. Su mujer se entretuvo-durante un rato-con uno de sus tirabuzones, mientras esperaba la respuesta coherente de su marido. Más no obtuvo respuesta alguna. Esta, suspiró frustrada, y levantándose de la silla, se dirigió al salón para comenzar a ver su telenovela, como acostumbraba a hacer cada solitaria noche, mientras que su marido se refugiaba en las inmensas paredes de su habitación.
Pero aquella noche fue diferente. La inquietud del señor Blair le obligó a pasearse por los largos pasillos de la casa, hasta situarse en la puerta.
Se quedó pensativo, dudando en si acudir al Magisterio de Magia después de tantos años desaparecido en su burbuja muggle.

Justo cuándo iba a acariciar el brillante y suave picaporte, el ruido de la puerta le distrajo de todas sus preocupaciones. Habían llamado de una manera nerviosa y angustiada. El señor Blair olvidó sus anteriores dudas, y en su cabeza resurgieron nuevas, agobiándole hasta el punto de querer irse a dormir.
Decidido, y algo angustiado, giró el picaporte de la puerta e intentó buscar el paradero de la persona que había tocado la puerta. Pero la soledad le acompañaba a altas horas de la noche. Fue a cerrar la puerta, cuando el sollozo de una niña retumbó en la calle.
Salió de la casa, ajustando su chaqueta y miró a ambos lados en busca de aquel sollozo lleno de tristeza y miedo. En la esquina de su casa, encontró a una niña buscando recobijo entre sus brazos, en busca del calor que colapsara al frío invernal de esa noche.

Se acercó a ella y se fijó en sus peculiares ojos de color café, casi-a su parecer-avellana. La niña se quedó mirándole, mientras el miedo la invadía por completo.

-Hum...Hola...-Dijo el señor Blair, intentando coger confianza con la pequeña. Esta, agachó la mirada y se quedó observando sus manoletinas negras que dejaban paso a ver sus pies delgados y pálidos, casi translúcidos.

-¿Tienes frío?-Volvió a preguntar, ganándose la atención de la pequeña. La niña asintió tímidamente, y se encogió entre su chaqueta, intentando aguantar el calor que su cuerpo transmitía.

-¿Quieres entrar en mi casa?-Dijo con una tierna sonrisa, que ni siquiera sus hijos habían logrado sacarle. Y es que el no haber tenido descendentes de su magia había causado una pizca de insatisfacción en él; más sabía que en esa pequeña se hallaba algo que le calmaba y le hacía ser tal y como era: un mago. No tenía miedo de enseñarle-en una habitación escondida-sus poderes que tras su piel se escondían. Más bien, tenía la obligación de enseñárselos y sacarla una leve sonrisa.
La pequeña se aferró a su mano, y ambos caminaron hacia el interior de la casa, dónde se sentarían y charlarían hasta que la niña cayera rendida y la llevara a un pequeño cuarto que tenía reservado para él solo. Aunque ahora sería para esa misteriosa chica de ojos café que había aparecido en esa peculiar noche. La noche en la que se había enterado que el mismísimo mal había desaparecido para siempre.

Dos horas antes...

La calle estaba solitaria, como siempre. La penumbra residía hasta en la más rebuscada esquina, dónde ni siquiera la luz de las farolas podía alumbrar. Algo que aquel hombre-tan misterioso y desorientado-agradeció severamente. De su mano, caminaba una pequeña niña que seguía tan desconcertada, que tan solo seguían los pies del hombre. Al lado del hombre, una mujer caminaba firmemente, meciendo sus largos cobrizos y blancos cabellos. Sus ojos grises estaban fijos en la inmensidad de la calle, hasta parar en una de las casas, dónde las luces de la primera planta permanecían encendidas.

-Es aquí.-Susurró la mujer, avanzando más deprisa. El hombre la siguió de cerca, y llegaron hasta la puerta.

-¿Tenemos que hacerlo?-Dijo con seriedad el hombre, mientras miraba a la pequeña. Esta, estaba inquieta e insegura, meciendo uno de sus tobillos.

-Es lo que nos pidió. Debemos hacerlo, Lucius.-Aseguró con firmeza.

-Pero Narcissa...-Reprochó el hombre...

-Ni peros ni peras, hay que hacerlo por nuestro bien...Por el bien de Draco.

-Está bien...-Contestó con furia. Soltó la mano de la pequeña, y tocó con fuerza la puerta. Cuando se aseguró que le habían escuchado, la mujer y el hombre se convirtieron en aterradoras sombras y se escondieron en uno de los árboles más cercanos. Vieron como la niña se alejaba de la casa, e intentaba esconderse de ellos, pero el frío la controlaba. El hombre reprimió las lágrimas al ver como la niña abrazaba sus delgados brazos, e intentaba cubrirse con aquella pequeña chaqueta.

-Estamos haciendo lo correcto.-Dijo Narcissa, acariciando el hombro de su marido. Este, la miró severamente, y suspiró para salir volando de allí.

Desde la distancia, observaron como la niña entraba en casa del hombre, y se alejaba de él por completo. Quizás, en ese día de dolor y tristeza, no volvería a ver a la pequeña de ojos café, muy diferente a su padre.

Era su pequeña, una niña llena de ternura y amor, quién no puede guardar el rencor que su padre alguna vez almacenó. Su padre fue el más malévolo de sus tiempos, y él era su fiel seguidor. Por eso, tal vez, estaba entregando a la razón de su sonrisa.

Las dos sombras se alejaron con la luz de la luna, y dejaron que una nueva vida creciera en Londres. Después de todo, ella sería feliz y ellos también. Esa era la verdadera razón por la que abandonaban a su pequeña, a la niña que habían cuidado durante unos pocos años.

Definitivamente, aquella fue su despedida definitiva.


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⏰ Última actualización: Oct 25, 2015 ⏰

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Mi rayo de luz. (Draco Malfoy y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora