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Un pequeño niño de ojos color mar caminaba junto a otro niño de ojos color esmeralda. Ambos, que no sobrepasaban la edad de ocho años, estaban caminando por un desierto parque.

Solo se podían oír el susurro de los pájaros piando y el murmullo del viento.

Uno de ellos, el de ojos color mar, miraba el suelo dándole con su pequeño pie a una piedra que había encontrado por el camino, debatiéndose mentalmente en lo que diría a continuación.

Se paró con un movimiento brusco que hizo que el niño de ojos color esmeralda se parara a su lado y frunciera el ceño con confusión.

-¿Qué pasa? -preguntó, no entendía el comportamiento de su amigo. Desde que habían llegado al parque no habían hecho nada más que caminar, y eso para él era rarísimo, pues apenas llegaban a la reja del parque ya estaban jugando a cualquier juego que se les ocurriera.

-Quiero que me beses. -dijo el niño de ojos color mar, y cerró sus pequeños ojos con vergüenza. El de ojos esmeralda no hizo nada más que mirarlo, esperando que todo fuera una broma.

-¿Por qué? -preguntó un largo rato después, su amigo se había quedado callado por unos largos minutos.

-Porque...mmm...porque... -no sabía cómo explicárselo. Había visto a su hermana mayor besándose con un chico, y él quería saber que se sentía, aunque él lo viera como algo asqueroso, quería saberlo.- Porque sí.

-¡No! ¡Somos chicos! ¡No podemos hacerlo! -había alzado la voz, y pensó que si su mamá lo hubiera escuchado lo habría regañado, pero no podía hacerlo. No estaba bien, eran chicos, no podían besarse.

Vio a su amigo de ojos azules, y sintió un dolor en el pecho. Estaba mirando hacía el suelo, y podía ver como sus hombros se movían suavemente, dando a entender de que estaba llorando.

-Oh, vamos, no llores. -dijo con un susurro, y le tocó uno de los hombros al niño que se encontraba llorando en ese momento. Éste solo lo miró con ojos llorosos y luciendo un pequeño puchero.- Creo, creo que no estaría mal si nadie se entera ¿verdad?

Al decir eso, el niño de ojos mar sonrió, haciendo desaparecer el puchero que había puesto y sus ojos empezaron a brillar con intensidad. Había conseguido lo que quería.

-Nunca nadie se enterara de esto. -le prometió al de ojos verdes, para convencerlo aún más. El de orbes esmeraldas solo lo miró y asintió con la cabeza.- Además, si quieres, nunca más se volverá a repetir.

El de ojos azules le enseñó su dedo meñique al de mirada verde, que éste apretó con su dedo meñique también. Una pinky promise.

Luego de eso, ambos niños miraron a los lados para estar seguros de que nadie los viera y se acercaron poco a poco. Sentían la respiración del otro cada vez más cerca. El de mirar verde olió una colonia infantil mezclada con el olor a chocolate, olor que no le desagrado para nada. Por otro lado, el de ojos azules pudo comprobar a que olía su amigo, a galletas recién hechas, y algo más que no supo explicar, pero que le gustó mucho.

Y se acercaron, hasta que los labios de ambos chicos se unieron en un pequeño pico que no duró más de cinco segundos. Luego de eso se separaron y miraron a cualquier otro lado que no fuera su amigo.

El corazón de los dos pequeños iba a mil kilómetros por horas, pues estaban haciendo algo que para ellos era prohibido. Pero se había sentido bien, muy bien.

-Gracias. -dijo el ojiazul y le sonrió a su amigo, y éste le sonrió de vuelta mostrándole unos hoyuelos.

Cogió la mano de su amigo por sorpresa y se pusieron a correr, y volvieron a jugar como si nunca hubiera pasado nada. Pero sí que había pasado algo, porque para el ojiverde el tacto de la mano de su amigo ya no se sentía igual, ahora era algo más especial.

Between Trees || Larry Stylinson OS ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora