Había dejado de llorar, pero se sentía bien al lado de Allan, quien había decidido callarse todo ese rato, para no molestarla y que se tranquilizase.
El chico mira la hora con discreción, y le informa en voz baja:
-Llevamos quince minutos aquí, deberíamos ir a ver cómo están los demás.
La chica se separa de él, asiente y se frota los ojos, que tiene algo rojos. Allan le pasa otro pañuelo, sonriéndole, y ella lo acepta con otra sonrisa, antes de secarse los ojos con el pañuelo. Se levantan y lo tira a una papelera cercana a donde están el resto.
Pero algo falla. Falta alguien. Allan se da cuenta de su ausencia y pregunta:
-¿Dónde está Marc? ¿Se ha ido?
-Sí, cuando os fuisteis vosotros, él os vio y se fue a su casa. -Contesta Tato, seriamente. -Por cierto, Victoria, me dio esto para ti.
Las llaves. Al menos, no tendrá que molestarlo más al entrar, pero se siente culpable igualmente.
-Chicos, creo que mejor lo dejamos por hoy. -Dice Victoria con voz ronca, ansiosa por irse del sitio donde tantas estupideces ha hecho hoy ya.
-Yo también lo creo. -Murmura Tris, que se imagina que algo más ha pasado.
-Nos vemos mañana, ¿no?
-Sí, claro, hasta mañana, chicos. Y gracias por esta quedada, aunque haya sido tan corta. Siento lo que ha pasado...
-No ha sido culpa tuya, Victoria, todos cometemos errores. A Marc se le pasará dentro de un rato o en unos días, pero no te guardará rencor mucho tiempo. Lo conozco bien, no te preocupes. -Asegura Tris, sonriéndole.
-Gracias... hasta mañana. -Se despide Victoria.
La chica sale del establecimiento, y descubre que alguien la está siguiendo. ¿Quién es? No lo va a comprobar, ha tenido ya demasiado. Empieza a caminar más rápido, nerviosa, pero escucha una voz que se dirige a ella:
-Eh, quieta, no corras tanto, que venía a acompañarte a tu casa.
Allan. El chico está provocando encuentros. No quería afirmarlo, pero está casi segura de que siente algo por ella. Pero él le cae bien, no va a decirle que se vaya, y confía en el chico, que es el único que sabe que Marc y Victoria son hermanastros.
-Lo siento. Es que, con lo que ha pasado... quería llegar pronto. Aunque bueno, no me apetece encontrarme a Marc en mi casa ahora. -Murmura ella.
-Lo entiendo a la perfección, en serio, no te preocupes. -Le dice Allan sonriendo. Demasiado obvio.
La chica intenta sonreír, pero no lo termina de conseguir. A pesar de que su amigo está intentando hacer que se sienta mejor, sigue afectada por lo que ha pasado. Y no se quita de la cabeza la expresión del rostro de su hermanastro, mirándola con dureza, por haberle tirado esa coca cola encima. Se estremece. Allan lo nota, y le dice:
-Eh, eh, tranquila. Marc no te va a hacer nada, te lo prometo. Lo conozco desde hace cerca de tres años, y a pesar de todo lo que ha pasado entre vosotros, aunque no contemos lo de hoy, él no se va a vengar ni nada. Puede que lo parezca, pero no es de ese tipo de personas. Te lo aseguro.
La chica intenta creerle. Tiene que creerle, es su amigo. Y, aunque lo conozca de hoy mismo, ha estado todo el día protegiéndola, defendiéndola y Victoria ha conseguido confiar tanto en él como para contarle que Marc es su hermanastro. Así que, ¿por qué le cuesta tanto creer eso? ¿Tiene tanto miedo de lo que pueda hacerle Marc?
No, no puede ponerse así. Tiene que confiar en él.
Entre tanto pensar, llegan al portal donde vive Victoria. Ella se dispone a despedirse de su amigo. ¿Pero, cómo? No quiere limitarse a decirle adiós, no después de haber pasado el día entero con él. Decide darle un abrazo, el cual Allan disfruta, y se lo devuelve con fuerza, transmitiéndole ánimos a la chica.
Se separan. Victoria le sonríe, tímidamente, y le dice adiós con la mano. Pero Allan no quiere que la chica entre ahí, quiere que se quede con él un rato, quiere confesarle sus sentimientos, decirle que los flechazos existen y que se ha enamorado de ella en horas. No sabe si tendrá valor para decirle todo eso, pero quiere estar con ella un rato más, así que le coge la mano y le dice suavemente:
-Espera, vamos a algún sitio.
La chica lo mira sin entender nada.
-Victoria, ¿confías en mí? -Le pregunta él seriamente.
Ella no responde durante un instante, pero le acaba por decir:
-Sí, confío en ti, Allan. -Y sonríe.
El chico la lleva de la mano a un banco que hay justo en la acera de enfrente del edificio donde vive la chica, y se sienta a su lado.
-Mira... no puedo quedarme callado. Esta mañana te he visto por primera vez. Y Cupido me la ha jugado. Eres una chica maravillosa, he conseguido confiar en ti ciegamente en cuestión de horas, y bueno, ya ves.
El chico no dice nada más. Intenta mirar a cualquier lado menos a su cara, la cara de la chica que tantos sentimientos ha alterado en tan poco tiempo. Puede que Cupido no se haya equivocado, después de todo.
Victoria tampoco sabe qué decir. Ya se lo había imaginado, pero no creía que el chico se fuese a declarar tan poco. Nunca ha tenido novio, ni se le han declarado, así que no sabe cómo actuar ahora.
-Pero... ¿vas en serio con todo esto? ¿O es una broma? -Le pregunta al chico con timidez.
-Yo no bromeo con estas cosas, Victoria. Me gustas. Te lo digo en serio. -Y se levanta del banco, ahora mirándola fijamente.
La chica lo imita. ¿Qué hace ahora?
-Bueno, yo... ¿qué quieres que haga, Allan?
-No lo sé. De verdad, no lo sé, pero le doy las gracias a Cupido por haberme enamorado de la mejor persona que he conocido en mi vida.
El chico, ahora decidido, se acerca a ella. No puede evitar hacerlo, pero le coge la cara con delicadeza y le da un beso en los labios. La chica, sin necesidad de palabras, lo abraza.
Con lo que ninguno contaba, era con un chico mirándolos desde la ventana del edificio. Con más odio que cuando le derramó su hermanastra el refresco encima. Con más odio que nunca.